Declive profesional o necesidad económica: ¿por qué Robert de Niro sigue haciendo comedias malas?
Está considerado una leyenda de la interpretación, pero desde hace demasiados años se centra en productos que están dañando su legado. ¿Es culpa de De Niro o es culpa de una industria que no ofrece otro tipo de papeles a intérpretes de su edad?
Cuando Robert De Niro y Al Pacino viajaron a Europa para presentar el thriller Asesinato justo en 2008, De Niro le dijo a Pacino durante una entrevista con la británica GQ: “No pasa nada, Al, esperemos que algún día nos reunamos para promocionar una película de la que sí nos sintamos orgullosos”. Pacino respondió: “Joder, eso estaría muy bien”. Su siguiente proyecto juntos fue El irlandés.
Tanto Joker como El irlandés, ambas de 2019, le h...
Cuando Robert De Niro y Al Pacino viajaron a Europa para presentar el thriller Asesinato justo en 2008, De Niro le dijo a Pacino durante una entrevista con la británica GQ: “No pasa nada, Al, esperemos que algún día nos reunamos para promocionar una película de la que sí nos sintamos orgullosos”. Pacino respondió: “Joder, eso estaría muy bien”. Su siguiente proyecto juntos fue El irlandés.
Tanto Joker como El irlandés, ambas de 2019, le han devuelto a Robert De Niro el prestigio y la relevancia de sus mejores años. Ambos papeles evocaban su glorioso pasado (El rey de la comedia y Uno de los nuestros, respectivamente) y fueron dos de las películas más vistas, comentadas y nominadas a premios del pasado año. Pero ahora De Niro vuelve con En guerra con mi abuelo, una comedia familiar en la que interpreta a un septuagenario que se enzarza en una retahíla de fechorías contra su propio nieto para no tener que compartir habitación con él. Así, el considerado mejor actor de su generación sigue cavando la tumba de su legado: ha rodado 27 películas en la última década y 19 han sido ridiculizadas por la crítica y/o ignoradas por el público. ¿Qué demonios ha pasado con la carrera de Robert De Niro?
No es que De Niro fuese solo buen actor, era la unidad de medida del talento interpretativo: cada gran actor surgido después de los setenta ha sido apodado “el nuevo Robert De Niro”, desde Daniel Day-Lewis hasta Leonardo DiCaprio, Edward Norton o Christian Bale. De Niro lideró la revolución artística del Nuevo Hollywood, una etapa en la que según el actor Randy Quaid “nos dejaron las llaves del manicomio a los locos” y en la que una nueva generación de actores y cineastas llenó la pantalla de una energía volcánica. De Niro encadenó trabajos con Francis Ford Coppola (El padrino. Parte II), Scorsese (Taxi Driver), Bertolucci (Novecento), Kazan (El último magnate), Cimino (El cazador), Leone (Érase una vez en América), Gilliam (Brazil), Joffé (La misión), De Palma (Los intocables), Mann (Heat) y Tarantino (Jackie Brown). Robert De Niro, en resumen, escribió páginas enteras en la historia del cine.
Los peligros de reírse de uno mismo
Pero en 1999 quiso relajarse y jugar con su propia imagen: en la comedia Una terapia peligrosa interpretaba a un mafioso que acudía al psicólogo tras sufrir ataques de pánico. El año siguiente volvió a parodiar la masculinidad camorrista con Los padres de ella, en la que interpretaba a un suegro que intimidaba al marido de su hija. Fue la película más taquillera de su carrera. Y la primera piedra en la lápida de su legado. En la comedia infantil Las aventuras de Rocky y Bullwinkle, De Niro emuló su icónica escena de Taxi Driver mirándose a un espejo y preguntando: “¿Me estás hablando a mí?”. Comenzaba así un chiste recurrente en su filmografía reciente: referencias paródicas a sus papeles más celebrados, como la escena de En guerra con mi abuelo en la que el nieto le deja una serpiente en la cama (como aquella cabeza de caballo de El padrino). En Otra terapia peligrosa. ¡Recaída total!, trabajaba como asesor en películas de mafiosos. En la comedia Malavita interpretaba a un mafioso en un sistema de protección de testigos que acababa participando en el coloquio de un cineclub sobre la filmografía de Scorsese. Tal y como sugirió Adam Markoviz en Entertainment Weekly, “las películas en las que De Niro se ríe de su legado artístico ya son un subgénero cinematográfico en sí mismo”.
La debacle de la carrera de Robert De Niro ha sido un asunto de preocupación entre la comunidad cinéfila. Qartz elaboró un gráfico que mostraba el descenso de calidad de sus películas y un usuario de Twitter publicó un análisis que señalaba “el momento exacto en el que a Robert De Niro dejó de importarle su carrera”. El propio actor bromeó sobre este declive cuando, al recibir un Globo de Oro honorífico en 2011, agradeció que el galardón se hubiese anunciado antes de que los votantes pudieran ver Ahora los padres son ellos.
En los últimos años, De Niro ha acumulado fracasos (El encargo, El golpe del siglo, Caza humana, Luces rojas o La vida de Flynn) que apenas recaudaron unos miles de euros en taquilla o se estrenaron directamente en formato doméstico.
Aparte de hacer chistes sobre sus papeles más emblemáticos, las últimas comedias de De Niro parecen empeñadas en construir humor en torno al pene del actor. En Otra terapia peligrosa. ¡Recaída total! se paseaba por un velatorio con la bata abierta aireando su entrepierna. En Ahora los padres son ellos, De Niro ingería accidentalmente unas pastillas para la disfunción eréctil y el gag culminaba con su nieto quedando traumatizado de por vida al toparse con su padre (Ben Stiller) poniéndole una inyección en el pene a su abuelo (De Niro). En El becario, René Russo le daba un masaje que le provocaba una erección inoportuna. Y el guion de Dirty Grandpa –no confundir con la reciente En guerra con mi abuelo, esta es de 2016– directamente estaba concebido en torno a lo salido que estaba su personaje.
‘Dirty granpa’: cuando una gloria tocó fondo
Considerada el punto más bajo de su filmografía, en Dirty Grandpa, De Niro interpretaba a un hombre recién enviudado que convence a su nieto (Zac Efron) para correrse una juerga juntos explicándole que lleva 15 años sin sexo y solo piensa “en follar, follar, follar”. En un momento dado, el nieto le explicaba sus logros como abogado y De Niro replica: “Pues yo preferiría que Queen Latifa me cagase en al boca desde un globo aerostático a tener ese trabajo”. La campaña de promoción de Dirty Grandpa satirizaba sobre el colapso de la carrera de su protagonista: De Niro aparecía en el póster sentado en un sillón ante el televisor, con un bote de lubricante a un lado y una caja de pañuelos al otro, y el eslogan era: “Uno de los actores más respetados y legendarios de nuestra generación... Y ahora esto”.
La comedia funcionó en taquilla, pero las críticas se ensañaron con lo que consideraron un papel humillante para De Niro. Deadline bautizó Dirty Grandpa como “la peor película de la carrera Robert De Niro (o de cualquier actor)”, Yahoo lamentó que el actor había tocado fondo con un humor racista y homófobo, el crítico de Uproxx aseguró que era “la peor película que he visto jamás en un cine, que la quemen”, Mark Kermode explicó que después de verla sintió la necesidad de darse una ducha y Darragh McKiernan consideró la película “un grito de auxilio” por parte del actor. The Guardian señaló que Dirty Grandpa “introduce a los admiradores de De Niro en una nueva fase emocional que solo puede denominarse como postdesesperanza”, una vez pasados el estupor y el horror solo nos queda resignarnos entumecidos ante un gran hombre que hace cosas como esta".
Pero esta caída en desgracia es un síntoma del nuevo modelo de negocio en Hollywood. Thrillers adultos como The Fan, Ronin o The Score (Un golpe maestro) costaron en torno a 60 millones de euros, un presupuesto insostenible en el mercado actual. Cuando la piratería causó una polarización en el consumo de cine (las películas pequeñas sobrevivían gracias a los cinéfilos, las gigantes daban más beneficios que nunca), los dramas de presupuesto medio se quedaron en un limbo comercial: el público decidió que no eran “películas de cine”, sino para ver en casa, y por tanto dejaron de resultar económicamente viables. Y ese es el cine que convirtió a De Niro en una estrella.
No es solo De Niro: es la industria
Hoy ningún estudio apostaría por un drama adulto con valores de producción tan altos como El padrino, El cazador o Casino, un tipo de cine que solo sobrevive gracias a plataformas digitales: Scorsese accedió a rodar El irlandés para Netflix porque, tras más de una década intentando conseguir financiación, fueron los únicos dispuestos a costear los más de 130 millones de euros de presupuesto (casi tanto como una superproducción de Marvel). Los sueldos de las estrellas también se tornaron inasumibles. Las secuelas de Los padres de ella costaron en torno a los 100 millones, un dinero que no está en la pantalla sino en los cheques de De Niro, Ben Stiller, Dustin Hoffman y Barbra Streisand. Para mantener su nivel de vida, De Niro tiene que trabajar el triple y aceptar lo que le ofrezcan.
Se ha especulado mucho sobre la situación económica del actor. Hace unos meses se enzarzó en una disputa legal con su exmujer, de quien se separó el año pasado tras dos décadas de matrimonio, cuando decidió reducirle el límite de la tarjeta de crédito de 80.000 euros a la mitad sin avisarla alegando que la crisis del coronavirus estaba golpeando sus múltiples negocios. Según su acuerdo de divorcio, De Niro está obligado a darle a su exesposa en torno a un millón de euros cada año si él gana más de 15. “Tendrá suerte si ingresa siete millones este año”, ha indicado la abogada del actor.
De Niro, además, tiene seis hijos (fruto de cuatro relaciones distintas) y cuatro nietos que mantener. Su biógrafo, James Ursini, considera que el actor está muy preocupado con dejar una buena herencia a sus descendientes y que desde el éxito de la trilogía Los padres de él su caché en la comedia es mucho más alto que en el drama. De Niro es dueño de varios edificios en el barrio neoyorquino de Tribeca (donde además dirige un festival de cine desde 2002), de un equipo de fútbol americano, de una marca de vodka, de una línea de moda y de una de las cadenas de restaurantes y hoteles más de moda en los núcleos urbanos de Estados Unidos, Nobu, con 40 restaurantes y ocho hoteles de lujo. Pero el nivel de vida de una estrella de su estatus (que debe subcontratar asistentes, representantes, publicistas, guardaespaldas) requiere ingresos millonarios que De Niro solo puede conseguir mediante comedias infames o por alguna campaña publicitaria ocasional: en 2016 cobró diez millones de euros por protagonizar el anuncio de un casino de Filipinas dirigido por Scorsese y coprotagonizado por DiCaprio.
“Él tiene dos criterios principales a la hora de elegir proyectos: que le guste el director o los actores, incluso aunque el guion sea flojo, y el dinero. Su situación económica es cómoda, pero tiene muchos gastos fijos”, indicó uno de sus socios al New York Post. En sus fracasos De Niro ha trabajado con estrellas como Sean Penn, Sigourney Weaver, Julianne Moore, Morgan Freeman, Diane Keaton, Michael Douglas, Susan Sarandon, Michelle Pfeiffer, Kevin Kline o John Travolta. En 2008 el actor abandonó su agencia de representación, la todopoderosa CAA, entre otros motivos por un e-mail interno de la empresa que criticaba que su avaricia había jugado en detrimento de su carrera: un ejecutivo de la agencia criticaba que el actor pidiese más dinero (unos 20 millones) del que valía. “Podría haberse centrado en hacer buenas películas”, comentaba el correo eléctronico, “pero prefirió ganar dinero para financiar su pequeño imperio en Nueva York”.
El maldito dinero
“Si tiene otras prioridades ahora, como su festival de cine, sus propiedades en Manhattan o su negocio hostelero, genial. ¿Pero por qué nos castiga con estos espectáculos deprimentes?”, se preguntaba Andrew O’Hehir en Salon. “Ni siquiera puede arrastrarse para que parezca que le importa el papel”, lamentó Keith Phipps sobre Showtime. “Se trata del declive más profundo y más triste de cualquier actor en toda la historia de Hollywood”, aseguraba Luke Buckmaster en un reportaje titulado De gran actor a chiste con patas publicado en 2016, probablemente su momento más bajo de reputación. “Su criterio para aceptar proyectos parece ser que el productor tenga el teléfono de su agente”, bromeaba Reed Tucker. Hasta Anjelica Huston lamentó que De Niro tenga que trabajar tanto para mantener a sus exmujeres y se alegró de que Jack Nicholson se haya retirado: “Yo no quiero ver a Jack haciendo Ahora los padres son ellos”.
Pero cuando los medios comentan la caída en desgracia de De Niro, plantean un cepo perverso: lamentan que su legado se esté pudriendo, critican que no se retire con dignidad y ridiculizan sus papeles recientes. Las únicas opciones posibles para los actores maduros parecen ser jubilarse a tiempo para ser recordado como un mito o seguir trabajando para acabar convertido en un hazmerreír. En el primer grupo están Gene Hackman (su último papel fue en 2004, a los 74 años), Jack Nicholson (retirado en 2010, a los 73) y Sean Connery (que falleció el pasado 31 de octubre a los 90 años, tras 16 retirado). Y los veteranos que siguen en activo (Robert Redford, Anthony Hopkins, Dustin Hoffman) apenas trabajan para preservar la dignidad de su filmografía.
Los términos en los que se habla de la decadencia de Robert De Niro dicen mucho de cómo la sociedad percibe la vejez. El terror al declive físico lleva a muchos a desear que los ancianos, simplemente, desaparezcan para no recordarnos nuestra propia mortalidad. Según algunos espectadores, De Niro ha traicionado el recuerdo que tenían de él y por tanto su declive profesional es una afrenta personal para ellos. Andrew Barker definió La gran revancha (una comedia sobre boxeo con Sylvester Stallone) como “Dos viejos gruñones con Rocky Balboa y Jake LaMotta”.
“Los papeles que le ofrecen ahora no son los mismos que cuando estaba en la cima”, aclaró un socio de De Niro. “Con la edad, los buenos papeles se disipan y él no quiere dejar de trabajar. Rodar películas es su vida y se niega a pasarse años esperando un guion de sus sueños que quizá nunca llegue. Seguir trabajando lo mantiene ocupado y relevante. Ya no le importa la crítica, sabe que ha demostrado con creces ser un actor formidable”. La única conclusión que cabe extraer de la trayectoria reciente de De Niro es la más obvia: si le ofreciesen películas mejores, las haría.
Sus próximos proyectos así lo demuestran: el prestigio recuperado con Joker y El irlandés le ha devuelto a las grandes ligas y ahora prepara rodajes con autores como Scorsese (la adaptación de la novela Los asesinos de la luna de las flores) o James Gray (Armageddon Time), que alternará con uno de esos thrillers del subgénero “actor veterano corriendo” que fundó Liam Neeson con Venganza (Wash Me In The River). De momento, no tiene otra comedia de abuelos prevista. Muchos cinéfilos se sienten decepcionados con él porque consideran que parte de su filmografía reciente no está a la altura de su propia leyenda. Pero, en realidad, es Hollywood quien ha fallado a Robert De Niro.
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