Tribuna

Piojo enchilado

Mi amigo el periodista Juan Diego Quesada me había invitado a escribir una crónica sobre el debut de México en la Copa América 2015, en su partido contra Bolivia, y me sentí intimidado por el tedio aplastante del mentado partido y por al menos una de las acertadas metáforas que el propio Quesada extrajo de su chistera para calificar buena parte del encuentro: escribió que aquello a ratos parecía como una reunión de camareros parados en la me...

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Mi amigo el periodista Juan Diego Quesada me había invitado a escribir una crónica sobre el debut de México en la Copa América 2015, en su partido contra Bolivia, y me sentí intimidado por el tedio aplastante del mentado partido y por al menos una de las acertadas metáforas que el propio Quesada extrajo de su chistera para calificar buena parte del encuentro: escribió que aquello a ratos parecía como una reunión de camareros parados en la media cancha sin clientela. Partido aburrido no exento de reclamos por penaltis (a fin de cuentas, inexistentes en tanto no sean marcados por el árbitro) y muchas distracciones fuera de cancha que nada tenían que ver con el juego: que si el Piojo Herrera abusó de su figura popular de seleccionador nacional al lanzar tramposos tuits de proselitismo político el mero día de las elecciones, que si le hace agua a la canoa a la mafia del futbol mexicano el imparable rumbo que prometen tomar las auditorías a la FIFA, etc.

Con todo, a mí sólo se me ocurría titular una posible crónica del debut de México en esta Copa América 2015 con el quizá desafortunado —aunque quizá atinado— título: “¡Hazme Piojito!”, en alusión a las deliciosas cosquillas que acostumbraban propinar las abuelas (y algunas novias) a la cabellera bruna de cualquier incauto para provocar un sueño instantáneo. Parecía que la selección mexicana había logrado orquestar una suerte de somnolencia contundente y de ese sueño necio no pude escribir la solicitada crónica…

Pero llegó un lunes raro en que parece que se han desatado las lluvias de goles en el torneo, por demás discreto hasta hoy en la suma de los mismos, y aquí intento entonces celebrar un festival de ida y vuelta, donde el marcador empatado a tres goles entre los equipos de Chile y México parecen metaforizar varios lugares comunes: yo pisaré las calles nuevamente que rodean al Estadio Nacional, otrora penal inmenso de detenciones y torturas absolutamente injustificadas en el pasado ya en blanco y negro del oprobioso golpe militar que enviara precisamente a México a tantos exiliados chilenos; más temprano que tarde, sin reposo los primeros goles aparecieron en los primeros minutos, uno tras otro, precisamente como confirmación de que Chile es una nación en technicolor que ha superado democráticamente—no sin polémicas y problemas—el gris pretérito de su dictadura y México, un país que se da el lujo de enviar a una selección alternativa a la llamada grande, con capacidad ahora demostrada por jugar como la que va al Mundial o la otra Copa.

El equipo de los verdes que este lunes jugaron de luto parecían responder a un impulso emocional: el Piojo andaba enchilado

Mientras los expertos y entendidos discuten si la clave está en “ reajuste de la línea de cinco, por lesión de Rafa Márquez” o si había que echar mano de mágicos humos de copal prehispánico para encontrar un verdadero líder entre la improvisada tribu azteca, lo cierto es que el equipo de los verdes que este lunes jugaron de luto parecían responder a un impulso emocional que irradiaba su vibra desde la banda: el Piojo andaba enchilado. El señor Herrera, entrenador que se ganó más memes que un cantante durante el pasado Mundial de Brasil por la enjundia facial, el lenguaje corporal y el decibelaje de los gritos con los que comanda y celebra goles desde la orilla de la raya blanca, contagió esta noche en Chile un coraje efervescente que explica –a pesar de mucho pelotazo volibolero, mucho pase de larga distancia y muchas jugadas erráticas—el fervoroso empeño con el que los jugadores de México lograron un más que digno empate ante el Chile anfitrión, sin descartar que el triunfo estuvo a pocas hebras de cuajarse.

En esta época en la que predominan jugadores tatuados, lamentos fingidos (todos idénticos, al llevarse ambas manos a la cabeza al fallar tiros imposibles) y esta realidad mediática tan ajena a las épocas del balón pesado de cuero en el que todo jugador sabe perfectamente que está siendo filmado por ocho cámaras a la vez y, por ende, visto por millones de testigos en todos los idiomas… aún se cuelan arteras patadas que nadie ve, ni el árbitro, offsides que se revelan en cámara lenta más no al instante y manitas dudosas. En esta época en la que tenemos que aprendernos nuevos nombres de genios insospechados, al tú por tú con los memorizados cracks de los grandes equipos… ningún equipo es realmente favorito a ciegas y todo compadre es capaz de consagrarse, con sus raros peinados a buril, sus horrendos tatuajes como mangas de encajes negros y sus botines aún exentos de patrocinio millonario.

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Dicho lo anterior, el naciente invierno andino parecía calentarse con los ánimos encendidos, los empeños enchilados, de los jugadores de ambos equipos y así, tanto Chile como México pueden firmar haber participado en un auténtico match de fuerzas, cada uno con la taquicardia particular con la que resuelven el enigma constante de sus medias canchas, el juego aéreo que depende de sus respectivos promedios de estatura física y el espasmo manifiesto de las verdaderas ganas que tenían de ganarse. Para mí que estos se han de volver a ver las caras –en esta Copa o en el próximo Mundial—como contrincantes que ya se perdieron los miedos y que ambos equipos han advertido a sus próximos posibles rivales de esta Copa América que están dispuestos a desvivirse las respectivas camisetas ante los tradicionales rivales supuestamente imbatibles de la zona o ante los sorpresivos equipos que parecen también capaces de romper toda quiniela.

Lo dicho: un piojo enchilado produce una inquietante comezón no sólo capaz de contagiar las ansias de gol, sino la necesaria adrenalina para aniquilar toda somnolencia.

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