Análisis

Túnez, el sueño democrático sigue

Por más que los tunecinos tengan una dosis suplementaria de visión de futuro, la amenaza del terrorismo no va a desaparecer

Cuando hace poco más de un mes Túnez estrenó Gobierno, de nuevo volvió a destacarse la excepcionalidad tunecina: por fin un país árabe conseguía encarrilar su transición democrática. En la cuna de la primavera árabe, los secularistas del partido liberal Nida Tunes (que obtuvieron 86 escaños de 217 en las elecciones legislativas de octubre de 2014) habían aceptado un gobierno de coalición que incluía a los islamistas de Ennahda, los grandes perdedores tras las expectativas puestas en ellos (obtuvieron 69 escaños). La participación islamista fue más bien simbólica, la cartera de Trabajo...

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Cuando hace poco más de un mes Túnez estrenó Gobierno, de nuevo volvió a destacarse la excepcionalidad tunecina: por fin un país árabe conseguía encarrilar su transición democrática. En la cuna de la primavera árabe, los secularistas del partido liberal Nida Tunes (que obtuvieron 86 escaños de 217 en las elecciones legislativas de octubre de 2014) habían aceptado un gobierno de coalición que incluía a los islamistas de Ennahda, los grandes perdedores tras las expectativas puestas en ellos (obtuvieron 69 escaños). La participación islamista fue más bien simbólica, la cartera de Trabajo y tres secretarías de Estado, pero permitió a sus líderes presentar unos resultados mínimos a las bases y, sobre todo, garantizó la incorporación del islamismo a la transición en marcha. Desde el lado antiislamista, el pacto supuso una concesión mínima, a la vista de que ni el Ejército, ni los jueces ni las potencias del Golfo iban a acudir en su auxilio, como había sucedido en Egipto. Pero por más que los tunecinos tengan una dosis suplementaria de visión de futuro, las amenazas contra el experimento que han puesto en marcha no van a desaparecer, y el terrorismo, como tan bien sabe hacer, está a punto de constituirse en la mayor de ellas.

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Precisamente la víspera de la aprobación parlamentaria del nuevo Gobierno, el presidente Béji Caïd Essebsi declaró que su “principal prioridad iba a ser garantizar la seguridad y la lucha contra el terrorismo”, e insistió en la necesidad de acelerar la aprobación de una ley antiterrorista que se había pospuesto durante meses. En pleno tránsito posrevolucionario, la ecuación entre libertad y seguridad siempre es, si cabe, más complicada. El terrorismo y la crisis económica, materializada en tasas de desempleo juvenil insostenibles, han centrado los primeros pasos del Ejecutivo. Y los jueces, remanente del viejo régimen de Ben Ali, no han ayudado: han declarado varias huelgas, recelosos de la tramitación de un nuevo estatuto que, a su entender, recorta su independencia, y se ha agudizado su enfrentamiento con la abogacía, que les reclama transparencia.

Tampoco la situación de sus vecinos se lo ha puesto fácil al nuevo Túnez: Libia es un coladero del yihadismo para todo el norte de África; la inestabilidad en Argelia aumenta (desde la semana pasada las protestas populares contra los planes de extracción de gas de esquisto se extienden por todo el país); y la presión migratoria africana ha tomado el país del jazmín por trampolín hacia Italia.

Pero Túnez sigue siendo un referente de las luchas transversales por un mundo posible, más justo, más libre, mejor. No solo árabe, o mediterráneo, sino global. La próxima semana está prevista la celebración en su capital del Foro Social Mundial 2015, y sin duda los terroristas lo han tenido muy presente: han querido amedrentar a los tunecinos, poner en estado de excepción a sus cuerpos de seguridad y dar argumentos a los líderes europeos que cierran fronteras y estigmatizan el islam. Y no menos han querido dar razones a los mandatarios árabes que recortan libertades, desde el Golfo hasta el Atlántico.

Luz Gómez es profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid.

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