Una feroz división académica entre Butler e Ilouz

Las dos pensadoras, ambas de origen judío, chocan por las alusiones de Judith Butler a Hamás como parte de un movimiento de resistencia armada

Una familia palestina prepara su comida en Gaza el pasado 18 de marzo.Fatima Shbair (AP Photo/LAPRESSE)

Esta historia va de la guerra despiadada de Israel contra los palestinos, y sobre muchas cosas más. También de una intelectual, Judith Butler, profesora en Berkeley y famosa por decir alto y claro lo que piensa. Y también de la fractura abierta en la universidad tras los atentados de Hamás y la respuesta de Israel, y sobre todo acerca de cómo demonios debatimos o si es siquiera posible. Dice Butler que los intelectuales se convierten a veces en una especie de “vórtice” de fuerzas en conflicto. Cuando las divisiones son tan marcadas, aparecen como la cabeza de turco de las tribus en liza. La at...

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Esta historia va de la guerra despiadada de Israel contra los palestinos, y sobre muchas cosas más. También de una intelectual, Judith Butler, profesora en Berkeley y famosa por decir alto y claro lo que piensa. Y también de la fractura abierta en la universidad tras los atentados de Hamás y la respuesta de Israel, y sobre todo acerca de cómo demonios debatimos o si es siquiera posible. Dice Butler que los intelectuales se convierten a veces en una especie de “vórtice” de fuerzas en conflicto. Cuando las divisiones son tan marcadas, aparecen como la cabeza de turco de las tribus en liza. La atención no se centra ya en argumentar o debatir las razones o la historia de un conflicto sangriento, sino en caricaturizar determinados argumentos y, sobre todo, a quien los formula. En este contexto, la palabra woke es un atajo cognitivo: moviliza apelando a la emoción, identificando un fetiche vacío que sirve para denigrarlo todo.

Desde que Hamás cometió los atentados se ha producido una feroz división académica encarnada por dos pensadoras de origen judío, Eva Illouz y Butler. La primera nos habla del doble rasero y la falta de contundencia de la segunda al condenar las atrocidades de Hamás, siempre seguida de un sospechoso “pero”. Butler lo hace sobre la incongruencia de situar el kilómetro cero del conflicto en los recientes atentados para explicar solo desde ahí el brutal castigo del Gobierno israelí. Illouz reprocha a Butler haber creado confusión moral y reflexiva al ignorar la amenaza existencial que lo ocurrido el 7 de octubre supuso para muchos judíos. Butler sitúa la quiebra moral en la masacre del ejército israelí en Gaza y Cisjordania, mientras la propaganda militarista tilda de antisemita o pro-Hamás a quien alza su voz. Pero Butler lo hace: si calificar la matanza de Israel de genocida implica ser acusados de antisemitismo, ¿significa que solo podemos oír el discurso que defiende la injusticia?

El lenguaje de Butler es siempre incómodo, agita y testea los límites de lo que estamos dispuestos a escuchar y preguntarnos. Lo hizo después de que Bush invadiera Irak en su cruzada contra el mal tras el 11-S, y no se va a amedrentar ahora. La polémica se ha producido al calificar a Hamás como un movimiento de resistencia armada en el contexto de una guerra colonial, a pesar de que esa forma de resistencia le parezca deleznable. También Borrell se convirtió en sospechoso al hablar de Hamás como una idea que debía ser combatida con otra más poderosa. Porque lo cierto es que todos los que piden un alto el fuego, desde la ONU a Amnistía Internacional, pasando por los gobiernos español, brasileño, sudafricano e irlandés o el propio Vaticano, son a su vez sospechosos. Las guerras se libran también en la esfera pública, en la pugna por lo que puede escucharse y dónde situamos el foco para que la gente mire. Preguntémonos mejor si queremos librar esta guerra con atajos que estigmatizan o con argumentos reales, a pesar de que estos, a veces, puedan herirnos.

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