OBITUARIO

Ghasan Tueni, el profeta de la ‘primavera árabe’

Fue el precursor intelectual de estas revueltas y una brillante figura en la vida pública de su país

Gashan Tueni.MOHAMED AZAKIR (REUTERS)

Mucho antes de que en 2011 miles de jóvenes indignados llenasen la plaza de Tahrir en El Cairo, la kasbah de Túnez o las calles de Saná, un venerable intelectual que bien podría ser su abuelo sembraba Oriente Próximo de semillas de futuro. Sus anhelos de libertad, dignidad y justicia, su visión democrática del mundo árabe –que los clichés orientalistas aún vigentes presentan como refractario a ella-, fueron los mismos que alentaron la primavera árabe que desde hace un año largo sacude, entre ríos de sangre y aroma de esperanza, los cimientos de la región. Ghasan Tueni, periodista y político li...

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Mucho antes de que en 2011 miles de jóvenes indignados llenasen la plaza de Tahrir en El Cairo, la kasbah de Túnez o las calles de Saná, un venerable intelectual que bien podría ser su abuelo sembraba Oriente Próximo de semillas de futuro. Sus anhelos de libertad, dignidad y justicia, su visión democrática del mundo árabe –que los clichés orientalistas aún vigentes presentan como refractario a ella-, fueron los mismos que alentaron la primavera árabe que desde hace un año largo sacude, entre ríos de sangre y aroma de esperanza, los cimientos de la región. Ghasan Tueni, periodista y político libanés muerto el pasado 8 de junio en Beirut a los 86 años, fue el precursor intelectual de estas revueltas, y una brillante figura en la vida pública de su país, además del periodista más brillante. En lo privado, fue un héroe superviviente: solo así se puede denominar al padre que entierra a todos sus hijos.

Tueni, formado en Beirut y Harvard, no habría podido ser sino periodista. El diario al que se mantuvo ligado toda la vida, An Nahar (El Día) –donde se estableció su capilla ardiente-, había sido fundado a principios del pasado siglo por su abuelo, Gebran Tueni. El ambiente intelectual y cosmopolita de la familia guio sus primeros pasos y determinó su formación académica, en filosofía y política. Durante su estancia en Harvard, recibió la noticia de la repentina muerte de su padre y, con solo 22 años, regresó a Beirut para hacerse cargo del periódico, donde pronto se convirtió en director y sufrió la represión de la censura, con estancia en la cárcel incluida. A intervalos, lo dirigiría durante casi toda su vida.

Tueni, cristiano greco-ortodoxo pero defensor a ultranza de la separación de Iglesia y Estado, inició tres años después su carrera política, en la que desarrolló numerosos puestos: la presidencia del Parlamento, la vicepresidencia del Gobierno y la titularidad de varios ministerios. Entre 1977 y 1982, en el periodo álgido de la guerra civil libanesa (1975-90), fue representante permanente de Líbano en Naciones Unidas. Fue entonces cuando, desde la tribuna de oradores del Consejo de Seguridad, clamó un día de 1978: “¡Dejen a mi pueblo vivir!”, un llamamiento que resultó determinante para que el máximo órgano de la ONU adoptase poco después una resolución a favor de la retirada de las tropas israelíes de Líbano. Siria, Israel y las guerrillas palestinas movían violentamente los hilos de cuanto sucedía en el país de los cedros, un tablero de juego de intereses espurios donde también las grandes potencias (Francia, sobre todo) intrigaban a su antojo.

Tueni, desde la tribuna de las páginas de opinión de An Nahar, se creó muchos enemigos: era imposible no hacerlo en Líbano durante la contienda sectaria, bastaba con respirar para ello. En sus editoriales, defendió la soberanía nacional ante Siria (con Rusia e Irán en la antecámara) y luchó sin descanso por los derechos de las mujeres y las minorías –y en Líbano las hay para dar y tomar- en el marco de un Estado plural y laico. En los años setenta, cuando las fuerzas sirias ocuparon la redacción de An Nahar, se las apañó para seguir editando el diario desde París. Sus proclamas cobran especial importancia ahora que la contienda civil siria amenaza peligrosamente con prender en el país vecino.

A su funeral, casi unas exequias de Estado –el féretro fue trasladado desde las oficinas del diario al Parlamento, y luego a la catedral ortodoxa- , asistieron personalidades de todas las comunidades religiosas y políticas del país. Porque, al margen de su figura intelectual y política, Ghasan Tueni era un hombre muy querido. Su trágica vida familiar le granjeó simpatías y apoyos: perdió a sus tres hijos (la única chica, de cáncer cuando tenía 7 años; a Gebran, asesinado por un coche bomba en 2005, y al tercero en un accidente de coche). Como todo libanés, Tueni fue un superviviente en el más amplio sentido de la palabra.

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