De hombres que piensan en el Imperio Romano y el árbol muerto de Northumberland

La imagen de un arce sicomoro de más de 300 años y 35 metros de altura brutalmente talado es una metáfora perfecta

El arce sicomoro talado el pasado 28 de septiembre en el norte de Inglaterra.OLI SCARFF (AFP / Getty Images)

Reconozco una metáfora en cuanto la veo, aunque no siempre sé cómo descifrarla. Casi siempre, las metáforas que me atraviesan las encuentro en la literatura. Pero a veces sucede que me asaltan en la vida real, como si el universo quisiera decirme algo. Me refiero a cuando la vida planta ante nosotros una imagen tan cargada de sentido, y tan oscura a la vez, que su mera contemplación posee la capacidad de iluminar paisajes profundos y universales. Pues bien, la última metáfora que me atravesó no la encontré en ningún libro sino en las noticias de este periódico. ...

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Reconozco una metáfora en cuanto la veo, aunque no siempre sé cómo descifrarla. Casi siempre, las metáforas que me atraviesan las encuentro en la literatura. Pero a veces sucede que me asaltan en la vida real, como si el universo quisiera decirme algo. Me refiero a cuando la vida planta ante nosotros una imagen tan cargada de sentido, y tan oscura a la vez, que su mera contemplación posee la capacidad de iluminar paisajes profundos y universales. Pues bien, la última metáfora que me atravesó no la encontré en ningún libro sino en las noticias de este periódico. Supongo que verían la imagen, igual que yo. El inmenso cadáver de un arce sicomoro de más de 300 años y 35 metros de altura brutalmente talado. El árbol fue asesinado el pasado 29 de septiembre y cada noche, desde entonces, me asalta la imagen de su sacrificio. Es una metáfora perfecta, eso lo sé seguro. Pero ¿cuál es su sentido?

Aprovechando una ruidosa tormenta, un joven de 16 años se armó con una motosierra y perforó el tronco hasta que el árbol se derrumbó. El arboricida pudo haber sido cualquiera, pero resulta que fue un inocente muchacho, un chaval que en vez de querer trepar a los árboles, deseaba acabar con ellos. El arce, además, no cayó en cualquier parte sino sobre los mismísimos cimientos de nuestra cultura, pues atravesó el muro de Adriano, aquel que el emperador romano ordenó construir para proteger de las invasiones bárbaras los confines del Imperio. Y para decirlo todo, tampoco cayó en un momento cualquiera sino en la semana en que el trend de TikTok fue “¿Por qué piensan tanto los hombres en el Imperio Romano?”. La tendencia en cuestión ha dado lugar a millones de vídeos tratando de responder a esta pregunta y ha confirmado que los varones piensan muchísimo, incluso a diario, en la Antigua Roma. La tendencia no tiene explicación científica pero constata que existe una larga relación entre la historia romana y la masculinidad.

Así que mientras millones de hombres piensan en legiones, águilas imperiales y poder, sucede que un árbol centenario cae muerto sobre los confines del Imperio. De repente, el tocón me pareció el punto final de un relato milenario. Y el árbol caído, el mismísimo cuerpo de una mujer arrancada de su raíz, cuajada de brotes verdes explotando en sus ramas muertas. Fue entonces cuando recordé la imagen con la que aprendí a distinguir la metáfora del símil. “Tus dientes son como perlas”, era el símil. Y “La fe es un gran árbol”, la metáfora ejemplar de mi viejo libro de texto. De modo que un joven había talado la mismísima idea de fe ante los ojos impertérritos de la humanidad.

Y me refiero a la fe más allá de cualquier sentimiento religioso, a la fe en que hacemos las cosas que hacemos y no otras porque pensamos que están bien. A la fe en que nuestras fuerzas van en la dirección adecuada, a la fe en la humanidad. Una fe que muchos jóvenes han perdido. Y no solo ellos. En realidad, nadie en el mundo confía ya en el criterio de la humanidad y ese es el desastre que anuncia el árbol caído. Por lo demás, los árboles tienen que ver, igual que lo femenino, con el sentido de la vida como ciclo (o círculo) antes que como progreso (o línea recta). Y ahí están, unidos y vencidos: el límite del muro de Adriano y el tronco de una feminidad aniquilada. La metáfora es tan atroz como perfecta.

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