Opinión

Elecciones francesas: un divorcio a la europea

El resultado del Frente Nacional puede interpretarse como una forma de protesta contra Europa y su futuro

La líder ultraderechista Marine Le Pen. DENIS CHARLET

Los resultados de este domingo consolidan “el bipartidismo, una división pero no entre izquierda y derecha sino entre el mundialismo y el patriotismo”. Estas son las palabras con las que Marine Le Pen ha analizado los resultados de la segunda vuelta de las elecciones regionales francesas y quizás las que arrojan más luz sobre una de las claves de lo que está ocurriendo: el divorcio de los ciudadanos con la política.

La movilización durante la última semana ha impedido que el FN se in...

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Los resultados de este domingo consolidan “el bipartidismo, una división pero no entre izquierda y derecha sino entre el mundialismo y el patriotismo”. Estas son las palabras con las que Marine Le Pen ha analizado los resultados de la segunda vuelta de las elecciones regionales francesas y quizás las que arrojan más luz sobre una de las claves de lo que está ocurriendo: el divorcio de los ciudadanos con la política.

La movilización durante la última semana ha impedido que el FN se instale como líder en las regiones francesas, pero es muy probable que no haya parado la consolidación y arraigo de este partido en el panorama político. Este resultado podría ser considerado como una forma de protesta motivada por elementos coyunturales (el terrorismo, la inmigración, la crisis) y, por tanto, un fenómeno pasajero, pero también manifestación de cambios más profundos que vendrían para quedarse. En este último caso, dejando aparte las especificidades propiamente nacionales, algunos de estos elementos de carácter estructural podrían ser leídos en clave europea e incitar a una reflexión sobre el estado actual de Europa y su futuro.

Según el último informe de la OECD, Francia ha sido el quinto país que ha registrado un aumento más acusado de la desigualdad salarial.

1. Aumento de las desigualdades y malestar social. Según el último informe de la OECD, Francia ha sido el quinto país que ha registrado un aumento más acusado de la desigualdad salarial durante el periodo de la crisis que comprende de los años 2007 a 2011. Las desigualdades de ingresos han aumentado principalmente debido a la presión sobre los salarios, ligada a la emergencia del empleo “no-standard” (temporal, parcial e independiente) que constituyó entre 1995 y 2007 la mitad del empleo creado y que sigue creciendo desde 2007 a un ritmo del 1,7% de media. Según los datos del Observatorio de las Desigualdades, la pobreza también ha experimentado un incremento desde 2002. En 2013 habría en Francia entre 4,9 y 8,5 millones de pobres (según si el cálculo establece la pobreza al 50% o al 60% del nivel de vida medio). En este caso, las prestaciones sociales actuarían como reductores de las desigualdades y sin duda este punto ha sido esencial para atenuar los efectos de la crisis, pero ello se ha realizado a costa de ejercer una presión cada vez mayor sobre el sistema.

En el libro La France Périphérique (Frammarion, 2014) se afina la explicación sobre la dinámica de la desigualdad que divide a la Francia de las grandes urbes (10% de los municipios, 40% de la población) de la Francia periférica (90% de los municipios, 60% de la población). Según su autor es ésta última la que experimenta los efectos negativos de la globalización. Así, bajo el concepto de "clases populares”, Guilluy describe a un grupo muy heterogéneo formado por jóvenes, jubilados de categorías modestas, obreros, pequeños agricultores, desempleados, etc. Este grupo surge en una disolución de las clasificaciones tradicionales como sectores secundario/terciario, clase obrera/empleados, se enmarcan en la erosión progresiva de la clase media y se definen precisamente por haber quedado al margen de los grandes centros dinámicos de la economía, sostenidos por el sistema de redistribución: “Analizar el destino de las nuevas clases populares en el siglo XXI, en la época de la mundialización, es entrar en el disco duro de las fracturas francesas y del malestar democrático. Nuestro enfoque es político, o más precisamente geopolítico: permite, a través de los territorios, revelar el lugar exacto de las categorías populares de los países desarrollados, es decir, la periferia”.

Es precisamente en ese terreno donde toma arraigo el FN. Tal y como se muestra Joël Gombin en la edición de Le Monde Diplomatique de diciembre, la masa crítica de su electorado son los obreros y las personas desempleadas, es decir, los excluidos o en riesgo de estarlo, pero también los trabajadores que viven en los territorios donde la economía es frágil, centrada en los servicios, prestaciones sociales, turismo y función pública.

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La política ha entrado en crisis porque ha dejado de ser percibida como un instrumento útil a través del cual los ciudadanos pueden tomar decisiones de envergadura sobre su futuro.

2. Izquierda o derecha: ni izquierda ni derecha. Directamente relacionado con el punto anterior, la política ha entrado en crisis (cómo pueden ser interpretadas de otra manera tasas de abstención del 50%) porque ha dejado de ser percibida como un instrumento útil a través del cual los ciudadanos pueden tomar decisiones de envergadura sobre su futuro, traduciéndose esas decisiones en la aplicación de políticas coherentes. Ello se explica, entre otras cosas, por la asunción tanto de la derecha como de la izquierda tradicionales del paradigma económico liberal, que en la práctica se traduce en una variabilidad muy limitada de las políticas a pesar de los cambios de signo del gobierno. Regidos por un pragmatismo avant tout, no dudan en hacer una amalgama que sintetice todas las tendencias. En el caso francés dos ejemplos ilustran la intercambiabilidad de las políticas: el pacto de responsabilidad y las medidas de seguridad adoptadas tras los atentados de noviembre, ambos llevados a cabo por el gobierno socialista de Hollande. En el primer caso, el pacto de responsabilidad fue diseñado para aumentar la competitividad de las empresas y estimular el empleo a través de la reducción de la fiscalidad y el coste del trabajo. Estas medidas, financiadas a través del alza del IVA y del gasto público, fueron el primer guiño liberal del nuevo gobierno y muy controvertidas, particularmente en el seno del propio Partido Socialista y de la extrema izquierda que las ha descalificado como una política de la oferta que perjudica a los trabajadores. En lo que tiene que ver con el segundo ejemplo, las medidas de seguridad presentadas por el gobierno tras los atentados de noviembre, algunas de ellas como la retirada de la nacionalidad francesa para los implicados en actividades terroristas con doble nacionalidad, se encuentran en la línea de las propuestas hechas por el FN. Si el objetivo de dicho movimiento era cortar en seco las críticas de la derecha, también han tenido un efecto colateral: respaldar, al fin y al cabo, el discurso del FN.

Ello podría ser entendido de una manera positiva, como una superación de las ideologías (de hecho es así como se vende) si no fuera porque es imposible algo así como un sistema sin ideología, porque siempre hay una ideología subyacente. Así, la clase política y más concretamente, esta izquierda pragmática da la impresión de hacer una política destinada a la clase superior, a una élite protegida y triunfadora que puede seguir permitiéndose votar a la izquierda como forma de aplacar su mala conciencia social. Denunciando este hecho, esta igualación de la izquierda y la derecha, es como el FN puede presentarse como una alternativa, como la única alternativa, dando como resultado más que paradójico, una clase trabajadora que habría desertado la izquierda para integrar las filas de la extrema derecha.

Cada vez más ciudadanos tienen la sensación de sentirse sacrificados como el precio que hay que pagar por un proceso de globalización entendido como una descarnada competencia.

3. Identidad. Es sin duda en este punto donde aparece toda la aberración del proyecto del Frente Nacional como respuesta a los dos problemas señalados más arriba: no a la inmigración, no a Europa, cierre de fronteras. Sin embargo, es legítimo y necesario que la clase política y ello en toda Europa, se interrogue por qué una parte cada vez mayor de sus ciudadanos consideran esto como la única solución a sus problemas, por qué tienen la sensación de sentirse sacrificados como el precio que hay que pagar por un proceso de globalización entendido como una descarnada competencia que cada vez tiene menos complejos en mostrarse como un sistema generador de desigualdad, en fin, por qué sus ciudadanos están ellos mismos dispuestos a sacrificarlo todo. Si los atentados del pasado noviembre y, de manera más general, la penetración de las ideologías religiosas radicales en Europa han mostrado la incapacidad de nuestras sociedades para ofrecer a muchos jóvenes un modelo con el que identificarse, en el que desarrollarse, el surgimiento de partidos de extrema derecha es la otra cara de la misma moneda. Le Pen se equivoca porque la respuesta no es menos Europa, sino más Europa, a condición de que esté a la altura y sea capaz de desarrollar un modelo que permita el desarrollo económico pero también social, que proteja no solo sus intereses económicos sino también a sus ciudadanos y para ello es necesario hoy más que nunca una izquierda europea capaz de ofrecer una alternativa real.

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