Jaz Brisack, la joven estadounidense que abre paso al sindicalismo
La activista de Texas fue la primera persona que logró asociar a los trabajadores de un Starbucks. Es un símbolo para su generación
Es casi una caricatura, pero en cierta manera el café representa el ethos estadounidense. Está el nervio, el chute que busca productividad, la oferta salvaje. En Starbucks, por ejemplo, puedes elegir granos de café de Guatemala, de Jamaica, de Sumatra, de Kenia, de H...
Es casi una caricatura, pero en cierta manera el café representa el ethos estadounidense. Está el nervio, el chute que busca productividad, la oferta salvaje. En Starbucks, por ejemplo, puedes elegir granos de café de Guatemala, de Jamaica, de Sumatra, de Kenia, de Hawái y hasta uno especial con vistas a Navidad. Pero la libertad no es decidir qué café tomar, debió de pensar Jaz Brisack durante el invierno de 2020, cuando cada helada madrugada abría el Starbucks de la avenida Elmwood de Buffalo, en el Estado de Nueva York.
Como tantos, Brisack se dedicaba a hacer cafés humeantes, a envolver muffins de color lavanda y sacar brillo a tazas inmensas. Pero su objetivo real era hacer un salting, esto es, infiltrarse en el trabajo y animar a sus colegas a sindicarse, ganándose su confianza y convenciéndoles —uno a uno— sobre la necesidad de lidiar por sus derechos. Una acción que ha de hacerse en los momentos de descanso, durante los cambios de turno o en la barra, entre capuchinos y expresos, y sin que ningún jefe se dé cuenta. Si no, te pueden despedir. Por eso, en la mañana de su entrevista de trabajo, Brisack era un manojo de nervios. “¿Es posible que Starbucks me contrate?, me preguntaba. Una búsqueda en Google y descubrirían que me dedicaba a la organización sindical, y mi tapadera se iría al traste”, escribe en su libro Get on the Job and Organize: Standing Up for a Better Workplace and a Better World (Ponte manos a la obra y organízate: lucha por un mejor lugar de trabajo y un mundo mejor, sin traducción en español, 2025), una lectura “imprescindible para cualquiera que se preocupe por combatir la desigualdad económica y salvar la democracia”, según Robert Reich, ex secretario de Trabajo de EE UU.
Brisack (Houston, 1997), confundó Inside Organizer School (donde se enseña a poner en marcha los intrincados procesos de sindicación estadounidense) y se dedica a promover la organización sindical. Consiguió su objetivo: le dieron el puesto de trabajo, y el 9 de diciembre de 2021 la mayoría de los trabajadores de la cafetería votaron a favor de fundar el Starbucks Workers United, el primer sindicato de la empresa desde su fundación en 1971 en Seattle.
Hoy, más de 500 Starbucks estadounidenses tienen sindicatos (menos del 4% del total), pero que suceda eso en la empresa cafetera más grande del mundo es un hecho histórico. En la Europa del Estado de bienestar (hoy en juego) es tradición la presencia de sindicatos y comités de empresa con fuerza política y social. Pero en Estados Unidos, en general, estos son asociaciones de trabajadores de un mismo centro de trabajo que, tras lograr formarse —a pesar de las muchas trabas—, empiezan el proceso de negociación de su propio contrato colectivo.
La lucha de Brisack y compañía es antigua como las fábricas del siglo XIX, pero usan las redes sociales como vehículo de formación, difusión y altavoz. De hecho, la victoria de Buffalo se siguió masivamente en TikTok, y no es un detalle menor: los manuales de formación sobre salting incluyen una sesión sobre ‘TikTok como lucha de clases’. Según Alicia del Río, del sindicato de Inquilinas, ese tipo de manuales está impulsando el paso de la cultura de la delegación “a la cultura de la participación, donde hay un papel importante en activar al resto. Eso es un cambio de enfoque brutal”.
Brisack se define como nerd (empollona) de los movimientos laborales: una de sus canciones favoritas es I wish I was a mole in the ground, una balada folk que habla del trabajo esclavizante en tiempos de construcción del ferrocarril. Estudió Políticas Públicas en la Universidad de Mississipi y aprendió modelos de organización laboral en la Universidad de Berkeley, California. También recibió una beca Rhodes para estudiar Historia Intelectual en Oxford, pero después frenó su brillante carrera académica para dedicarse al activismo. Y eso es un ejemplo importante. Del Río destaca que victorias como las de Starbucks las lograra gente joven, a la que muchas veces se acusa de centrarse en cuestiones de identidad y de no interesarse por temas sindicales. “Callan muchas bocas”, dice en conversación por WhatsApp.
Maximilian Alvarez, al frente del portal The Real News Network, explica que Brisack forma parte de un nuevo paisaje político poblado de jóvenes con empleos mal pagados y horarios extenuantes que se sintieron abandonados durante la pandemia. “Están cogiendo el toro por los cuernos –añade al teléfono Jaime Caro-Morente, Doctor en Historia Contemporánea de la UAM– y están hablando abiertamente de sindicarse, de derechos laborales, de luchar contra la crisis climática, contra el racismo o la brutalidad israelí en Gaza”. Este verano una encuesta reveló que el 62% de los milenials y de la generación Z estadounidenses tiene una opinión “favorable” del socialismo (entendido como políticas que impulsan redes de protección social sólidas). En ese contexto, Brisack representa un movimiento de gente joven que entiende que las condiciones de vida son cada vez más injustas y va de cara contra ello, según Caro-Morente.
Peligro de deshumanización
La experiencia también es un grado. De adolescente, Brisack trabajó en la panadería-cafetería Panera Bread en Alcoa, Tennessee, donde vivió interminables jornadas de pie, cargando hielo y lavando platos con restos de sopa de brócoli y queso cheddar. Allí, junto con otros jóvenes, sufrió “la condescendencia de los clientes hacia los trabajadores del sector servicios y las duras tácticas que utilizaban los jefes en el lugar de trabajo”, escribió en la revista Dissent.
En California aprendió con John Logan, director de Estudios Laborales en la Universidad Estatal de San Francisco, hasta qué punto las empresas tienen la última palabra. Como explica Logan por videollamada, “el relato que se intenta imponer es que los sindicatos son una cosa de dinosaurios que no tiene sentido en el siglo XXI. Pero la realidad es que muchas grandes empresas hacen lo que sea por aplastar cualquier intento de organización”.
La idea motriz de Brisack es tan simple como audaz hoy. Se trata de formar a grupos de personas para organizarse y poner freno a las prácticas más brutales del capitalismo, diseñado “para despojar a todo el mundo de su humanidad”, alertó en el podcast de Alvarez el pasado julio. Y su idea va ganando adeptos. “Si queremos ver normas y valores democráticos en la sociedad, debemos impulsarlos en el trabajo. La mayoría de los trabajadores pasan más de 40 horas a la semana bajo lo que Brisack denomina ‘una dictadura de los jefes’. La organización sindical representa el único mecanismo probado para llevar la democracia auténtica al lugar de trabajo”, escribía el pasado agosto Aparna Rae en Forbes, una revista nada sospechosa de simpatías izquierdistas.
Brisack es lo más parecido a la némesis de Trump. Es amable, cree en la comunidad, es queer, viene de una familia trabajadora y persevera en lo que hace. “Da confianza, y hace pensar a muchos jóvenes que ellos también pueden luchar por sus derechos. Porque ahora mismo la situación aquí es terrible, y muchísimos trabajadores —migrantes, del servicio público, trans…— tienen miedo, pensando que en cualquier momento los pueden despedir o llevárselos”, revela Logan.
Frente a ese miedo, Brisack habla de la “alegría” de la lucha compartida y de la defensa de la democracia desde el trabajo. Estos días anda en campañas sindicales con la United Food and Commercial Workers. Además de en Starbucks, también participó en negociaciones en Nissan, Ben & Jerry’s y en Tesla, donde con varios compañeros revelaron la intención de sindicarse. El despido fue fulminante.