Dios nos libre del ‘criptodinero’

Que nadie se extrañe el día que los individuos lleguen a tener un valor cotizable en Bolsa asignado al nacer

Marck Zuckerberg testifica ante el comité de Servicio Financieros de la Cámara de Representantes, en Washington el 23 de octubre de 2019.Chip Somodevilla/Getty Images (Getty Images)

El relato actual de la pandemia se parece mucho al que ya hicieran Camus en La peste o Dafoe en su mítico Diario del año de la peste. Nada nuevo bajo el sol. Hemos decidido contarnos que esta crisis pasará y dejará el mundo listo para levantar el vuelo allí donde lo dejamos.

Sin embargo, la covid-19 no es una peste más sino la primera plaga de la era digital. Y ha venido a reforzar el poder de las grandes plataformas de Internet (Amazon, Apple, Google, Twitter, Facebook) hasta volverlo incontrolable. Tanto es así, que la democracia y el libre mercado ya no están garantizad...

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El relato actual de la pandemia se parece mucho al que ya hicieran Camus en La peste o Dafoe en su mítico Diario del año de la peste. Nada nuevo bajo el sol. Hemos decidido contarnos que esta crisis pasará y dejará el mundo listo para levantar el vuelo allí donde lo dejamos.

Sin embargo, la covid-19 no es una peste más sino la primera plaga de la era digital. Y ha venido a reforzar el poder de las grandes plataformas de Internet (Amazon, Apple, Google, Twitter, Facebook) hasta volverlo incontrolable. Tanto es así, que la democracia y el libre mercado ya no están garantizados. En un artículo reciente de la revista Foreign Affairs, los profesores Barak Richman (Duke University), Francis Fukuyama, y Ashish Goel (ambos de Stanford) lo explicaban así: “El poder económico y político concentrado en las grandes plataformas es como un arma cargada encima de la mesa (…) La pregunta para la democracia es si es seguro dejar el arma allí”. El problema ahora es que la pistola tiene dueños.

Nadie ha votado a los cuatro hombres que dominan el mundo a través del control y la expropiación de nuestra vida digital que es hoy, gracias a la covid, casi toda nuestra vida. Tienen acceso a nuestros gustos, ideologías, geolocalizaciones, búsquedas, compras… Mientras, ellos no necesitan contarnos ni una de sus ideas políticas. La única ley que parecen respetar es la del dinero y la covid también nos deja claro que no será por mucho tiempo. ¿Quién necesita someterse al dinero soberano de los Estados pudiendo inventar uno propio?

La pandemia ha revalorizado un 150% el bitcoin, aquella criptomoneda que Benoît Coeuré, consejero del BCE, definió como “el engendro maligno de la crisis financiera”. Al mismo tiempo, Paypal ha anunciado que admitirá el pago con criptodivisas y Zuckerberg está a punto de reinventar el dinero con la libra Facebook, lo que él define como una nueva moneda universal.

“Dios nos libre del dinero”, cantaba Rosalía antes de la covid, pero no creo que pensara entonces que Facebook era Dios. Poco o mucho, nuestro dinero era solo nuestro. En cambio, las criptodivisas permitirán rastrear cada céntimo que pase por nuestras teclas (antes manos) y esta información podrá usarse en los intereses de los dueños de la divisa en cuestión. Igual que en las redes sociales el producto más vendido somos nosotros (nuestros datos), el nuevo dinero convertirá a las personas en moneda de cambio. Coser el dinero de esa manera a la identidad es monstruoso y creará monstruos. Que nadie se extrañe el día que los individuos lleguen a tener un valor cotizable en Bolsa asignado al nacer.

Por lo demás, las criptodivisas, en tanto que dinero privado, no solo amenazan nuestra privacidad, sino también la soberanía de los Estados. Mientras el dinero público tiene la responsabilidad social de invertir en los ciudadanos —educación, sanidad, infraestructuras…—, el privado no responde ante nadie, no carga con deuda y es mucho más lucrativo. Tiene todas las de ganar y por eso está en marcha el euro digital, porque tenemos que defendernos de un dinero que ha llegado para quedarse no entre nosotros, sino con nosotros. Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Facebook), Sundar Pichai (Google) y Jack Dorsey (Twitter) han zanjado la eterna lucha entre capitalismo y comunismo: ni libertad ni igualdad. Solo control, vigilancia y, ahora además, mascarillas.

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