Columna

Túnez es la solución

Será la segunda alternancia en el poder desde el fin de la dictadura

Túnez era la solución en 2011 y sigue siendo la solución en 2014. La salida tunecina de la dictadura fue la solución entonces admirada e incluso emulada en aquel año de las revoluciones árabes y ahora, casi cuatro años más tarde, de nuevo la construcción tunecina de la democracia parlamentaria y pluralista sigue ofreciéndose como solución ante el fiasco generalizado del islamismo político cuando ha alcanzado el poder y ante la cosecha de horror, violencia y caos en que han derivado todas las otras transiciones árabes entonces iniciadas.

Las elecciones legislativas del pasado domingo, pr...

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Túnez era la solución en 2011 y sigue siendo la solución en 2014. La salida tunecina de la dictadura fue la solución entonces admirada e incluso emulada en aquel año de las revoluciones árabes y ahora, casi cuatro años más tarde, de nuevo la construcción tunecina de la democracia parlamentaria y pluralista sigue ofreciéndose como solución ante el fiasco generalizado del islamismo político cuando ha alcanzado el poder y ante la cosecha de horror, violencia y caos en que han derivado todas las otras transiciones árabes entonces iniciadas.

Las elecciones legislativas del pasado domingo, primeras que se celebran con la nueva Constitución recién estrenada y segunda alternancia en el poder desde la caída del dictador, han arrojado un paisaje polarizado entre las dos mayores formaciones, la laica Nida Tounes o Llamamiento por Túnez y la islamista Ennahda, pero también fragmentado y sin mayorías suficientes para gobernar en solitario.

La revolución tunecina que echó del poder a Ben Ali en apenas cuatro semanas ejerció una gran capacidad de atracción sobre las opiniones públicas del mundo árabe y especialmente en la revuelta egipcia de la plaza Tahrir. El lema islamista de los Hermanos Musulmanes egipcios “El islam es la solución” se vio sustituido entre los jóvenes por el lema “Túnez es la solución”, que ahora vuelve a adquirir vigencia.

Como en Egipto, los islamistas tunecinos, que alcanzaron el Gobierno en las primeras elecciones libres de 2011, han sufrido el desgaste del poder y se han mostrado incapaces de poner de nuevo en marcha la economía. Su política antiterrorista ha sido ambigua y en alguna forma también responsable del surgimiento de la violencia política. Pero a diferencia de sus homólogos egipcios, participaron en una Constitución incluyente y pluralista, han sabido abandonar el poder y aceptan ahora su nueva posición subordinada. Ennahda es el único partido islamista que mantiene un fondo de credibilidad tras unos desastrosos balances de gobierno que ya empiezan a alcanzar, incluso, a la Turquía de Erdogan, en su momento el modelo que ofrecía el islam democrático a toda la región.

El partido vencedor Nida Tounes ha obtenido pacífica y democráticamente, como resultado del libre juego electoral, una síntesis similar a la que la oposición laica egipcia buscó en su apoyo en la calle al golpe de Estado militar contra Mohamed Morsi. En sus filas hay antiguos cuadros del régimen derrocado, que se han aliado a quienes se opusieron a Ben Ali desde posiciones progresistas y laicas para combatir juntos el modelo islamista restrictivo para las libertades individuales y el pluralismo.

El camino tunecino sigue contrastando con los caminos perdidos de la primavera árabe, en los que hay varios estados fallidos y fragmentados —Libia, Yemen, Siria, Irak—, el regreso del poder militar en Egipto, el inmovilismo de Argelia o la moda siniestra del califato islámico alentada subrepticiamente por Gobiernos de la región.

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