ANÁLISIS

Adviento de terror en Oriente Próximo

Dos grandes ataques terroristas se han sucedido en pocas horas en las dos mayores metrópolis del Mediterráneo oriental

Ciudadanos egipcios rezan por los cristianos coptos fallecidos en un atentado en El Cairo. SUHAIL SALEH (AFP)

La alerta lanzada la semana pasada por el MI6 sobre la amenaza de inminentes ataques del Estado Islámico en Reino Unido y otros países occidentales parecía una advertencia más de la inteligencia exterior británica para que los servicios de seguridad no bajen la guardia en vísperas de Navidad. El jefe del contraespionaje, Alex Younger, acababa de desvelar que contaba con agentes infiltrados en el entorno del ISIS. Quién sabe si solo para hurgar con la revelación en la herida del desmoronamiento de las filas yihadistas en el frente iraquí de Mosul —o en el que se cierne sobre Raqa, capital siria...

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La alerta lanzada la semana pasada por el MI6 sobre la amenaza de inminentes ataques del Estado Islámico en Reino Unido y otros países occidentales parecía una advertencia más de la inteligencia exterior británica para que los servicios de seguridad no bajen la guardia en vísperas de Navidad. El jefe del contraespionaje, Alex Younger, acababa de desvelar que contaba con agentes infiltrados en el entorno del ISIS. Quién sabe si solo para hurgar con la revelación en la herida del desmoronamiento de las filas yihadistas en el frente iraquí de Mosul —o en el que se cierne sobre Raqa, capital siria del califato— o para echarse un farol de película de James Bond.

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Lo cierto es que dos grandes ataques terroristas se han sucedido en pocas horas en las dos mayores metrópolis del Mediterráneo oriental, mientras las milicias del Estado Islámico despertaban de su letargo en Siria con una ofensiva a gran escala contra la emblemática Palmira. Grupúsculos de la nebulosa kurda y del islamismo radical se han apresurado a atribuirse los atentados de Estambul, la noche del sábado, y de El Cairo, en la mañana de ayer. Ambas series de deflagraciones de vehículos cargados con explosivos bien pueden llevar el sello del ISIS, que está recurriendo a los coches bomba como arma de guerra en Mosul, e incluso junto a las bimilenarias ruinas grecorromanas de Palmira.

Ambas acciones siembran además el terror en las macrourbes más vibrantes y plurales de Turquía y Egipto, de los gigantes demográficos del islam suní. Dos Estados aún no fallidos, aunque golpeados por la inestabilidad política (el paso marcado por golpes o asonadas castrenses) y la incertidumbre económica (la lira y la libra en caída libre). Los atentados se han producido en escenarios demoniacos para la visión del mundo del yihadismo: los alrededores de un estadio de fútbol y de una catedral cristiana de Oriente Próximo.

Ahora que el Pentágono acaba de contabilizar 50.000 muertos en las filas del Estado Islámico desde 2014, el ISIS ha vuelto a mover sus piezas en el tablero del conflicto de Siria. El anuncio también coincide con el despliegue de 200 militares estadounidenses como asesores de las Fuerzas Democráticas Sirias, coalición rebelde encabezada por las milicias kurdas que debe actuar como punta de lanza en el frente nororiental de Raqa.

A escasos kilómetros de Alepo, los yihadistas han asistido impasibles a la batalla final del régimen de Bachar el Asad para desalojar a los insurgentes de su mayor feudo urbano. La inesperada incursión del ISIS sobre Palmira parece querer demostrar que, a pesar de las masivas campañas de bombardeos aéreos que han machacado sus bases desde hace dos años, el Estado Islámico sigue siendo una fuerza militar temible y letal, capaz de golpear sin previo aviso la retaguardia de sus enemigos. Como advertía el jefe del MI6, antes incluso de verse forzado a abandonar sus bastiones en Irak y Siria, el terror yihadista amenaza con desbordarse hacia el exterior en tiempo de Adviento.

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