El doble insulto de lucir hoy la estrella amarilla
La insignia lucida en la ONU por representantes de Israel es una afrenta contra la memoria de los judíos víctimas de Stalin y Hitler y contra los palestinos
Lo primero que hay que condenar de forma inequívoca en este momento son los bombardeos indiscriminados del Ejército israelí (FDI) contra la Franja de Gaza. Gaza, el lugar con más densidad demográfica del planeta, alberga una población empobrecida y acostumbrada al sufrimiento, que está llevándose ...
Lo primero que hay que condenar de forma inequívoca en este momento son los bombardeos indiscriminados del Ejército israelí (FDI) contra la Franja de Gaza. Gaza, el lugar con más densidad demográfica del planeta, alberga una población empobrecida y acostumbrada al sufrimiento, que está llevándose la peor parte de los ataques israelíes. El número de víctimas civiles es muy superior a las cifras que se pueden considerar daños colaterales en cualquier guerra, sobre todo teniendo en cuenta que el ataque lo lleva a cabo uno de los ejércitos mejor equipados de la Tierra contra un pueblo sin Estado, obligado desde hace décadas a vivir en inmensos campos de refugiados.
Los llamamientos de los líderes mundiales, que reafirman el derecho de Israel a defenderse respetando el derecho internacional, no son más que tímidos intentos de eximirse de toda responsabilidad y negar su complicidad con un comportamiento genocida. Al fin y al cabo, si Israel pretendía defenderse habría hecho un verdadero esfuerzo por proteger a la población civil israelí que vivía en la frontera con Gaza cuando llevaron a cabo su ataque los combatientes de Hamás. No haberlo hecho así el 7 de octubre es un tremendo fracaso del Estado de Israel que ahora ha dado paso a la pura venganza, ejercida fundamentalmente contra la población civil indefensa de Gaza, incluidos muchos niños.
En el plano ideológico, tampoco podemos dejar de abordar las confusiones creadas para ocultar las acciones del régimen neofascista de extrema derecha que gobierna Israel. Debemos denunciar con la máxima energía la masacre de las personas que asistían pacíficamente a un festival de música y los residentes en los kibutz situados junto a Gaza. También es comprensible que, con la experiencia histórica de la Shoah (el Holocausto), que llegó después de tantos pogromos [matanzas colectivas] y otros actos violentos cometidos durante siglos contra el pueblo judío, unos hechos así despierten un sentimiento de trauma colectivo. Lo que es inaceptable es que ese trauma se convierta en una herramienta para causar otro aún mayor a otro pueblo. Y eso es precisamente lo que está ocurriendo con los bombardeos de Gaza, por no hablar de las décadas de ocupación, desposesión, desplazamientos y asesinatos cometidos por el Estado israelí y distintos grupos extremistas de colonos.
El comportamiento del cuerpo político israelí se puede resumir de forma bastante apropiada en la ceguera ante todo excepto el propio trauma y, sobre todo, la ceguera ante la traumatización constante del otro. Eso da pie a comparaciones completamente ridículas; por ejemplo, cuando el ex primer ministro Naftali Bennett equipara a Hamás con los nazis. La Alemania nazi fue una máquina estatal totalitaria muy bien organizada, que llevó a la práctica sus designios genocidas contra el pueblo judío (al que convirtió en apátrida) y contra el pueblo gitano, los homosexuales, las personas con discapacidad y otros. En cambio, los palestinos viven en un limbo, un Estado sin ejército regular, con el bloqueo de Gaza desde hace ya 16 años y bajo una ocupación continua en Cisjordania. Más bien al contrario: la comparación, muy forzada, debería invertirse.
A su vez, la orden del Ejército israelí a los gazatíes de que se desplacen a la parte sur de la franja está creando un problema de refugiados aún más exacerbado dentro de una comunidad de refugiados: el desplazamiento y el empobrecimiento de una población que ya vive desplazada. Dado que no hay ninguna parte de la Franja de Gaza que esté a salvo de los bombardeos y que, por tanto, no existen unas condiciones que permitan vivir, la orden es una estratagema que cobra sentido en el contexto de la “propuesta conceptual” redactada por el Gobierno israelí para trasladar a los 2,3 millones de habitantes de Gaza a la península egipcia del Sinaí. El “traslado” de los palestinos de Gaza y la Cisjordania ocupada es una medida con la que sueña desde hace mucho tiempo la extrema derecha israelí, sin que sus connotaciones genocidas y de limpieza étnica le produzcan ningún reparo.
Los judíos europeos sufrieron traslados masivos de población con arreglo a los planes maestros concebidos por Hitler y Stalin antes y después de la Segunda Guerra Mundial. Antes de emprender el genocidio de la “solución final”, el líder nazi buscó formas de expulsar a los judíos del territorio alemán. Entre otras medidas, en 1933, el movimiento sionista llegó a un acuerdo (denominado ha’avara en hebreo) con la Alemania nazi para trasladar a 50.000 judíos a Palestina. En 1940, Stalin deportó a más de 200.000 judíos polacos de la parte del país ocupada por la Unión Soviética a los gulags de Siberia. Hoy es Israel el que elabora propuestas para trasladar a los palestinos, que se encuentran en la misma situación que ocupaban los judíos europeos de hace casi un siglo. Por eso, la estrella de David amarilla que lucen el embajador israelí ante la ONU y su equipo es un doble insulto, contra la memoria de las víctimas judías de Hitler y Stalin y contra los palestinos de Gaza y la Cisjordania ocupada.
Es cierto que los sentimientos antisemitas están aumentando en todo el mundo, pero esa tendencia no es excusa para asignar a Israel la condición de víctima. El aumento del antisemitismo se debe, en parte, a un eficaz programa ideológico que vincula el sionismo y la identidad judía. Como las autoridades israelíes afirman que representan no solo a todos los israelíes (lo que dista mucho de ser verdad, sobre todo si pensamos en las protestas masivas organizadas recientemente contra el golpe de Estado que intenta llevar a cabo el Gobierno), sino también a todos los judíos del mundo, la indignación contra las políticas de apartheid —cuando no genocidas— del Estado se vuelca hacia los judíos que viven fuera de Israel. Sin embargo, si algo ha quedado extraordinariamente claro en estas tres semanas de guerra es la profunda división existente entre los judíos de la diáspora y quienes apoyan a las autoridades israelíes.
Además de las protestas masivas de judíos estadounidenses contra los bombardeos israelíes y el asedio de Gaza, otro momento esperanzador fue la liberación de varias rehenes de Hamás, entre ellas Yocheved Lifshitz, de 85 años. Puesta en libertad a última hora del lunes 23 de octubre, la señora Lifshitz se volvió hacia uno de sus captores. No podía verle el rostro, que llevaba cubierto con un pasamontañas negro. Se acercó al hombre, que empuñaba una pistola, le estrechó la mano y dijo “shalom”, “paz” en hebreo. Este gesto, capaz de desarmar literalmente a cualquiera, de una impotencia que le da poder, indica la manera de avanzar: romper el ciclo de traumatización y violencia, perdonar lo imperdonable, tender la mano a los enemigos, resolver los detalles de la coexistencia y compartir un pequeño trozo de tierra en el Mediterráneo oriental que está volviéndose cada vez más inhabitable, con guerras o sin ellas, por los efectos del catastrófico cambio climático.
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