Columna

De Yalta a Minsk

El pacto evita el abismo de momento, pero no es una buena solución

Hace justo 70 años, irónica coincidencia, la Unión Soviética de Stalin, los Estados Unidos de Roosevelt y el Reino Unido de Churchill, con Hitler prácticamente derrotado, se reunían en Yalta, en la península de Crimea, para repartirse como aliados victoriosos la Europa resultante tras la catástrofe de la II Guerra Mundial. La creación de zonas de influencia para occidentales y soviéticos que romperían la alianza que hizo posible la derrota nazi, y que daría paso a la guerra fría y al telón de acero. Siete décadas después, la reclamación de las esferas de dominio regionales exclusivas por un he...

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Hace justo 70 años, irónica coincidencia, la Unión Soviética de Stalin, los Estados Unidos de Roosevelt y el Reino Unido de Churchill, con Hitler prácticamente derrotado, se reunían en Yalta, en la península de Crimea, para repartirse como aliados victoriosos la Europa resultante tras la catástrofe de la II Guerra Mundial. La creación de zonas de influencia para occidentales y soviéticos que romperían la alianza que hizo posible la derrota nazi, y que daría paso a la guerra fría y al telón de acero. Siete décadas después, la reclamación de las esferas de dominio regionales exclusivas por un heredero de Stalin ha provocado la mayor crisis del mundo euroatlántico con Rusia desde la caída hace un cuarto de siglo del Muro de Berlín.

Europa, tras enseñar a Ucrania sin pensárselo dos veces el caramelo de su asociación con la UE, ve impotente como Rusia se anexiona Crimea y más tarde viola por la fuerza las fronteras de Ucrania. En claro desafío de la legalidad internacional. Pero como la guerra por Ucrania con una Rusia nuclear es impensable, sobre todo para los europeos, pero también para Estados Unidos, Putin obtiene una primera victoria estratégica. Asumimos así la fábula tejida hábilmente por el presidente ruso de que no es el agresor y de que su niet a la soberanía ucrania es solo un movimiento defensivo y lógico al sentirse cercado por el avance de la OTAN en su vecindad; el pago debido a Rusia por el supuesto maltrato occidental sufrido tras la implosión de la URSS.

El acomodo conseguido por el frágil acuerdo de alto el fuego, tras las tensas 16 horas de negociación en Minsk entre Putin y el presidente de Ucrania, acuciados por Merkel y Hollande, no es la solución perfecta, ni siquiera buena, es el apaño posible ahora. Un primer ladrillo que evita de momento el abismo al que estábamos asomados. Un primer paso con tres explicaciones. La geografía, que es el destino, potenciada por la historia. Ucrania y Rusia nacen juntas. Rusia sin Ucrania es un país; con Ucrania, su ancla en Europa, puede mantener su sueño imperial euroasiático. Ucrania, tan lejos de Dios y tan cerca de Rusia, es el lastre geopolítico que estabiliza a Rusia. Una Ucrania estable y democrática integrada en Europa sería una bomba de relojería interna para Putin.

La realpolitik de Merkel: la canciller vio desde la RDA como Jruschov levantaba el Muro de Berlín y se dio cuenta de que era imposible hacer nada práctico para evitarlo. Los esfuerzos inútiles solo conducen a la melancolía. Y la paciencia estratégica define la política exterior de Obama, que, prudentemente, contempla el mundo más como puede que como debe ser.

Conflicto congelado en Ucrania a través de un compromiso inestable, todavía solo un incierto alto el fuego, que reserva a Putin el control en las fronteras del país hasta finales de 2015. Su devolución a la soberanía ucrania queda condicionada a una reforma constitucional que defina una autonomía para el este del país. Ucrania Estado tampón, patio trasero de Rusia pero también de Europa. 

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