Meg Ryan o la posibilidad de fingir el mismo orgasmo por segunda vez

Somos muchas las personas que deseamos sentarnos en la mesa del Katz’s Deli para sentir lo mismo que Meg. Es una de las cosas que quiero hacer en Nueva York

Fotograma de la película 'Cuando Harry encontró a Sally'Pictorial Press Ltd (Alamy / Cordon Press)

Creo que voy a visitar, por primera vez, Nueva York. Digo creo porque siempre que lo intento algo se trunca. La última vez, ya con los billetes comprados, estalló la pandemia y nos encerraron. Pero, cinco años después, vuelvo a estar ilusionada. Tengo una lista de cosas que quiero hacer allí que he ido alimentando con los años y que nunca se ha saciado. Una es sentarme en el mítico Katz’s Deli y pedir el sándwich de pastrami que Meg Ryan se come mientras finge su célebre orgasmo en ...

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Creo que voy a visitar, por primera vez, Nueva York. Digo creo porque siempre que lo intento algo se trunca. La última vez, ya con los billetes comprados, estalló la pandemia y nos encerraron. Pero, cinco años después, vuelvo a estar ilusionada. Tengo una lista de cosas que quiero hacer allí que he ido alimentando con los años y que nunca se ha saciado. Una es sentarme en el mítico Katz’s Deli y pedir el sándwich de pastrami que Meg Ryan se come mientras finge su célebre orgasmo en Cuando Harry encontró a Sally. Pues bien, ha sido comprar los billetes, y Meg Ryan ha decidido volver a fingir ese mismo orgasmo, solo que 35 años después. Ella y Billy Cristal han grabado la misma escena en el mismo bar para un anuncio de mayonesa y, al verlos ahora, con tanto tiempo encima, no puedo dejar de preguntarme si se puede fingir el mismo orgasmo dos veces y si puede cumplirse un deseo 20 años después de anhelarlo por primera vez.

Lo primero que debo decir es que no soy la única. Somos muchas las personas que deseamos sentarnos en la mesa de Katz’s Deli para sentir el falso orgasmo de Meg. Somos tantas que del techo del local cuelga un cartel que dice: “Donde Harry encontró a Sally. Esperamos que tú tomes lo mismo que ella. Disfruta”. La frase me parece buenísima porque es lo que todos buscamos en la ciudad más visitada del mundo: sentir por primera vez lo que otros sintieron antes. Millones de almas volamos allí cada año para satisfacer deseos que ni siquiera son nuestros del todo, pues los fabricamos con ayuda del cine, la música o la televisión. Por eso creo que la esencia de la ciudad está recogida en la mesa del deli, en la promesa de que si nos sentamos ahí podremos pedir lo mismo que ella. ¿Y quién es ella? Ella es Meg Ryan, Carrie Bradshaw, Lena Dunham, Dominique Jackson o Taylor Swift. Ella es todas y todos los que quieras. Y ella, o, mejor dicho, el deseo de ser ella, no envejece jamás.

Hasta ahora. Porque la ciudad entera ha cambiado ahora que Meg Ryan ya no es la del primer orgasmo. Y no hablo de las cicatrices del tiempo, sino de que el anuncio nos recuerda que, si ella no es la misma, nosotras tampoco lo somos y que, quizá, nuestros deseos sean también otros. Veo el anuncio y comprendo que algunos de mis anhelos perdieron su momento, porque se me escaparon o porque ya no soy quien alguna vez los sintió. Así que cuando veo a Meg Ryan 35 años después me vengo abajo. ¿Qué hago ahora con mi lista de cosas que hacer en Nueva York? ¿Aún quiero hacerlas? Hace un año, Meg Ryan contó a Gregorio Belinchón en EL PAÍS que ella nunca quiso volver al deli. Quien sí lo hizo fue su hijo, y cuando se encontró el cartel la llamó por teléfono: “Mamá, esto es megavergonzoso”. ¿Pero qué le dio tanta vergüenza? Creo que encontrarse con la figura de su madre convertida en una máquina expendedora de deseos satisfechos. Y, por si fuera poco, ahora llega la mayonesa arrojando aún más deshonra al sándwich. No sé. La publicidad es una vergüenza, envejecer también lo es, fingir orgasmos puede serlo y querer ir a Nueva York me resulta, definitivamente, vergonzoso. Sin embargo, y a pesar de todo, aún quiero ir a Coney Island, buscar la máquina de Zoltar y pedirle un deseo, uno capaz de llegar hasta allí. A menos, claro está, que le caiga encima el chorro grasiento de un anuncio de kétchup.

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