Detenido por no incitar al odio

A veces fantaseo con que los telefonistas de taxis tienen un día tonto y mezclan los que llevan a los invitados de tertulias de tele y radio, y aparecen donde no deberían estar

Isaiah Berlin, en octubre de 1992.Sophie Bassouls/Sygma/Getty Images (Getty)

“Me aburre leer a la gente que, por así decirlo, es aliada, a quienes piensan más o menos como yo. Y es que a estas alturas determinadas cosas parecen básicamente un catálogo de lugares comunes. Todos las aceptamos, todos creemos en ellas. Lo interesante es leer al enemigo, porque este atraviesa las defensas, encuentra los puntos débiles. Me interesa saber qué es lo que falla en las ideas en las que creo, saber por qué estaría bien modificarlas o incluso abandonarlas”. Lo decía Isaiah Berlin, qu...

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“Me aburre leer a la gente que, por así decirlo, es aliada, a quienes piensan más o menos como yo. Y es que a estas alturas determinadas cosas parecen básicamente un catálogo de lugares comunes. Todos las aceptamos, todos creemos en ellas. Lo interesante es leer al enemigo, porque este atraviesa las defensas, encuentra los puntos débiles. Me interesa saber qué es lo que falla en las ideas en las que creo, saber por qué estaría bien modificarlas o incluso abandonarlas”. Lo decía Isaiah Berlin, que hoy sería detenido por no incitar al odio. ¿Conocen a muchas personas que piensen así? Ya no sé cuántas habrá que lean más de un periódico, si son minoría los que leen uno, y entero (imposible, por otra parte, en una edición digital).

Quizá piensen que eso es muy bonito, pero habría que ver a este señor ahora, en esta época tan especial, tan histórica, tan crucial. Pero es que Berlin, gran pensador liberal, decía estas cosas en plena Guerra Fría, que para bloques que se odian no está mal. Era ruso, nació en 1909, vio la revolución bolchevique y huyó con su familia a Gran Bretaña. Era judío, vio el auge del nazismo. Pero no podrían clasificarle bien, era anticomunista y antirreaccionario, no sabrían si darle un “me gusta”, por si acaso se les malinterpreta, que luego es una movida. No son muchos los que se sienten cómodos en lugares incómodos.

A veces fantaseo con que los telefonistas de taxis tienen un día tonto y mezclan los que llevan a los invitados de tertulias de tele y radio, y aparecen donde se supone que no deberían estar, y lo mismo con un cruce de correos que confunde columnistas entre diarios. Se colapsarían las centralitas: ¿pero cómo está ese que (y aquí añada lo que usted quiera: que es un rojo, o un fascista, o del Madrid, o del Barça, o un machista, o una feminazi)? Cualquier cosa que diga el Gobierno o la oposición es basura para el otro; Vox veta a la mitad de los periodistas de España; ya hay mujeres que rechazan libros, películas y toda obra hecha por hombres. Se empaquetan los demás en categorías plastificadas y hacemos como que no existen. Tiempos perfectos para los mediocres, que se refugian en etiquetas huecas. Berlin, el pobre, acabaría muy aburrido, con la cantidad de trolas que se lanzan sobre cualquier tema, meras caricaturas de los argumentos y del adversario.

Es un espectáculo ver cómo se rehúye lo complejo, en busca del estereotipo. Lo vemos cada semana con el debate de turno, la pandemia, la educación, el alquiler, lo que toque. En la conversación personal inmediatamente se reconocen cosas, algo que en público es una debilidad. En las tertulias, en los debates, se compite por demostrar quién está más escandalizado. Se rehúye el contacto humano, ya desde antes de la pandemia. El otro es un símbolo, un emoticono, un entrecomillado, un meme. En Rayuela, La Maga pensaba que alguien con cara de comunista acababa siéndolo, predestinado, pero ya las pintas hacen la ideología. Uno puede vestirse de la que profesa, o pretende simular, aunque miren cómo le quedan los trajes a Pablo Iglesias, tiene un conflicto ahí. También están los colorines: Ciudadanos, naranja; independentistas, amarillo; Vox, verde… les obliga a buscar corbatas y abrigos a juego, y a lo mejor les encantaría variar, están hasta el gorro. Como todos, qué país tan agotador. Aunque esta semana el gesto de solidaridad del diputado Jon Iñarritu, de Bildu, hacia otro de Vox, padre de un guardia civil asesinado por ETA, habiendo una distancia política sideral entre ambos, la misma que la mayoría tienen de los dos, fue una excepción. De hecho apenas se ha hablado de ello, no encaja, es inservible.

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