Una democracia desmemoriada

Hay que romper con la querencia española de arrasar con toda construcción política anterior para volver a empezar de cero

Juan Carlos I y Adolfo Suárez, en 1976.Marisa Flórez

Eran las doce de la mañana del 1 de julio de 1976 cuando recibí su llamada. “¡Ya lo he hecho!”. Con voz nerviosa, el Rey me anunciaba que había aceptado la dimisión de Arias Navarro. Estaba emocionado por haber tenido el coraje de hacerlo. Tras siete meses de ingrata convivencia con el presidente del Gobierno heredado de Franco, había conseguido romper con él. Arias no contaba con que le aceptara la renuncia. Veía a don Juan Carlos como una figura manipulable, a la orden de los herederos del régimen. Se equivocó. El joven Rey tenía otros planes para España. Pero se quedaba solo ante el peligro...

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Eran las doce de la mañana del 1 de julio de 1976 cuando recibí su llamada. “¡Ya lo he hecho!”. Con voz nerviosa, el Rey me anunciaba que había aceptado la dimisión de Arias Navarro. Estaba emocionado por haber tenido el coraje de hacerlo. Tras siete meses de ingrata convivencia con el presidente del Gobierno heredado de Franco, había conseguido romper con él. Arias no contaba con que le aceptara la renuncia. Veía a don Juan Carlos como una figura manipulable, a la orden de los herederos del régimen. Se equivocó. El joven Rey tenía otros planes para España. Pero se quedaba solo ante el peligro. Tenía 38 años y una muy corta experiencia en el arte de gobernar. La decisión de prescindir de Arias, sin embargo, fue determinante para cambiar el curso de la historia. Pero también representaba un salto en el vacío en el difícil camino hacia la democracia.

Como amigo y compañero de colegio del rey emérito, desde los 9 a los 15 años, y, allí donde pude ser útil, como consejero y senador por designación real después, tuve el privilegio de vivir de cerca varios momentos críticos de la Transición como el que acabo de describir, que reflejan las grandes dificultades a las que tuvo que enfrentarse don Juan Carlos en esa incierta etapa. Y el coraje que le asistió para desen­tenderse del orden heredado, que le daba poderes absolutos como jefe de Estado, en su afán de atender las aspiraciones democráticas de la mayoría de la sociedad y de promover la reconciliación y la concordia entre los españoles.

“Quienes pretendieron controlar el pasado, perdieron el futuro, como perderán el pasado quienes pretendan controlar el presente a modo de comisarios de la memoria”. En su libro Hoy no es ayer (2010), el profesor Santos Juliá, cuya voz se echa tanto de menos en estos tiempos revueltos, daba así la vuelta a la célebre frase de George Orwell, para advertir del peligro de todo intento de reducir a una mera legitimación del presente todo acto pasado. Los comisarios de la memoria son hoy quienes se afanan en negar o ignorar la determinante contribución del hoy rey emérito a la instauración de la democracia en España, en un intento de deslegitimar la institución de la Monarquía y precipitar un cambio de régimen.

Unidas Podemos, en un nuevo acto de deslealtad institucional como partido en el Gobierno, se alía con los partidos nacionalistas que aspiran a independizarse de España para usar los presuntos actos irregulares del rey emérito, aún por cierto pendientes de concretarse en una acusación, en su afán de desacreditar a la Corona y forzar un referéndum sobre la forma de Estado. La abdicación de Juan Carlos I en 2014. Su exclusión simbólica y económica de la familia real el pasado mes de marzo. El anuncio ahora de abandonar España para no perjudicar al reinado de su hijo aun ofreciéndose a estar a disposición de la justicia española en todo momento. Nada les es suficiente.

El deseo de enterrar el régimen del 78 les impide reconocer contribución alguna de Juan Carlos I a la democracia y las libertades de las que goza hoy España en un peligroso ejercicio de desmemoria. De ahí mi deseo de relatar aquí algunos de los hechos de los que fui testigo en los difíciles años hacia la transición democrática y del papel clave que jugó el hoy rey emérito en ese delicado proceso.

Tras designar don Juan Carlos presidente a Adolfo Suárez, la mayor preocupación de ambos era asegurarse la lealtad y el respaldo del Ejército a las reformas políticas que estaban por venir. Un desafío en gran parte solventado por el prestigio personal del Rey entre los militares tras su paso por las academias y su condición de jefe supremo de las Fuerzas Armadas. El golpe de Estado del 23-F fue la prueba definitiva. Su intervención sirvió para abortarlo y reforzar su autoridad como jefe de Estado en defensa de la Constitución. Su papel fue determinante para operar el milagro; que el antiguo Ejército de Franco respaldara el gran cambio político que estaba teniendo lugar, asegurando una transición pacífica.

La aceptación del orden constitucional por parte del Ejército fue también clave para que no se desbaratara la lucha contra la amenaza terrorista de ETA, que tenía como principal objetivo al propio Monarca. Los numerosos asesinatos de militares representaban una constante provocación al Ejército, cuya intervención para frenar esa escalada de violencia se reclamaba sin parar por parte de los grupos más extremistas de la derecha. Pero este se contuvo de hacerlo por lealtad al Rey.

Otra de las misiones que se propuso el Monarca fue la de tender puentes con el Partido Socialista y el PCE antes incluso de la muerte de Franco. Fui partícipe de algunos de los encuentros clandestinos del entonces príncipe con miembros del Partido Socialista. Quien aspiraba a ser rey de todos los españoles tuvo claro entonces que debía asegurar la participación de los partidos de izquierda en el nuevo juego político. De lo contrario, entendió con acierto, la nueva democracia estaba abocada al fracaso.

La legalización del Partido Comunista de España que tuvo lugar inesperadamente el 9 de abril de 1977, un Sábado Santo, cuando los españoles estaban de vacaciones, fue una decisión arriesgada pero valiente del Rey y de Suárez, que abrió la puerta a la convocatoria de las primeras elecciones democráticas de junio de ese mismo año con la participación de todos los partidos políticos, sin exclusión alguna. Santiago Carrillo declaraba en Málaga en mayo de ese mismo año: “El comunismo es compatible con la Monarquía parlamentaria, siempre que esta sea democrática y constitucional”.

El PSOE, tras la elección de Felipe González como secretario general en 1974, se convirtió en un partido socialista de corte europeo. Poco antes de las elecciones de 1982, González me comentó que su actitud frente a la Monarquía iba a ser similar a la que habían mantenido los socialistas suecos. Cuando estos se hicieron con el Gobierno en 1932, fueron llamados por el rey de Suecia, quien les preguntó cuáles eran sus intenciones acerca de la Monarquía. Contestaron que, sin renunciar a sus ideas republicanas, estaban dispuestos a hacer una prueba durante un año, para ver si les resultaba posible o no aplicar su programa sin límites o interferencias de la Corona. El resultado fue positivo y la Monarquía sueca se consolidó.

González, sin duda uno de los presidentes del Gobierno más leales a la institución de todos los habidos en democracia, tampoco sintió que el republicanismo de su partido ni sus políticas sociales se vieran limitadas de forma alguna por el régimen de la Monarquía parlamentaria. La lealtad fue mutua y resultó muy fructífera para la transformación de España.

Pero la obra del rey Juan Carlos y de sus gobiernos no solo se limitó a impulsar y consolidar uno de los sistemas democráticos mejor valorados hoy en el mundo, sino que abarcó otros campos, como el de la economía, además de impulsar la presencia de España en las organizaciones internacionales.

En 1973, dos años antes de la muerte de Franco, la multinacional estadounidense Ford decidió invertir más de 1.000 millones de dólares en establecer una fábrica en España, la mayor inversión extranjera acontecida hasta el momento en nuestro país. Cuando años más tarde, como presidente de Ford España, tuve la oportunidad de preguntarle a Henry Ford qué razones le habían llevado a apostar por España, me contestó que lo hizo tras una larga conversación que mantuvo con el entonces príncipe.

Este le había asegurado que España sería una democracia y que formaría parte de la Comunidad Económica Europea. Juan Carlos I se comprometió antes de reinar a ejecutar lo que vino después. Y Ford hizo una gran apuesta basada en la confianza que le inspiró el entonces príncipe. A esta importante inversión, le siguieron después las de General Motors y Volkswagen. Y hoy España es el segundo exportador de coches de la Unión Europea, después de Alemania. Un sector que representa el 10% del PIB nacional.
 Cuando están pendientes de negociarse los Presupuestos más importantes de la historia de nuestra democracia, que deben estar a la altura de la solidaridad sin precedentes mostrada por nuestros socios europeos, ante los que debemos proyectar una imagen de estabilidad y buen gobierno, es una gran irresponsabilidad aprovechar la crisis abierta en la Jefatura del Estado para intentar dar un vuelco al régimen y dividir a la sociedad.

Frente al descalabro económico que se nos viene encima y los preocupantes rebrotes de la pandemia, cabe preguntarse ¿cuáles son las prioridades de Podemos? ¿Cuáles las de los nacionalistas? Si persisten en el intento de derrocar a la Monarquía en este crítico momento para España en tantos frentes, solo cabe esperar que la historia, al igual que pondrá en su sitio el determinante papel jugado por Juan Carlos I en la consolidación de nuestra democracia, retrate también el dañino oportunismo de estos. Y que este se quede en lo anecdótico.

La esperanza es que las instituciones democráticas que el Rey tanto ayudó a consolidar puedan estar a la altura de tamaño desafío institucional. En manos de Felipe VI, que ha hecho de la transparencia y la ejemplaridad su seña, hay motivos para confiar en que la Monarquía superará esta crisis y seguirá aportando la estabilidad que necesita el país para capear este crítico momento. Y de paso, demostremos ser capaces de romper así con la querencia secular española que acertadamente identificó también Santos Juliá de arrasar con toda construcción política anterior para volver a empezar de cero. Contra esta perversa tendencia, vaya aquí este ejercicio de memoria.

Jaime Carvajal Urquijo es senador constituyente y empresario.

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