Caso Edelweiss: la secta más peligrosa de España revive en un documental
La primera serie original de RTVE Play es un documental en el que las víctimas de Eduardo González Arenas se ponen ante la cámara para recordar, ya como adultos, el infierno por el que pasaron en una organización que mezclaba acampadas, alienigenas, militarismo y pederastia
Al escuchar la palabra Edelweiss algunos pensarán en Sonrisas y lágrimas; otros en una flor, pero quienes tengan más memoria recordarán la que probablemente fue la secta más peligrosa de la historia de España, una organización criminal que mezclaba ideología nazi, alienígenas y abusos sexuales. Edelweiss fue uno de los grupos paramilitares fundados en los setenta por Eduardo González Arenas, alias Eddie, exlegionario y miembro de una familia acomodada madrileña; el flautista de Hamel...
Al escuchar la palabra Edelweiss algunos pensarán en Sonrisas y lágrimas; otros en una flor, pero quienes tengan más memoria recordarán la que probablemente fue la secta más peligrosa de la historia de España, una organización criminal que mezclaba ideología nazi, alienígenas y abusos sexuales. Edelweiss fue uno de los grupos paramilitares fundados en los setenta por Eduardo González Arenas, alias Eddie, exlegionario y miembro de una familia acomodada madrileña; el flautista de Hamelín, como lo denominó el abogado de la acusación Fernando Oliete en el juicio que tuvo lugar en 1991; Dios, en palabras de su lugarteniente Carlos de los Ríos. Un psicópata, según el psicólogo y criminólogo Vicente Garrido. Durante casi tres décadas, cientos de niños entre siete y 14 años sufrieron abusos en las distintas organizaciones que puso en marcha casi con total impunidad gracias a sus contactos familiares, hasta que en 1998 fue degollado por un adolescente en la terraza de una heladería ibicenca.
El caso Edelweiss es el protagonista de la primera producción original de RTVE Play. Esta serie documental, titulada simplemente Edelweiss y dirigida por Eulogio Romero, cuenta con testimonios de algunos protagonistas de la historia como Carlos de los Ríos, mano derecha del Eddie, y José Antonio Ávila, inspector del caso en los años ochenta. También con la opinión de expertos en sectas como Eduardo Bravo, que ancla las raíces de la organización en el auge de la ufología desencadenado por los presuntos avistamientos de ovnis que obsesionaron a parte de España a finales de los sesenta y en concreto en el caso Ummo, nombre del falso planeta cuyo símbolo se grababan bajo las axilas los miembros de la Guardia de Hierro de Edelweiss con un hierro candente.
Aquella España de finales de los sesenta que miraba al cielo para no ver lo que pasaba en la Tierra fue terreno propicio para sectas destructivas como Los Niños de Dios cuyo líder, David Berg, perseguido por las autoridades estadounidenses, estableció su base en Tenerife en los setenta. Canarias fue también uno de los puntos en los que Edelweiss desarrolló su red de prostitución de menores, pero su núcleo estaba en Madrid, en concreto en las zonas acomodadas en las que González Arenas se movía con comodidad.
Eddie tejió su tela de araña amparado en su buen porte, su labia y sus contactos familiares. Se valía de la complicidad involuntaria de parroquias y colegios de renombre para atraer a los niños, a los que ofrecía formar parte de un grupo de montaña que desarrollaba diversas actividades en la sierra de Guadarrama. Tenía especial cuidado en que fuesen niños de entornos pudientes pero con carencias afectivas o conflictos familiares. Les ofrecía un espacio en el que sentirse seguros y especiales. “Nos creíamos más que los demás”, afirma en el documental David P., una de las víctimas. Contaba además con la cooperación de unos padres que no podían ni imaginar lo que sucedía realmente. “Un día viene el niño, que tiene 13 años, y dice que se va de acampada con otros amigos; y no te puedes negar, claro”, declaró años después un familiar a EL PAÍS. “Me extrañó que unos hombres ya de 20 años se fueran de excursión con chicos tan pequeños... Pero iban hijos de conocidos y los mayores venían a casa y decían que no había cuidado”.
Las actividades que se desarrollaban durante aquellas salidas a la sierra eran similares a las de cualquier academia militar, una de las grandes obsesiones de Eddie. “Desde principios de los años setenta hasta el día de noviembre de 1984 en que la policía desarticuló Edelweiss y detuvo a sus dirigentes, todos los grupos de montaña organizados por Eduardo González Arenas se apoyaron sobre tres de sus obsesiones: hombres, planetas y uniformes”, contó Pablo Ordaz en un reportaje publicado en EL PAÍS en 1996. En esta “organización filonazi”, como la denomina Eduardo Bravo “por sus planteamientos, su ideología y su aspecto”, los niños iban vestidos al estilo de las juventudes hitlerianas: camisa verde, pantalones de faena o bombachos, medias rojas, boina y pañoleta.
Aquel entrenamiento militar al que se sometían estaba orientado a la supervivencia en situaciones extremas. Pero, ¿sobrevivir a qué? Al gran cataclismo nuclear que iba a destruir nuestro planeta en 1992. El mundo conocido iba a desaparecer y Eddie era el único que podía salvarlos porque, aunque vivía en la Tierra, era el príncipe Alain del planeta Nazar y él y sus seguidores se refugiarían en el planeta Delhais, “un lugar sin violencia, sin delincuencia y sin drogas”.
Pero para acceder a esa salvación tenían que comprometerse con el grupo y una de las pruebas principales de fidelidad consistía en aceptar tener relaciones sexuales con los hombres que les indicasen. Porque esa era la verdadera función de Edelweiss: proveer de niños al pederasta Eddie y –previo pago– a otros adultos. En la época, la asociación gay AGAMA (Asamblea Gay de Madrid, de la que posteriormente nacería la actual COGAM) protestó por la constante demonización del término homosexual en los medios cuando realmente se estaba hablando de pederastas. No sirvió de mucho.
Un cántico oscuro
“Juro por mi honor luchar y pertenecer a la Guardia de Hierro de Delhais hasta mi muerte, defendiendo tres conceptos fundamentales y universales: amor, justicia y libertad, aplicándolos a mí mismo, caminando por el sendero de la verdad, hasta que alcance la perfección en el planeta Delhais, al servicio de mi príncipe, el Gran Alain”.
Estas eran las palabras que los miembros de Edelweiss debían pronunciar para convertirse en Guardias de Hierro, la máxima aspiración de cualquier niño dentro de la organización. Un escalafón que funcionaba como los sonderkommandos nazis: eran niños que habían pasado de víctimas a verdugos, generalmente cuando dejaban de ser tan jóvenes como para atraer al líder, lo que sucedía alrededor de los 12 años. En una estructura piramidal fuertemente jerarquizada, ellos eran los lugartenientes de Eddie. El principal, Carlos de los Ríos, ofrece testimonios escalofriantes —y poco arrepentimiento— en el documental. Quien no aparece es su otro secuaz, Ignacio de Miguel, hijo del sociólogo Amando de Miguel que sí habló en 1991 en el programa Tribunal Popular presentado por Francisco Pérez Abellán.
De Miguel, que ingresó en Edelweiss a los 11 años, era por sus lazos familiares uno de los principales reclamos de la secta. Los padres de los demás niños confiaban en su facilidad de palabra y en su apellido. En el programa de Abellán confesó que llegó a robar dinero a su familia para entregárselo a Eddie y que él mismo reclutó a su hermano menor.
Los desmanes de Edelweiss mantuvieron un perfil bajo hasta 1984, cuando, vistas las denuncias acumuladas, los medios se hicieron eco de lo que pasaba en aquella presunta asociación de montaña. Unas 30 familias de la zona del Retiro denunciaron a Eddie después de que un chico le revelase a su madre lo que realmente sucedía en las acampadas. A ello se sumó el intento por parte de la secta de vender a uno de los niños fuera de España: Edelweiss estaba preparando la Operación Océano, que significaría su expansión internacional. En aquel momento ya tenía bases en Canarias, Vigo, Cáceres y Alicante. Algunos de los captados afirmaron posteriormente que el entrenamiento militar estaba destinado a venderles como niños soldado a las guerrillas sudamericanas.
La policía interrogó a los hijos de los denunciantes. Los niños habían sido amenazados con ser castrados si contaban algo, pero al final, a pesar de que los más mayores se mantuvieron en silencio, los pequeños se desmoronaron y hablaron. Cuando empezaron las detenciones, tanto Eddie como sus lugartenientes huyeron del país.
Aquellas no eran sus primeras denuncias. El príncipe Alain era un viejo conocido de las autoridades que contaba con antecedentes por organización de grupos de ideología pronazi y corrupción de menores. En 1976 había sido detenido tras una denuncia por abusos, pero tras seis meses en la cárcel había quedado en libertad. Al salir de prisión se había instalado en la casa de sus padres en Las Rozas y tras formar un nuevo grupo de montaña en la zona fue expulsado de la urbanización sin más explicaciones. En aquella ocasión no hubo denuncia. Nadie quiso que el escándalo saliera a la luz. También había pasado por prisión en 1982 y durante su breve estancia en la cárcel fueron de los Ríos y De Miguel quienes reclutaron a los niños con los que acabarían compartiendo sala en el juzgado.
Edelweiss había sido la continuación de otra organización también de carácter paramilitar denominada Boinas Verdes Edelweiss, cuyos miembros habían montado guardia permanente ante un retrato de Franco durante su agonía y días antes de que falleciese habían acudido al hospital de La Paz para entregarle un ramo de flores.
Las acusaciones contra Eddie ya habían sido noticia en los medios, pero no fue hasta entonces cuando tuvieron verdadero impacto. La revista Interviú, en cuyas páginas el periodista Perfecto Conde dedicó tres reportajes exclusivos a la secta, reveló que Eddie estaba divorciado de una nieta del dictador dominicano Leónidas Trujillo, con la que había tenido un hijo. También se supo que había tenido una hija con una de las mujeres de la secta (apenas había media docena), porque, según declaraba Eddie, “la mujer es una imperfección, un símbolo de maldad” y su acceso al planeta Delhais estaba vetado. Según las investigaciones policiales, la niña había sido vendida a un matrimonio sevillano por dos millones de pesetas.
“Todo lo de ahora se pudo evitar a raíz de nuestra denuncia en la comisaría del barrio del Pilar”, se quejó el primer denunciante del grupo Edelweiss en 1976. “Pero la mayoría de los padres afectados, entre los que había policías, tuvieron miedo al escándalo”.
En 1991, el caso contra la secta se convirtió en la noticia del año. Despertó tanta atención mediática que por evitar el sufrimiento a sus hijos o la vergüenza propia casi 50 familias retiraron las denuncias. Durante el juicio, uno de los testigos declaró sobre el abuso sexual: “Era algo habitual”. Y añadió: “Lo considerábamos un paso más para alcanzar la perfección que, como elegidos, habría de llevarnos al planeta”. También se desveló que habitualmente eran llevados a hoteles o pensiones donde hombres desconocidos abusaban de ellos. Esa era la principal vía de financiación de la secta.
“Edelweiss ha desaparecido, pero no el espíritu que la animó, y volveremos a levantarla de alguna forma”, afirmó Eddie tras el juicio. Fue condenado a 168 años de cárcel, pero cumplió solo seis debido a su buena conducta, a su exhaustivo conocimiento del código penal que le permitió a cogerse a todos los beneficios posibles y a que en aquel momento las penas contra la violación eran irrisorias. “Siempre se dice que la justicia es igual para todos, pero yo siempre he pensado que no es así y se da la circunstancia de que Eduardo González era de buena familia”, afirma en el documental la jueza Marta Díaz.
Tras salir de prisión, Eddie se estableció en Ibiza, en Santa Eulalia, donde sus padres tenían una casa. Montó un bar de copas y cambió a los niños de buena familia por desarraigados por los que pensó que nadie se preocuparía. Pero las denuncias no tardaron en llegar. Fue acusado por tres niños de entre 11 y 14 años, pero de nuevo quedó en libertad. El 1 de septiembre de 1998, al año de salir de prisión, fue degollado con un cuchillo jamonero por Juan Martín García, Juanito, un botones de la isla de 18 años que lo había denunciado previamente. “He hecho lo que tenía que hacer. Ya no molestará a más niños”, afirmó durante el juicio en el que fue condenado a 17 años de prisión. 23 años después, ante la cámara de Eulogio Romero, se pregunta: “¿Por qué tengo que estar arrepentido?”.
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