El Tribunal Electoral de Brasil decide estos días si destituye a Temer

El presidente asegura que no hay de qué preocuparse: “Pienso estar dirigiendo el Gobierno hasta el 31 de diciembre de 2018”

A la crisis política en la que el presidente brasileño, Michel Temer, lleva enquistado desde hace ya tres semanas se le ha sumado una nueva trama que podría ser decisiva. Mientras las calles claman por la dimisión de un Temer cada vez más aislado y el fiscal general le investiga por corrupción, el Tribunal Electoral está a punto de pronunciarse sobre una vieja denuncia de que la campaña que le dio la vicepresidencia a él, y la presidencia a Dilma Rousseff, en 2014, no es válida porque supuestamente fue financiada de manera ilegal. Si los siete magistrados deciden que hay pruebas suficientes contra el mandatario, que se encuentra más debilitado y cuestionado que nunca, podrían ordenar su destitución. Lo que se inició en 2014 como un proceso menor, destinado solo a molestar al Partido de los Trabajadores de Rousseff tras su victoria electoral y antes de que fuera defenestrada por el impeachment del año pasado, podría suponer lo que muchos brasileños desean desde hace semanas: el desmoronamiento de la legislatura de Michel Temer.

Michel Temer el lunes en una ceremonia sobre el Día del Medio Ambiente.Eraldo Peres (AP)

Pero el que el fin parezca tan cercano no significa que sea inminante.Temer tiene al menos cuatro amigos en el Tribunal –uno de ellos es el presidente, Gilmar Mendes– y, como mínimo, un enemigo: Herman Benjamin, el instructor de la causa. Se suponía que Benjamin tenía que leer su conclusión y pedir la destitución de Temer a sus compañeros en la primera de las cuatro sesiones previstas, el martes por la noche. Para cuando acabó la segunda sesión, el miércoles, aún no había ni acabado de leer los preliminares: en lo que muchos críticos del Gobierno consideran un pésimo presagio, Mendes y los otr...

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Pero el que el fin parezca tan cercano no significa que sea inminante.Temer tiene al menos cuatro amigos en el Tribunal –uno de ellos es el presidente, Gilmar Mendes– y, como mínimo, un enemigo: Herman Benjamin, el instructor de la causa. Se suponía que Benjamin tenía que leer su conclusión y pedir la destitución de Temer a sus compañeros en la primera de las cuatro sesiones previstas, el martes por la noche. Para cuando acabó la segunda sesión, el miércoles, aún no había ni acabado de leer los preliminares: en lo que muchos críticos del Gobierno consideran un pésimo presagio, Mendes y los otros tres magistrados aliados del presidente le interrumpían constantemente, cuestionando cada una de sus frases. El proceso tendría que terminar el jueves por la noche pero ahora Mendes ha pedido sesiones adicionales y la posibilidad de prolongarse hasta el fin de semana.

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Mientras, Brasilia se entretiene especulando qué maniobras estará haciendo Temer con este tiempo extra y qué magistrado podría ser el que quiera hacerse el héroe del presidente y salvar la legislatura. Temer anunció el miércoles, ante un foro de economistas, que no había de qué preocuparse: “Pienso estar dirigiendo el Gobierno hasta el 31 de diciembre de 2018”, fecha en la que, tras elecciones presidenciales previstas para ese año, arranca la nueva legilsatura.

La destitución del presidente podría ser recibida con alegría en ciertos rincones del país, pero no pondría necesariamente fin a la crisis política: abriría un proceso inédito en su historia según el cual corresponde a una combinación de senadores y congresistas nombrar al nuevo presidente de la República (el tercero en poco más de un año). Y todavía hay muchas dobleces en las que Temer podría refugiarse. Su defensa se aferra al matiz de que el acusado es el Partido de los Trabajadores y no el Partido del Movimiento Democrático (PMDB) del mandatario. Según cómo el Tribunal interprete la Ley Electoral, existe la posibilidad de que absuelva a ambos o decida declarar culpable solo a Rousseff. Con lo cual Temer sobreviviría para enfrentarse al siguiente juicio.

Fuego amigo

Esta denuncia que ahora le quita el sueño al presidente tenía objetivos muy distintos a los que podría conseguir ahora. La presentó en 2014 el Partido de la Social Democracia Brasileño (PSDB), que entonces acababa de perder las elecciones contra Dilma Rousseff. En privado, admitieron que solo querían molestar a los ganadores. Pero cuando Rousseff fue destituida, Temer fue nombrado presidente, su PMDB llegó al poder y se alió con el PSDB en un gobierno de coalición. Esta alianza de conservadores no electos democráticamente decidió aprovechar esta oportunidad de oro para sacar adelante una serie de reformas liberales en las pensiones y en la legislación laboral. Pero esas reformas están paralizadas por la crisis política que ha provocado precisamente la corrupción en el PMDB. Y aquella vieja denuncia a la campaña del Partido de los Trabajadores es hoy una bola de nieve gigante que podría acabar con el Gobierno.

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