Jens Balzer, ensayista: “Lo ‘woke’ ha llegado a su fin por sí solo, ha perdido su atractivo”

El historiador cultural alemán critica en su nuevo libro que una parte de la izquierda se dedique a sancionar lo que está bien y lo que está mal

El periodista, critico musical, filósofo y autor de comics alemán Jens Balzer (1969) en su casa de Berlin el pasado 25 de junio.Patricia Sevilla Ciordia

A Jens Balzer le gustaba vestirse de indio cuando era pequeño y jugar a las películas del salvaje Oeste. Creció en una zona rural de la Alemania de los años setenta, y aquello suponía una gran oportunidad para pintarse la cara y ponerse una peluca. Si lo hiciera ahora, le podrían acusar de apropiación cultural y de denigrar a un colectivo débil y marginalizado. Ensayista nacido en 1969, con estudios de filosofía y gran devoto del pensador fr...

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A Jens Balzer le gustaba vestirse de indio cuando era pequeño y jugar a las películas del salvaje Oeste. Creció en una zona rural de la Alemania de los años setenta, y aquello suponía una gran oportunidad para pintarse la cara y ponerse una peluca. Si lo hiciera ahora, le podrían acusar de apropiación cultural y de denigrar a un colectivo débil y marginalizado. Ensayista nacido en 1969, con estudios de filosofía y gran devoto del pensador francés Gilles Deleuze, en su faceta de periodista musical e historiador cultural abordó hace unos años una trilogía sobre la música en Alemania en las décadas de los setenta, ochenta y noventa. Y fue así cómo este articulista de Die Zeit se dio cuenta de que la cuestión de la apropiación cultural es un debate crucial de nuestro tiempo.

En sus días universitarios, la cultura se basaba en la apropiación cultural: el hip hop se construía con muestras de otras canciones. Pero de pronto, explica, la apropiación pasó a ser algo malo, racista, colonial. Intentó entender ese cambio escribiendo Ética de la apropiación cultural, que Herder publicó en España en marzo. Este agosto acaba de publicar en Alemania otro ensayo titulado After Woke (después de lo woke). Nos recibe en la terraza de su casa en Berlín, rodeado de sus discos y sus libros.

Pregunta. En el debate de la apropiación cultural se echa en cara a parte de la izquierda que esté siendo la que pone límites a la libertad de expresión, ¿es así?

Respuesta. Como ocurre en tantos ámbitos del debate político en nuestros días, a parte de la izquierda y parte de la derecha les encanta provocarse la una a la otra. En la primera hay un cierto tipo de ideología de la identidad: “Nosotros pertenecemos a un determinado grupo, esta parte de la cultura es nuestra, no es tuya; antes de apropiarte de la cultura musical negra debes pedir permiso a la comunidad negra”… Vale, entonces, ¿a qué teléfono llamo? Y, por otro lado, está esa derecha al acecho para saltar en cuanto haya un nuevo incidente.

P. ¿Qué es lo que parte de la izquierda hizo mal? ¿Y la derecha?

R. Cuando empecé a escribir este ensayo no quería culpar a nadie, quería entender a las dos partes. Lo que está mal es decirle a la gente que no se puede hacer tal o cual cosa. “Me incomoda que un blanco lleve rastas”. Bueno, la incomodidad no es un argumento, hablemos de la historia de las rastas, abramos el debate. Y la mayor parte de estos jóvenes izquierdistas no buscan espacios abiertos para debatir, solo quieren decir: yo tengo razón y tú estás equivocado. Puedo entender que la derecha diga: la cultura de la cancelación no nos lleva a ninguna parte. Ese concepto esencialista de la identidad que subyace no nos lleva a ningún sitio. Tal vez sea muy parecido a lo que le ocurre a esa derecha blanca que quiere una Alemania libre de inmigrantes. Mantener la cultura de una Alemania blanca que nunca fue, pero que existe en alguna fantasía nacionalista de la edad media.

P. Usted cita a Judith Butler en su libro, que sostiene que una apropiación cultural puede ser reaccionaria o progresista.

R. Sí, y las dos cosas al mismo tiempo. Es progresista vestirse de mujer para la construcción de una identidad sexual. Si simplemente te vistes para burlarte del comportamiento femenino, puede ser misógino.

P. ¿Qué valoración le merece la contribución de Judith Butler como pensadora contemporánea?

R. Me pareció muy inspiradora la forma en que ella restableció dialécticas de los conceptos de naturaleza, cultura y cuerpo y hasta qué punto la noción de cuerpo conlleva una noción de autenticidad. En los noventa, cuando aparecieron libros como El género en disputa, la modificación corporal era un tema central de la cultura pop: los tatuajes, los piercings, las operaciones de pecho… Lo cual tenía su parte progresista y su parte reaccionaria: muchas mujeres se operaban para adecuar su cuerpo a la mirada patriarcal, pero, por otro lado, las personas trans se operaban para sentirse más cómodas con sus cuerpos. Pero si se habla de Butler en este momento, hay que hablar de la cuestión del sionismo.

P. ¿Y qué opina de su intervención en el debate?

R. Con sus antecedentes judíos y su ética de la diáspora, vino a decir: si no quieres vivir en la diáspora, eres un sionista reaccionario. El concepto central del movimiento queer siempre fue la construcción de espacios seguros. No entiendo por qué ahora ella no entiende que haya gente judía que necesite ese espacio seguro para vivir.

P. ¿Cuáles son los motivos del crecimiento de la extrema derecha en su país?

R. Hay un tipo de racista que dice: “Queremos que nuestro país recupere ese pasado blanco; estamos dando dinero a todo el mundo que viene y no a nuestros mayores”. Este movimiento ha alcanzado una masa crítica en Europa. Los que desde hace tiempo querían expulsar a los inmigrantes pero no se atrevían a votar a partidos de la nueva derecha ahora lo hacen, está culturalmente aceptado. Y luego está el gobierno actual.

“La extrema derecha alemana se ha convertido en el partido de la libertad: con nosotros puedes hacer lo que quieras”

P. ¿Qué ha pasado con la coalición gubernamental?

R. No hicieron un buen trabajo. El Partido Verde se lo puso fácil a sus críticos para decir: estas élites verdes quieren decirle a todo el mundo lo que debe hacer, no se preocupan por la gente corriente. Hay un libro muy interesante de Nancy Fraser sobre el neoliberalismo progresista. Describe a gente culturalmente progresista, orgullosos de tener amigos de otras razas, que quieren niños trans porque así son incluso más libres… pero luego trabajan para Google o para Uber, para toda esa economía de mierda que está destruyendo el mundo. El Partido Verde y el Gobierno actual se han convertido en una metáfora de esas élites. Yo voto al Partido Verde y cada año pienso: ¿podré volver a hacerlo? La generación de mi hija nunca les votaría, aunque participaran en los Fridays For Future. Alternativa por Alemania (AfD) ha conseguido, de algún modo, convertirse en el partido de la libertad: “Con nosotros puedes hacer lo que quieras, puedes volver a llamar a los negros con la palabra N (nigger, en inglés)...”. En la izquierda, mientras, con toda esta fragmentación, están muy ocupados, boicoteándose los unos a los otros.

P. Sostiene usted que lo woke está llegando, en cierto modo, a su fin, ¿es así?

R. Ha llegado a su fin por sí solo, la gente está harta de que ese sea el foco. En Estados Unidos se ve que el momento cumbre woke ha pasado. El siguiente paso, ahora que ha perdido su atractivo, al menos, en círculos intelectuales y culturales, es pensar ¿qué podemos preservar de eso? Lo woke busca diseñar una infraestructura para que todos tengan una voz tan fuerte como las que dominaron durante décadas y siglos.

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