“Lo contrario de la risa no es el llanto, es el miedo”: ‘Mi reno de peluche’ y otras comedias que nos hacen sufrir
El éxito de la serie de Netflix, donde el humorista Richard Gadd narra en primera persona su propio caso de acoso y abuso, confirma que la risa y pasarlo mal son la combinación de moda en el género
Durante dos años, el británico Richard Gadd fue acosado y agredido sexualmente por una mujer obsesionada con él, que acudía de forma regular a su lugar de trabajo, le mandaba correos electrónicos inapropiados y llegó a intimidar también a familiares, amistades y pareja. En ese mismo tiempo, sufrió repetidos abusos sexuales por parte de un hombre que se ganó su confianza bajo la promesa de darle un futuro profesional. Gadd, que fue uno de los guionistas de Sex Education (2019), de Netflix, ha dirigido, escrito e interpretado para el gigante del streaming una serie donde relata todos estos sucesos en primera persona. Y alguien que no haya oído absolutamente nada de ello antes quizá puede sorprenderse al descubrir que la serie, estrenada el pasado mes de abril y titulada Mi reno de peluche, es una comedia. Una comedia con capítulos precedidos del aviso de que pueden herir la sensibilidad del espectador, que facilitan un teléfono de atención a víctimas, pero una comedia al fin y al cabo.
Y una comedia muy buena, que ha cosechado excelentes críticas, se ha convertido en un fenómeno de público inesperado (teniendo en cuenta que ninguno de los implicados era famoso antes) y ha propulsado a Gadd, de 35 años, como una de las revelaciones humorísticas del momento. A medio camino del stand-up más confesional —Mi reno de peluche, antes de existir como serie, fue un monólogo— y expresiones tan arcanas de la búsqueda de la risa como la del payaso que recibe un tartazo o se pega un aparatoso resbalón, en la serie no son los agresores sino el propio Richard Gadd quien se destripa a sí mismo, se expone, se cuestiona y se juega la dignidad. Lejos de ser necesariamente una denuncia ni una venganza (el creador ha ocultado la identidad de las personas reales y pedido en redes que no se les localice), Mi reno de peluche explora irónicamente las contradicciones en las que puede caer una víctima de abusos o cómo una inseguridad endémica puede conducir a disociar de forma grave situaciones extremas.
Su combinación de momentos de pavor, gags de desahogo y escenas con premisas humorísticas donde la risa súbitamente se congela, da a la serie un tono especial, aunque, de un tiempo a esta parte, no quepa calificar ese registro de insólito. Un usuario voluntarioso de Netflix puede ya organizarse un angustioso maratón a base de chistes tan poco livianos como los de Nanette (2018), el histórico monólogo de Hannah Gadsby donde hablaba de la violencia experimentada como mujer, lesbiana y neurodivergente al tiempo que reflexionaba sobre los mecanismos de la autoburla, la serie BoJack Horseman (2014-20), deprimente relato de un caballo de dibujos que no para de tocar fondo por sus adiciones, conflictiva personalidad y tristeza incurable, o Inside (2021), el especial que Bo Burnham grabó en su casa, en el que el espectador podía ver su salud mental descomponiéndose durante el confinamiento. ¿En qué momento empezamos a sufrir tanto con la comedia?
Sonrisas y lágrimas
El 16 de junio de 2016, el hermano de Carmen Romero se suicidó saltando desde la ventana de su habitación. Un año después, ella abrió una cuenta de Instagram para dar salida a los chistes y al material de humor que había acumulado en ese tiempo en la intimidad. Actualmente cómica profesional y copresentadora del podcast Odio a la gente, Romero acaba de publicar un libro, Esto no está pasando (Planeta), donde describe su recorrido desde aquel traumático día, terapia mediante, hasta el descubrimiento de una vocación tan insospechada en el momento de shock y depresión que estaba atravesando. En el libro, uno puede encontrar párrafos de sobrecogedor testimonio rematados, de repente, por anticlimáticos chascarrillos. “La comedia es la respuesta que di desde el primer momento, de forma totalmente inconsciente”, cuenta Romero, de 32 años, a ICON. “Pocas veces o nunca he hecho comedia sin ser sincera, sin ser yo. Para mí, la verdad al final es lo que más engancha”.
La humorista y escritora cree que el momento del género se corresponde con el auge de la conversación sobre temas antes considerados tabú. “Hay ahora una apertura mayor a hablar de la salud mental y de los problemas derivados, y eso se traslada a la comedia. Al final, la comedia es un reflejo de la sociedad. A mí me parece algo muy positivo”, opina. Ignatius Farray, que entre 2014 y 2017 protagonizó una serie de título tan sugerente como El fin de la comedia, concuerda con que han aparecido en los últimos años más productos de humor y voces que hurgan en la herida hasta encontrar la risa, aunque se apresura a señalar que esa relación siempre ha existido: “Es lo que hace todo más interesante. Lo contrario de la risa no es el llanto, es el miedo. Para hacer comedia que tenga cierta hondura, tienes que hablar con honestidad y corazón, aceptar situaciones personales muchas veces muy dolorosas. De ahí la comedia extrae su verdadera potencia. Ya no es una comedia frívola, de reírse de esto o de lo otro, sino de bromear desde la pura necesidad”, dice a ICON.
Maestro nacional en la construcción del humor desde la incomodidad, como pueden confirmar los espectadores que vivieron la época de sus shows en antros mal iluminados (actuaciones imprevisibles, a veces, alargadas hasta las tres horas) hablando de la custodia de su hijo y finalizando con catárticas chupadas de pezón a un “jovencito confuso” del público, Ignatius resume la cuestión con la siguiente imagen: “Es como un parto. ¡La gente que está alrededor mirándote son las matronas que te van a ayudar a sacar esa criatura, todo ese dolor que tienes, toda esa criatura que tú tienes! El escenario, con todo el pánico y la ansiedad que a mí me ha provocado, y que directamente me ha llevado al alcoholismo, es al mismo tiempo un refugio para mí. Fuera no he encontrado la manera de sacar eso”. El cómico canario habló de sus problemas psiquiátricos en el libro El bicho que se devora a sí mismo (2021, Temas de Hoy) y tuvo que cancelar durante varios meses sus espectáculos y apariciones en medios mientras se trataba.
La conquista de la voz
En su epílogo para la reedición de Una risa nueva: Posthumor, parodias y otras mutaciones de la comedia (Lengua de Trapo, 2018), coordinado por Jordi Costa, el periodista y escritor Víctor Recort escribió que ignorar Nanette podía ser, para la comedia que se produjese después de aquel monólogo, desoírla “como se desoye el cambio climático”. “Ahora mismo la comedia, no sé si específicamente a partir de Hannah Gadsby, se permite explorar periferias y contornos para los que quizá antes no había tanto atrevimiento, a nivel de ciertos discursos y disposición de ideas”, razona Recort, consultado por ICON. “Antes quizá no se hacía por comodidad u obviamente por buscar la risa, que es el objetivo último de la comedia”.
Sin embargo, más allá del plano social, el periodista cree que el florecimiento de estas propuestas aparentemente más sofisticadas en su andamiaje humorístico se debe, en esencia, “a las plataformas y los nuevos canales de comunicación”, y recuerda que cómicos como Ricky Gervais o José Mota siguen en activo y siendo muchísimo más populares que todos los mencionados, aunque a él, por ejemplo, Gervais haya dejado de hacerle gracia. De la coyuntura actual, Ignatius destaca que “la comedia más interesante que se está haciendo ahora es la comedia hecha por mujeres”. Se justifica usando el ejemplo que utiliza varias veces en el libro Vive como un mendigo, baila como un rey (Temas de Hoy, 2020) para narrar su particular periplo hacia la luz: cuando Richard Pryor, en 1967, dejó plantado a un auditorio en Las Vegas porque no se sentía a gusto con la comedia que estaba haciendo y, al cabo de un tiempo, volvió con el estilo auténtico, agresivo, enérgico y crítico que sería finalmente su seña de identidad.
“Richard Pryor y Bill Cosby eran cómicos negros que hacían comedia al estilo de los blancos. Pero, de repente, Richard Pryor cambió todo y la comunidad negra, a través de él, conquistó una voz que nunca se había escuchado. Siempre ha habido mujeres haciendo comedia, pero la ola feminista actual, de decir ‘esta es nuestra voz’, es una conquista tremenda”, reflexiona el humorista canario. En Mi reno de peluche, esa epifanía de conquista de la voz por medio de la verdad también sucede: en medio de una actuación donde no entra ningún chiste, el protagonista se rompe y comparte descarnadamente con el público su estrés emocional. Aquel episodio no entierra su carrera. Los espectadores que se habían mantenido indiferentes a los chistes baratos y guiones con plantilla de sus monólogos empiezan a sentirse atraídos por lo que ese hombre renacido en sinceridad tenga que decir. “El stand-up comedy es, a un nivel antropológico, una persona que toma la palabra y quiere decir la verdad, se la quiere jugar”, abunda Ignatius. “Así es como se conquista la voz propia. Estás en una posición vulnerable y vas a compartir un dilema. Eso lo identificamos como la verdad de esa persona”.
Víctor Recort admite tener reservas sobre el recorrido de propuestas tan, en principio, introspectivas y su público objetivo. “La comedia es la disciplina más popular que hay, tiene ese factor epicúreo de discurso intrínseco, de algo que hace que te lo pases bien”, razona el escritor. “La lectura de narrativa requiere un esfuerzo para que tú llegues a experimentar placer, una constancia que una cinta de chistes de Eugenio no requiere. Ahí es inmediato. En el caso de Burnham [por Inside], ¿tú te reíste viendo el especial? Yo no. Como propuesta me parece bien, creo que la risa no es un factor necesario para disfrutar de un producto de comedia, pero también te puede alejar o convertirte en una élite llegado cierto nivel de sofisticación. Me preocupa un poco eso, que ciertos ejercicios se puedan alejar de lo popular, cuando también puede darse, y se da, una transmisión de ideas potentes desde una articulación menos ampulosa y cinematográfica”.
La humorista Carmen Romero discrepa en que la risa sea algo a lo que renunciar desde la comedia, tenga la forma que tenga: “La comedia es la risa. Hay un montón de cosas que hacer dentro de la ficción o el arte cuando se tienen objetivos distintos. Si alcanza a otras cosas, como la reflexión o un modo de ver la vida de otra manera, maravilloso, pero su función es hacer reír”. Para Ignatius, el problema no radica tanto en la risa como “en sentir apremio y ansiedad porque la gente se ría todo el rato”. “Si aguantas esa tentación, puedes construir un argumento, un discurso que lleve su tiempo. Eso crea tensión, te está mirando gente que se supone que venía a reírse y no se está riendo. ¡Y hay que aguantar como sea! Porque si consigues guardar un poquito de calma y esperar a que suceda, llega una risa más profunda”, describe el cómico. “Es como el juego del cucú-tras. En cucú, el bebé tiene miedo, porque su papá o mamá ha desaparecido. Pero, de repente, llega el tras y el miedo se diluye. Se diluye en una risa que está a la altura de su angustia”.
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