Kamala Harris, entre la izquierda y las cautelas del presidente

La vicepresidenta se mueve en un delicado equilibrio entre las aspiraciones progresistas de las bases y el cauto presidente Joe Biden, al que sirve

La vicepresidenta de EE UU Kamala Harris, en una sesión virtual con alcaldes afroamericanos este 10 de febrero.SAUL LOEB

Cuando le preguntaron a Kamala Harris cuál iba a ser su asunto prioritario como vicepresidenta, en una entrevista con la web informativa Axios en sus primeros días en el cargo, ella respondió: “Asegurarme de que Joe Biden es un éxito”. En buena medida, esa ha sido la tónica en este mes y medio de mandato: Harris ha estado al lado de Biden. En los discursos, en las firmas de decretos, en las decisiones importantes. Un papel desconocido para una mujer acostumbrada a estar al mando, ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Cuando le preguntaron a Kamala Harris cuál iba a ser su asunto prioritario como vicepresidenta, en una entrevista con la web informativa Axios en sus primeros días en el cargo, ella respondió: “Asegurarme de que Joe Biden es un éxito”. En buena medida, esa ha sido la tónica en este mes y medio de mandato: Harris ha estado al lado de Biden. En los discursos, en las firmas de decretos, en las decisiones importantes. Un papel desconocido para una mujer acostumbrada a estar al mando, como senadora por California y antes como fiscal general de dicho Estado. Pero eso no quiere decir que no vaya poco a poco construyendo su propia cartera.

Biden ha dejado claro que quiere que el modelo de relación entre presidente y vicepresidenta replique el que Barack Obama tuvo con él mismo durante ocho años. A Biden le gusta recordar que le dijo a Obama, cuando le eligió como compañero de ticket, que que quería ser “la última persona en la habitación antes de que él tomara las decisiones importantes”.

Durante estas semanas, según diferentes testimonios de personal de la Casa Blanca, Harris ha sido la última persona en la habitación. Y también la primera. El presidente y la vicepresidenta pasan varias horas juntos al día. Acostumbran a empezar la jornada escuchando juntos en el despacho oval el informe presidencial diario, una evaluación global de riesgos y proyectos de alto secreto, clasificado y elaborado por la CIA. El expresidente Trump, rompiendo con la tradición, no acostumbraba a escuchar la sesión informativa diaria.

A mediados de febrero también empezó a reunirse sola con el secretario de Estado, Antony Blinken, en lo que quiere que sean citas regulares. Como vicepresidente, Biden portó una cartera importante en política exterior, y Harris también está convirtiendo en estas primeras semanas la diplomacia en uno de los ejes de su cargo.

Ha hablado de manera independiente con al menos seis líderes extranjeros, según la Casa Blanca, un número inusualmente alto para un vicepresidente. Ha despachado a solas con los líderes de Canadá, Francia, Dinamarca, República Democrática del Congo, Australia e Israel. También con el director general de la OMS. Harris también ha participado activamente en la toma de dos decisiones importantes en política exterior: la de la respuesta al ataque en Irak por parte de milicias pro iraníes, y la de no sancionar al príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi.

Las apariciones públicas en solitario de la vicepresidenta han sido más escasas, centradas sobre todo en el gran tema de la pandemia, y relacionadas con su condición histórica de primera mujer y primera persona de piel negra en ocupar la vicepresidencia. Así, se reunió virtualmente con alcaldes afroamericanos para debatir el paquete de estímulo a la economía que esta semana ha aprobado el Congreso, en la primera gran victoria para su Administración. También ha llevado a cabo iniciativas para combatir la desconfianza hacia las vacunas entre la población negra, y participó en la formación del equipo de trabajo que la Casa Blanca ha puesto en marcha para combatir las desigualdades raciales exacerbadas por la pandemia.

La vicepresidencia en Estados Unidos va acompañada de la presidencia del Senado, un honor que para la mayoría de los predecesores de Harris ha sido poco más que litúrgico, pero que, con una Cámara alta dividida en 50 senadores de cada partido, adquiere una importancia muy real. La vicepresidenta es quien deshace los eventuales empates en las votaciones, papel que ha desempeñado ya en tres ocasiones.

Precisamente como presidenta constitucional del Senado, diversos líderes progresistas le pidieron que interviniera en un asunto delicado. Los juristas de la cámara eliminaron del gran plan de rescate aprobado esta semana una propuesta de aumento del salario mínimo, por considerar que esta no podía tramitarse mediante una ley que solo exigía mayoría simple. Como presidenta del Senado, argumentaron desde la izquierda, Harris tenía suficiente poder para rechazar esa decisión técnica, rescatar la subida del salario mínimo y convertirse en salvadora de una clase trabajadora que sufre. Pero eso habría supuesto enfrentarse al presidente.

He ahí el delicado equilibrio en el que se mueve la vicepresidenta. Muchos progresistas quieren ver a Harris como su valedora en una Casa Blanca dirigida por un hombre blanco de 78 años rodeado de consejeros veteranos, y eso coloca a Harris en la posición de tender puentes entre la Administración y una nueva generación de demócratas más diversa. Como posible sucesora de un presidente que ya ha apuntado que quizás no concurra a la reelección en 2024, Harris está atrapada entre unas bases inquietas, cruciales para sus aspiraciones presidenciales, y el más cauto presidente al que sirve.




Sobre la firma

Más información

Archivado En