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La fragancia de un hombre es su biografía

Old Spice me sugiere tres de las cosas que más me gusta como huelen, aparte de los churros: cedro, vainilla y canela

La fragancia de un hombre es su biografía. Esta frase que me persigue desde hace unos días y que aunque parezca de Kenzo o sacada de la inefable El perfume de Patrick Süskind es totalmente mía, me ha llevado a reflexionar sobre la sucesión de colonias que he usado a lo largo de mi vida. ¿Hasta qué punto nos condiciona una colonia? ¿Hubiera sido distinta nuestra vida si hubiéramos elegido otra? ¿Me dio calabazas en marzo de 1978 aquella preciosidad por equivocarme de marca? ¿Me hubiera ido mejor a finales de los noventa de perseverar con Acqua di Giò? ¿Habría resaltado el uso de Sauvage mi parecido con Johnny Depp?

Mi primera colonia —después de Nenuco— la heredé de mi abuelo diplomático que la compraba en EE UU. Era Old Spice y me fascinaba el evocador frasco blanco con las letras en rojo y el barco en azul, un velero que fue cambiando pero que en mi recuerdo es una fragata de tres palos, la Grand Turk o la USS Constitution, de la que mi padre montaba por entonces una preciosa maqueta de Revell. Era una fragancia muy clásica que a mí me parecía que me rodeaba de efluvios de aventura y exploración y ventilaba los malos olores del desarrollismo y el tardofranquismo. Me sugiere aún tres de las cosas que más me gusta como huelen, si exceptuamos los churros: el cedro, la vainilla y la canela. En aquella época se publicitaba Old Spice (que lanzó sus productos masculinos en 1938) con esta inolvidable frase, digna de Lawrence de Arabia: “Algunos hombres han nacido para la grandeza, otros la consiguen y a otros más les es dada”.

Siguió cuando me adentré en la adolescencia, en los setentas, con Brut de Fabergé, que usaban Barry Sheene y Beckenbauer y de la que recuerdo en la publicidad a un tipo rudo fumando un puro, con el pecho descubierto y peludo, como eran entonces los hombres, que llevaba la chapita plateada que colgaba del frasco de cristal verde a la manera de parche en el ojo. Brut (“after shave, after shower, after anything”) prometía mucho pero yo quizá me echaba poca porque no ligaba casi nada; es cierto que además no fumaba. Hoy podría parecer una fragancia demasiado tosca, de batalla, sin embargo aquellos eran tiempos en que para que un tío se pusiera colonia no podías enviar un mensaje muy sutil, tiempos de Brummel (“en las distancias cortas un hombre se la juega”), Patrichs (“para el hombre que deja huella”), Agua Brava, Canoe… Cuesta entender cómo, oliendo así, podíamos bailar un lento con chicas que invariablemente se ponían Eau de Rochas.

Hubo una época que probé Drakkar Noir, ese aroma para tumbar a Sigrid de Thule, pero mi siguiente colonia importante fue Eau Parfumée au Thé Blanc de Bulgari, que descubrí en uno de los hoteles Alma. Era una fragancia tenue que invariablemente arrancaba un “qué bien hueles”. La dejé cuando encontré la que es mi colonia de bandera, Zadig & Voltaire This is Him!, marca de la que no sé si me convenció más la alusión literaria o este reclamo: “Una fragancia urbana y actual que define un chico joven y vivo que capta la atención de todos aquellos que se cruzan en su camino”. Si añadimos que “aporta un toque desenfadado y rockero muy versátil que encaja con múltiples personalidades”, ya tenemos las notas fundamentales para trazar sobre el pentagrama del aroma la fragante cantata de mi biografía.

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