Movimiento de fichas en Oriente Próximo

La incertidumbre generada por el programa nuclear iraní y el repliegue de Estados Unidos impulsan nuevas alianzas

Partidarios de Houthi en Saná (Yemen) sostienen armas en una protesta contra Israel por atacar a palestinos en Gaza, el pasado 17 de mayo de 2021.Hani Mohammed (AP)

Existe un amplio consenso en que reactivar el acuerdo nuclear con Irán es clave para la estabilidad de Oriente Próximo. Sin embargo, ante el aparentemente irresoluble conflicto entre ese país y Estados Unidos que subyace a la disputa, algunos movimientos diplomáticos apuntan a un realineamiento de intereses en la región. El desplazamiento de fichas resulta visible e...

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Existe un amplio consenso en que reactivar el acuerdo nuclear con Irán es clave para la estabilidad de Oriente Próximo. Sin embargo, ante el aparentemente irresoluble conflicto entre ese país y Estados Unidos que subyace a la disputa, algunos movimientos diplomáticos apuntan a un realineamiento de intereses en la región. El desplazamiento de fichas resulta visible en los contactos que se están estableciendo entre los frentes pro y antiislamista que hasta ahora oponían a Irán, Turquía y Qatar, por un lado, y a Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (EAU) e Israel, por otro.

En el último año, Arabia Saudí ha dado pasos para recomponer sus relaciones con Irán y Qatar. Turquía está intentando hacer lo propio con Arabia Saudí tras haber logrado limar asperezas con Emiratos Árabes. Y este pequeño pero ambicioso país, ha roto moldes al establecer lazos con Israel, y reavivar en paralelo el contacto con Turquía e Irán, los otros dos estados no árabes de la zona y que rivalizan con aquél.

El peso de Teherán en el contexto regional no es el único motivo detrás de estos cambios. También han influido la política exterior de EE UU en Oriente Próximo (desde el fiasco de Irak hasta la caótica salida de Afganistán) y los errores de cálculo con los que algunos dirigentes árabes han buscado responder al vacío, real o percibido, dejado por la superpotencia. Sea como fuere, las convulsiones desatadas por las revueltas árabes (incluidas las guerras abiertas en Siria, Libia y Yemen) se han sumado a los conflictos irresueltos en Palestina, Líbano e Irak. Se trata de focos de inestabilidad a menudo interconectados que en algunos momentos han amenazado con incendiar el vecindario.

Eso alentó sin duda el paso atrás en la retórica guerrera y la apuesta por los contactos discretos que el año pasado llevaron a Irán y Arabia Saudí a reunirse en Bagdad. El objetivo evidente de Riad era encontrar una salida a la desastrosa guerra que libra en Yemen desde 2015 (para evitar que los iraníes se instalaran en lo que considera su patio trasero a través de los rebeldes yemeníes Huthi), algo que de momento no se ha concretado.

La monarquía absoluta saudí, que se atribuye el liderazgo del islam suní, y el régimen iraní, convertido en adalid del islam chií, arrastran una larga historia de rivalidad. Con anterioridad a la guerra de Yemen, ambos han apoyado a fuerzas rivales en los conflictos de Irak, Siria y Líbano. Interrumpieron sus relaciones a principios de 2016 a raíz de la ejecución en el reino de un popular clérigo chií saudí, y el subsiguiente asalto a la Embajada del reino en Teherán.

Aunque por ahora no hay avances visibles en Bagdad, el canal entre ambos sigue abierto. Esto resulta bastante más tranquilizador que las amenazas cruzadas por ambos tras el ataque con misiles y drones que interrumpió la mitad de la producción de crudo saudí en septiembre de 2019, que se atribuyeron los yemeníes Huthi, pero del que el reino responsabilizó a su rival. De hecho, el ministro iraní de Exteriores, Hossein Amir Abdollahian, ha llegado a declarar que su país está “listo para restablecer relaciones en cualquier momento”. No basta con buena voluntad.

El resultado del diálogo irano-saudí depende de lo que pase en Viena entre Irán y las grandes potencias. Así lo ha dejado claro el príncipe Mohamed Bin Salmán, heredero y gobernante de facto de Arabia Saudí, quien recientemente reclamaba un enfoque “efectivo y serio” hacia los programas nuclear y de misiles de su vecino y rival. Riad hubiera querido un sitio en esa negociación, algo que han rechazado tanto iraníes como estadounidenses.

Entre tanto el dirigente saudí tampoco puede quedarse de brazos cruzados. El plan de reformas que ha puesto en marcha exige abrirse al exterior y mejorar su imagen para atraer inversiones. De ahí que, en enero de 2021, decidiera cerrar la crisis diplomática del Golfo, y reabrir sus fronteras con Qatar después de tres años y medio de embargo económico.

El siguiente reto es Turquía. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha declarado que planea viajar a Arabia Saudí en febrero. A falta de que Riad confirme la visita, el gesto es un claro signo de la reconfiguración de alianzas en la zona. Ambos países compiten por liderar el islam suní.

La agenda islamista de Erdogan desató los recelos de Arabia Saudí y EAU, en especial desde su apoyo a las revueltas árabes a principios de la década pasada, y se agravó cuando tomó partido por Doha en el rifirrafe del Golfo. Pero las relaciones entre Ankara y Riad, llegaron a su punto más bajo tras el asesinato en 2018 del periodista saudí Jamal Khashoggi por agentes cercanos al heredero en el Consulado Saudí de Estambul. El presidente turco impulsó una investigación que implicaba al príncipe Mohamed. Arabia Saudí interrumpió las importaciones de productos turcos y recomendó a sus ciudadanos que no viajaran a Turquía.

Significativamente, este acercamiento se concreta poco después de que EAU, para quien el despertar saudí supone una creciente competencia, también haya reanudado su cooperación con Turquía. Este avance se oficializó con la inusual visita a Ankara del jeque Mohamed Bin Zayed, gobernante de hecho de Emiratos Árabes y uno de los líderes árabes más furibundamente antiislamistas, a finales de noviembre. El viaje se tradujo en la firma de jugosos acuerdos de inversión que suponen un salvavidas para la maltrecha economía turca.

Al mes siguiente, el jeque Mohamed hacía una jugada doble. Por un lado, recibía al primer ministro israelí, Naftali Bennett, prueba de la consolidación de los controvertidos Acuerdos de Abraham y, sobre todo, de la búsqueda por Emiratos de un nuevo equilibrio de seguridad. (Israel, un Estado nuclear no declarado, recela del programa atómico iraní y lanza periódicamente veladas amenazas contra su desarrollo). Pocos días antes, sin embargo, había enviado a Teherán a su hermano y jefe de Seguridad Nacional, Tahnoon Bin Zayed. Los ataques de los Huthi a Abu Dhabi en las últimas semanas ponen a prueba ese gesto emiratí hacia su vecino del Este.

Para algunos analistas el realineamiento es fruto de la voluntad de Arabia Saudí y Emiratos Árabes de reconfigurar sus relaciones regionales ante la incertidumbre sobre el futuro compromiso de Washington. Sobre ese renovado pragmatismo planea también la sombra de un Irán que, sea cual sea el resultado de las negociaciones de Viena, se acerca a la latencia nuclear, una situación en la que se posee la tecnología para poder fabricar armas atómicas con rapidez, pero se opta por no hacerlo.

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