El mismo horror de siempre
Tras el recuento de muertos y la destrucción de la destruida Gaza, volveremos a esa vieja normalidad sin nada de normal
Ignoro hasta dónde llegará esta vez el horror. Pero me atrevo a predecir cuáles serán sus consecuencias: todo seguirá igual. Porque esta guerra intermitente tan antigua proseguirá mientras persista la injusticia. No solo Israel tiene derecho a existir.
(Mantengamos respetuosamente al margen a las víctimas, los muertos y los heridos, los niños h...
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Ignoro hasta dónde llegará esta vez el horror. Pero me atrevo a predecir cuáles serán sus consecuencias: todo seguirá igual. Porque esta guerra intermitente tan antigua proseguirá mientras persista la injusticia. No solo Israel tiene derecho a existir.
(Mantengamos respetuosamente al margen a las víctimas, los muertos y los heridos, los niños huérfanos, los padres sin hijos, las familias sin vivienda. Hay víctimas en ambos bandos. Y obviemos que a estas alturas debería estar claro que la condición de víctima colectiva recae sobre la gente palestina).
Miremos el lado político. A Benjamín Netanyahu, tras 12 años como primer ministro, varias elecciones inconcluyentes y tres acusaciones formales por corrupción (soborno, fraude, abuso de confianza, esas cosas), el rebrote de violencia no puede venirle mal.
Supongamos que él no ha hecho nada para propiciarlo, aunque su programa de gobierno incluya la progresiva colonización israelí de Jerusalén Oriental y Cisjordania, territorios palestinos según la ONU, y el bloqueo absoluto de Gaza. Con ello, la población palestina va perdiendo casas, territorio y vida, y va ganando frustración y rabia.
Supongamos también que las recientes provocaciones callejeras de la ultraderecha nacionalista israelí no tienen nada que ver con Netanyahu, aunque los provocadores formen parte de su base electoral. No hay nada como una breve guerra victoriosa y como unas jornadas de terror urbano, en las que ciudadanos árabes y judíos se ataquen furiosamente, para reforzar a un gobernante en declive y para insuflar en la opinión pública un miedo profundo a cualquier cambio.
Los habitantes de Gaza no solo viven en un gran campo de concentración, condenados a la miseria y ahora azotados por la pandemia. Tienen como carceleros, además, a los feroces militantes de Hamás y de varias organizaciones yihadistas. Se puede alegar que se trata de carceleros electos, vencedores hace muchos años en las urnas como paso previo a la expulsión de sus rivales de Al Fatah. Eso no altera la brutalidad de su poder. ¿Cómo gana popularidad un carcelero? Erigiéndose en defensor de los reclusos frente a un agresor externo, el israelí. Cada bombardeo hace más desgraciada a la gente y más fuerte a Hamás.
¿Y en Cisjordania? El Gobierno de Ramala, el supuesto Estado palestino, está en manos de Al Fatah, los rivales relativamente laicistas de Hamás. El presidente palestino, Mahmud Abbas, de 85 años, tenía que haber convocado elecciones en 2009, pero las aplazó hasta 2010, cuando las aplazó de nuevo. Sí las convocó para abril de este año. Y se aplazaron otra vez porque Israel no permitía votar en Jerusalén Oriental. Entretanto, Cisjordania sigue anegada en frustración, miseria, corrupción y automóviles de alta gama (para quienes pueden sisar un poquito de las subvenciones europeas). El horror de estos días permitirá encubrir, como otras veces, la ineficiencia palestina, basada en méritos propios y, en mayor medida, en la presión israelí para que nada funcione en un Gobierno que carece de poder y casi de territorio.
Tras el recuento de muertos y la ulterior destrucción de la siempre destruida Gaza, tras las invocaciones al derecho a la defensa y las acusaciones de terrorismo, tras la inflamación en los países vecinos, volveremos a esa vieja normalidad que no tiene nada de normal.