Columna

Las industrias panda

El Gobierno de Kuczynski está sacando dinero del bolsillo de los consumidores peruanos para ponerlo en el de los productores

La autoridad peruana de derecho de la competencia (Indecopi) acaba de proteger la producción nacional de ciertos tipos de tejidos y calzados imponiendo derechos antidumping para las importaciones paquistaníes de los primeros y chinas de los segundos. Como se sabe, los derechos antidumping son pagos que se exigen para los bienes que se venden en su mercado de importación (en el caso, el Perú) a precios más baratos que en su país de origen (Pakistán y China). Al menos en teoría, son medidas que buscan contrarrestar el daño que esos precios más baratos causan a los productores del país i...

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La autoridad peruana de derecho de la competencia (Indecopi) acaba de proteger la producción nacional de ciertos tipos de tejidos y calzados imponiendo derechos antidumping para las importaciones paquistaníes de los primeros y chinas de los segundos. Como se sabe, los derechos antidumping son pagos que se exigen para los bienes que se venden en su mercado de importación (en el caso, el Perú) a precios más baratos que en su país de origen (Pakistán y China). Al menos en teoría, son medidas que buscan contrarrestar el daño que esos precios más baratos causan a los productores del país importador.

Curiosamente, a juzgar por una reciente publicación del Banco Interamericano de Desarrollo, estas medidas solo han aumentado su popularidad en varios países de América Latina (por ejemplo, México, Brasil, Colombia o Perú) desde que estos abrieron —o profundizaron la apertura de— sus economías en los noventa. Parecería tratarse de un efecto colateral del auge de las importaciones baratas de la China.

Argumentar que hay que proteger a las industrias existentes porque de ellas depende una cadena de personas tampoco es dar una razón satisfactoria.

En cualquier caso, como suele ocurrir cuando el Estado interviene en lo que de otra forma se decidiría solamente entre productores y consumidores, la noticia de la protección del Indecopi a los tejidos y calzados peruanos ha caído muy bien por mi país. ¿Cómo podríamos los peruanos estar en contra de que se proteja a nuestras industrias textilera y de calzado? Sin embargo, como también acostumbra acontecer con las medidas intervencionistas, una mirada un poco más detenida a los derechos antidumping acaba mostrando que son una mala noticia para el país que los aplica.

En realidad, para notar el problema basta con preguntarse de qué es que el Indecopi está protegiendo con su decisión a los productores del Perú. Los está protegiendo de que los consumidores peruanos prefieran los tejidos paquistaníes y los zapatos chinos al reducir o eliminar la diferencia de precios entre ellos. En otras palabras, el Estado está sacando dinero del bolsillo de nuestros consumidores (el dinero que se ahorrarían comprando los textiles paquistaníes y los zapatos chinos) para ponerlo en el bolsillo de los productores.

La razón por la que los bolsillos de los productores peruanos tendrían que importar más a nuestro Estado que los bolsillos de los consumidores peruanos es misteriosa. Decir que esto se hace para “preservar” una industria nacional determinada no es dar una razón aceptable. Las empresas —y las industrias enteras— no son pandas a los que hay que proteger por el mero hecho de existir.

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Una empresa o una industria es una buena noticia para la sociedad en la que existe solo cuando produce bienes y servicios con mejores combinaciones de calidad y precio que aquellas otras a las que tienen acceso sus consumidores, dejando al mismo tiempo un margen de ganancia para sí misma. Una empresa que cumple estas características aumenta la riqueza en la sociedad en la que se desempeña con cada una de sus ventas (tanto por el lado de lo que se ahorra el consumidor como por el lado de lo que gana la empresa) y no necesita medidas intervencionistas para prosperar.

Argumentar que hay que proteger a las industrias existentes porque de ellas depende una cadena de personas —por ejemplo, sus proveedores o sus empleados— tampoco es dar una razón satisfactoria. Con ese argumento, el fisco tendría que haber seguido comprando máquinas de escribir a quienes todavía las producían a comienzos de los noventa hasta hoy. De lo que en verdad dependen las personas que trabajan para empresas que necesitan intervenciones estatales para ser exitosas es de la ayuda que el Estado obliga a alguien más a darles. Es decir, dependen de lo que dejan de ahorrarse los consumidores, en el caso de derechos antidumping; y de lo que pagan los contribuyentes, en los casos de subsidios. Dicho más simplemente: solo se puede depender de verdad de un negocio ahí donde hay un negocio verdadero. Donde no hay negocio real, lo que hay es una pérdida, y una pérdida no deja de ser tal porque se traslade de un grupo de productores a un grupo de consumidores (o de contribuyentes).

Para generar más riqueza y oportunidades (incluyendo nuevos empleos) no es solo necesario importante permitir que las empresas puedan nacer fácilmente; también lo es posibilitar que puedan morir prestamente, haciendo que los recursos fluyan hacia sus usos más valiosos. Por ejemplo, todas esas hectáreas que, gracias a las ayudas estatales, son dedicadas a cultivar arroz caro en la costa peruana, sin dichas ayudas se dedicarían a cultivos que se puedan producir en el Perú a menor costo que en otras partes.

En poco cambia lo anterior los casos de productos importados que son más baratos porque reciben sus propios subsidios en su país de origen. Ahí lo que tenemos es que un populista Estado extranjero está obligando a sus contribuyentes a hacernos un regalo, y los regalos están para ser aceptados.

Entonces, resumiendo, la muerte de una empresa o una industria no es una mala noticia en sí. Solo es una mala noticia que mueran las empresas que son un negocio verdadero. Si una empresa perdura por la protección que recibe del Estado, lo que hace en realidad es generar pérdidas (pérdidas que el Estado con su intervención únicamente mueve de un grupo de personas a otro). Que mueran este tipo de empresas solo puede ser una buena noticia. Su prosperidad es una mentira y en la economía, como en la vida, cuanto antes se derrumban las mentiras, es mejor.

Fernando Berckemeyer Olaechea es director del diario El Comercio de Lima.

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