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Criaturas adorables y monstruos en el microondas: cómo ‘Gremlins’ se convirtió en un inesperado clásico navideño

Cuatro décadas después del estreno de la original y cuando se ha anunciado una tercera entrega, la película producida por Steven Spielberg es un ejemplo inaudito de cine familiar

Una de las películas navideñas por antonomasia se estrenó en verano: en junio de 1984. Fue concebida como una película diminuta realizada por y con desconocidos de la que se esperaba poco o nada, pero acabó recaudando 150 millones y siendo superada en taquilla únicamente por Indiana Jones y el Templo Maldito y Cazafantasmas (qué buen año para ser adolescente). Era tan inclasificable que acabó modificando para siempre el sistema de clasificación por edades de Hollywood y aún hoy hay debate sobre ella.

Así como cada diciembre nos preguntamos si La jungla de cristal es un película navideña, Gremlins nos hace plantearnos si realmente es una película para niños. Lo que nadie cuestiona es que es una película de culto, un clásico que ha conquistado a miles de espectadores de todas las edades a pesar de que nació como una serie B destinada a rentabilizarse en el videoclub. Su realización requirió un esfuerzo titánico que requirió de muchas horas de trabajo y mucho ingenio para articular un gran número de figuras. Tal era la complejidad de la empresa que se plantearon utilizar monos, pero después de que defecasen todo el estudio se replantearon la idea.

A pesar de su tono aparentemente familiar, la película se cierra con un final agridulce que hoy sería impensable: a los protagonistas les privan de la adorable criatura protagonista por haberla cuidado mal (seguro que es la película favorita de muchas protectoras de animales) y su mensaje no es el esperable en una cinta navideña. Gremlins, y especialmente su secuela, es una andanada contra el sistema capitalista, algo bastante habitual en el cine de los ochenta donde los bancos y las grandes corporaciones son las principales amenazas de la idílica vida familiar. Plagada de referencias cinéfilas, es una miscelanea de géneros en la que cabe todo y aunque lo que más recordemos sea la mirada de ternura desarmante de Gizmo o el penacho blanco de Stripe no hay en ella nada más escalofriante que el diálogo en el que la protagonista explica por qué no cree en Papá Noel.

Su argumento principal sufrió varios cambios. Los protagonistas pasaron de ser niños a jóvenes adultos para hacerla más atractiva a los adolescentes, el grial de los mandamases de Hollywood, y estos pasaron de encontrarse a un Mogwai (una criatura mítica china) por casualidad a comprarlo en una tienda. Sí se mantuvieron las tres reglas un poco arbitrarias que todo el mundo recuerda: no mojarlo, no exponerlo a la luz y no darle de comer después de medianoche. Esta tercera norma provocó alguna discusión. “¿Y cuándo pueden volver a comer?”, se preguntaban incrédulos en el estudio. La productora Lucy Fischer, la roca que Spielberg colocó al frente para que lidiase con Warner, tuvo que defender la propuesta. “Recuerdo muy bien que intentaba justificar cada cosa que hacía con nuestro encargado de asuntos comerciales, con quien estaba en guerra”, confesó en The Ringer. “Él me decía: ‘¿qué significa eso de después de medianoche ? Si son las 6 de la mañana, ¿sigue siendo después de medianoche? No entiendo las reglas’. Y yo le respondía: ‘No tienes por qué“.

Esa cuestión fue objeto de burla en la secuela. Porque, por supuesto, dio lugar a una secuela mejor valorada por la crítica y peor por el público, pero que su director Joe Dante, el hombre tras el milagro, considera su obra maestra. Y ahora, cuatro décadas después del estreno de la primera, se ha confirmado una tercera parte con su guionista Chris Columbus como director y Spielberg de nuevo en la producción.

Columbus fue el autor del guión original de Gremlins, el nombre con el que los pilotos de la fuerza aerea denominaban a las criaturas que supuestamente causaban los fallos mecánicos. La idea se le ocurrió mientras estudiaba en la universidad. Una noche escuchó un ruido de ratones y se planteó por qué los monstruos solían ser gigantescos cuando no había nada más aterrador que algo diminuto y con capacidad para esconderse. Escribió una historia y la movió sin demasiadas esperanzas, pensando que era irrealizable. Pero aquel proyecto supuestamente imposible acabó en manos de un joven Steven Spielberg que acababa de montar su productora, Amblin Entertainment, junto a Kathleen Kennedy y Frank Marshall. Su primera idea fue, dada la oscuridad del proyecto, encargar su dirección a un jovencísimo Tim Burton, pero le echó para atrás que a pesar de sus talentosos cortometrajes nunca hubiese dirigido un largo, razón por la que se inclinó por Joe Dante, responsable de Piraña (1978) y Aullidos (1981), una cinta que, como Gremlins combinaba el horror y el humor.

Dante, forjado en la escuela de Roger Corman, fue uno de los grandes maestros de la industria, especialmente en la rama del terror, y los que habían trabajado como él sabían cómo exprimir los presupuestos. Y eso es algo que iba a ser muy necesario para aquella película pequeña, pero estéticamente muy ambiciosa.

Spielberg no podía dedicarle demasiado tiempo, estaba en plena posproducción de ET y Poltergeist. No estaba en cuerpo, pero su nombre ya abría cualquier puerta y por eso, al saber que estaba implicado, Warner Bros tuvo interés en el proyecto. Le dieron luz verde, aunque pasaba desapercibido frente a otras producciones en las que trabajaban en esos momentos. “Nosotros costamos 11 millones de dólares y Los Cazafantasmas costó más de 30″, puntualizó el productor Michael Finnell en la historia oral de la cinta. Cazafantasmas era el modelo que interesaba en aquellos momentos a los estudios: una producción ambiciosa plagada de grandes nombres. Y ellos eran un puñado de desconocidos en un proyecto que a todos les seguía pareciendo irrealizable. Especialmente por su tono tan violento. Su oscuridad era muy problemática. La primera escena que se fue del guión fue una en la que los Gremlins asaltan un McDonald’s y devoran a todos los comensales, pero no tocan las hamburguesas. Tampoco llegaron al final la muerte de la madre de Billy y del perro Barney. Conseguir el equilibro justo entre horror, diversión y un producto apto para la mayoría del público fue muy laborioso y requirió muchas reescrituras. Pero no fue lo más complejo: la verdadera dificultad llegó cuando hubo que dar forma a las criaturas.

Dante recurrió a Chris Wallas, que había trabajado con él en Piraña y había hecho los efectos de los nazis que se derriten al final de En busca del arca perdida. Su primera idea fue utilizar stop-motion, pero era inviable por la cantidad de personajes que aparecían. Fue entonces cuando alguien, probablemente un fan de El mago de Oz, propuso lo de los monos. Columbus se negó: “Ni hablar. De ninguna manera voy a poder ponerle un disfraz de Gremlin a esta cosa”. De todas formas, probaron con un macaco Rhesus. “Le pusimos una cabeza de Gremlin, y empezó a rebotar por la sala de edición, cagándolo todo. Y quedó claro que no lo íbamos a hacer así”, reconoce el director. Y entonces se decidió utilizar marionetas, su idea primigenia, y el plató se llenó de decenas de personas ocultas moviendo aquellas figuras de orejas gigantes y actitud similar al del Nosferatu de Murnau. Pero los títeres tenían limitaciones, especialmente el del pequeño Gizmo, al que era imposible hacer caminar, y por eso iba a todas partes en brazos o en una mochila.

A pesar de que las travesuras de sus antagonistas son mucho más vistosas, el protagonismo absoluto de Gremlins es el pequeño Gizmo (algo así como “cacharro”, su nombre final fue la manera en la que se referían a él durante el rodaje) y su adorable expresión inspirada en un pequeño primate. “Siempre recurro a la naturaleza en busca de inspiración”, explicó Wallas, “ojos grandes, orejas grandes y una cabeza desproporcionadamente grande”.

La idea original era que a la media hora de película Gizmo se convirtiese en el malvado Gremlin Stripe, pero Spielberg mostró su olfato para reconocer lo que los espectadores quieren y se negó. El director de ET había rechazado uno tras otro los diseños que le enseñaban de Gizmo, hasta que a Dante se le ocurrió ponerle el mismo color de pelo que el perro de Spielberg. Cuando lo vio en movimiento lo tuvo claro: no sólo no debía ser el malvado, sino que tendría que ser el amigo del protagonista y aparecer durante toda la película. Incluso fue el héroe final que derrota a los malvados, que son carne de su carne viscosa. Un cambio que se produjo a última hora por orden de Spielberg y que desconcertó al protagonista Zac Galligan, que había grabado un final en el que era él quien salvaba la ciudad. Cuando fue a quejarse, Dante fue rotundo: ”El nombre de la película es Gremlins, no Las aventuras de Billy Peltzer en Kingston Falls”.

Galligan era un recién llegado sin haber actuado previamente en una película, pero tenía exactamente el aspecto inocente que requería su personaje. Más conocida era Phoebe Cates, que acababa de protagonizar Aquel excitante curso (1982). Hoy Cates está practicamente retirada y sólo la vemos en las alfombras rojas junto a su marido Kevin Kline. Galligan no podía creer que se había impuesto a Tom Hanks y Emilio Estévez, entre otros. También era conocido el actor infantil Corey Feldman, que luego fue el Bocazas de Los Goonies. Los adultos de la familia fueron el actor y cantante Hoyt Axton y Frances Lee McCain. El papel de Axton era especialmente complejo: no era un padre de familia normal, era un inventor desastroso al que todas sus creaciones inútiles se le estropean en una semana, sin embargo resulta absolutamente adorable. Su actitud soñadora e infantil contrasta perfectamente con la madurez del personaje de Galligan.

No se buscó un reparto de relumbrón por la falta de presupuesto y porque todos eran conscientes de que aquella película no era para que se luciesen los actors, sino las criaturas animadas. De hecho, hay pocos diálogos memorables, quizás sólo uno. Y ese es el momento en el que Kate, el personaje interpretado por Cates, cuenta por qué odiaba la Navidad. El motivo no podía ser más truculento. Su padre, como tantos otros en Nochebuena, se había disfrazado de Papá Noel y había intentado bajar por la chimenea, pero resbaló y se rompió el cuello. Lo encontraron días después por el olor a carne quemada que salía de la chimenea. No era un diálogo escrito para ese personaje, sino para uno que se había caído del guión final, pero a Dante le gustaba tanto que se lo adjudicó a Kate. Hoy es uno de los momentos más recordados, pero estuvo a punto de no llegar al montaje final porque los productores lo odiaban. ¿Cómo ibas a contarle a los niños que Papá Noel no existía y además de una manera tan truculenta?

Cates sabía que era importante conservar ese monólogo, lo que la diferenciaba de ser otra novia más de relleno, pero Dante era consciente de que era conflictivo. “Tras verla, el editor se volvió hacia mí y me dijo: esto nunca saldrá en la película”. La primera nota que llegó de Warner fue: “No corten ni un fotograma, solo eliminen ese discurso”. Temía que aquello asustara a la gente, pero el director fue implacable y Spielberg lo apoyó, aunque no entendía por qué a Dante le gustaba tanto ese momento. Quizás era porque resumía el tono de la película, un momento sombrío y tragicómico. Así era Gremlins y, con aquella miscelanea de géneros, tuvieron que enfrentarse a los primeros pases con público. Finell reconoce que el momento clave fue cuando Gizmo aparece por primera vez. El público prorrumpió en un “aaaaah” que dejó claro que se habían enamorado de la criatura.

Venderla no era fácil. Warner quiso mantener el misterio y apostó por enseñar únicamente una manita de Gizmo y colocar el nombre de Spielberg en el cartel, con lo que todo el mundo esperaba un nuevo E.T. La sorpresa en los cines fue mayúscula. En E.T., nadie lanzaba a una anciana por los aire (aunque fuese una ancina malvada) o introducía una criatura en el microondas (aunque fuese una criatura malvada). No había motosierras, ni se acuchillaba a ningún ser. Ese desconcierto fue el que primero vivieron los que otorgaban la clasificación por edades. No era para todos los públicos, pero también era injusto calificarla para mayores de edad. Para lidiar con Gremlins y otra película de Spielberg, Indiana Jones y el Templo Maldito, se creó un una nueva categoría, la PG-13, lo que venía a siginifcar que parte del contenido era inapropiado para los menores de 13 años.

Ni ese pequeño handicap mermó su éxito. La pequeña película en la que nadie había depositado demasiadas esperanzas debutó en taquilla en segundo lugar (la primera era Cazafantasmas), se mantuvo durante semanas en taquilla, recaudó más de 150 millones y recibió el aplauso de la crítica, aunque no fue unánime. El prestigioso Leonard Maltin la destrozó en el programa Entertainment Tonight, dijo que era una basura, violenta y grotesca, pero años después tuvo el sentido del humor de aceptar un papel en la secuela. Maltin se interpreta a sí mismo, pero esta vez mientras critica la película es atacado por las criaturas. Incluso los que la detestaron acabaron rindiéndose ante ella. La película de Joe Dante se convirtió en un clásico que ha superado el paso del tiempo y cuarenta años después sigue siendo ineludible en Navidad y un festín para varias generaciones de aficionados al cine.

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