“Energía de pene pequeño”: por qué no debemos perpetuar el tamaño fálico como motivo de burla

La respuesta de Greta Thunberg a Andrew Tate, el ‘influencer’ misógino que se burló de ella, ha sido aplaudida en redes, pero perpetúa un viejo mito que relaciona el carácter del hombre con la dotación

El pene del David de Miguel Ángel también ha sido juzgado: el mundo siempre se ha preguntado por qué en las estatuas masculinas clásicas los atributos eran, para el juicio de algunos, tan "pequeños".Getty Images / Juan Francisco Fernández (Collage)

Andrew Tate fue a por lana y salió trasquilado. El exluchador británico-estadounidense, influencer de la masculinidad tóxica y negacionista del cambio climático, se despertó un buen día con ganas de pelea, buscó en las redes sociales una víctima propiciatoria contra la que descargar su ira y pensó en ...

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Andrew Tate fue a por lana y salió trasquilado. El exluchador británico-estadounidense, influencer de la masculinidad tóxica y negacionista del cambio climático, se despertó un buen día con ganas de pelea, buscó en las redes sociales una víctima propiciatoria contra la que descargar su ira y pensó en Greta Thunberg.

Tate dio por supuesto que la activista sueca, casi siempre enérgica y vehemente, sería presa fácil de su sarcasmo e intentó provocarla con un tuit un tanto infame: “Dame una dirección de correo a la que pueda mandarte la lista de mis 33 coches, todos ellos muy contaminantes”. La Thunberg de 15 años se hubiese indignado tal vez ante esta exhibición de prepotencia y dudoso gusto. Pero la de 19, mucho más curtida en trifulcas internautas, se limitó a fulminar a Tate con una replica memorable: “Por supuesto, ilústrame: smalldickenergy@getalife.com (algo así como energiadepenepequeño@buscateunavida.com)”.

¿KO técnico? A juzgar por la reacción de la mayoría de internautas, sin duda. Tate no había presumido en esta ocasión del tamaño de su pene, pero sí de la potencia de su coche, que, tal y como destaca la psicóloga y humorista Flavia dos Santos, “viene a ser lo mismo”. Los coches grandes, potentes y estridentes suelen considerarse atributos de la masculinidad, algo así como las plumas con las que los pavos reales intentan abrumar a sus potenciales parejas en los rituales de cortejo galliforme. Con su tajante réplica, Thunberg puso el dedo en la llaga: el fenómeno de la sobrecompensación, es decir, la tendencia a presumir de los caballos de vapor de su automóvil (o de dinero, o de falta de sensibilidad y de escrúpulos) por parte de aquellos que esconden inseguridades profundas.

Unos tanto y otros tan poco

Tate encajó muy mal el golpe y entró en modo delirio, acrecentando así su bochorno. Tal vez podría haber ensayado la contracultural estrategia de ponerse digno y reprochar a Thunberg que zanjase una polémica sacando a colación el (presunto) tamaño del pene de su interlocutor. Aunque no hubiese funcionado: las redes sociales conocen perfectamente a Latto, la rapera de Columbus, Ohio, y su tema Big Energy, en cuyo estribillo aparece la expresión big dick energy, un intento de restañar las cicatrices de una masculinidad herida. Todo el mundo tenía claro de qué estaba hablando Greta.

Más allá de la anécdota, si algo deja claro este cruce de guantazos tuiteros en un rincón de la red es que el estigma del pene pequeño sigue vigente. O, dicho de otra manera, que a algunos hombres les sigue mortificando la sospecha (o la certeza) de poseer un órgano copulador y urinario de dimensiones por debajo de la media.

El tema ha sido estudiado con cierta profusión. Ente los estudios más jocosos está el de Christopher Morris-Roberts, médico y profesor de sociología de deporte que demostró en 2014, con una encuesta de campo, que los atletas británicos, sea cual sea su tendencia sexual, siguen mirando de reojo el pene de sus compañeros de vestuario para compararlo con el propio.

Es más, Morris-Roberts concluía también que en el régimen falocrático que, en su opinión, rige aún en los vestuarios deportivos, un pene pequeño se asocia con exceso de grasa corporal, falta de fuelle, falta de ambición e incluso hábitos de vida poco saludables. Eso sí, el experto, como buen licenciado en podología que es, aprovechaba para desmentir una leyenda urbana con mucho predicamento: no existe una correlación, ni directa ni aproximada, entre el tamaño de los pies y el del pene.

Dime cuánto te mide y te diré lo que cobras

¿Otro estudio de apariencia delirante? A ver qué les parece este: sí que existe una correlación entre el miembro viril y el salario. Pero no es la que algunos de ustedes se estarán imaginando. En realidad, los estadounidenses con penes pequeños cobran mucho más. Los que se mueven en la franja de los 7-8 centímetros, es decir, el umbral de los micropenes, ganan una media de 76.000 dólares anuales, mientras que los que superan los 17 centímetros ingresan 50.300. El dato lo aportó un bazar digital, OnlyBuy, y fue replicado de manera un tanto acrítica por diarios como New York Post o The Sun.

Andrew Tate, a la izquierda, antes de convertirse en una controvertida celebridad, durante su paso por la edición británica de 'Gran Hermano' ('Big Brother') en 2016. Karwai Tang (WireImage)

Se trata, muy probablemente, de una de las múltiples correlaciones “absurdas o espurias” que el científico social Carl Bergstrom denuncia en su libro Contra la charlatanería (Calling Bullshit. The Art of Scepticism in a Data-Driven World). Y tiene, como apunta el periodista Ben Cost, una posible explicación sensata y mundana: “Los hombres que ganan menos dinero tienden a presumir más del tamaño de su pene”. O tal vez ocurre todo lo contrario: son los que asumen que su pene es pequeño los que tienden a presumir más del dinero que ganan.

A estas alturas, alguno de ustedes se estará planteando una pregunta inquietante: ¿qué se entiende por pene pequeño? La respuesta no es sencilla, porque, como recuerda la periodista Clár McWeeney, “grande y pequeño son categorías deliberadamente vagas que nacen del cruce imperfecto entre realidades biológicas y expectativas sociales”. Es decir, que antes de sentenciar que un pene es demasiado pequeño, “habría que plantearse para qué sirve el órgano en sí y cuáles son las dimensiones mínimas que necesita para poder realizar su función”.

Un pene “funcional” es aquel que sirve para orinar sin problemas. Y si además resulta apto para practicar el coito, es también sexualmente funcional. Si hablamos de las dimensiones estándar, la media mundial se sitúa en 2022 en 13,58, aunque con variaciones geográficas muy significativas, de los 17,61 centímetros registrados en Ecuador a los 10,4 de Camboya. España, con 13,85 centímetros, está un poco por encima de la media, en sintonía aproximada con países de la Europa Occidental como Bélgica, Irlanda o Reino Unido, pero bastante por detrás de los 15,35 que se atribuye a los italianos y los 15,74 de los franceses. Y sí, hablamos de penes erectos.

Por supuesto, industrias como la de la pornografía, la literatura erótica o el cine convencional nos han transmitido impresiones muy distintas. Basta con espigar los relatos publicados en una popular página de narrativa erótica en castellano para tropezar una y otra vez con frases como esta: “Tengo un pene normal, apenas 20 centímetros”. Pues no, caballero: dispone usted de un miembro viril muy por encima de la media, digno de un ecuatoriano muy bien dotado.

(Casi) cualquier pene sirve

La sexóloga Eva Moreno se muestra tajante: “Los penes de 20 o más centímetros tal vez abunden en el porno, pero son del todo infrecuentes en la vida cotidiana”. Es más, está por ver “hasta qué punto resultan de una funcionalidad plena, ya que pueden crear incomodidades y, en algunos casos, dificultar el coito y convertirlo en doloroso o menos placentero”.

Esta figura de un hombre con un pene desproporcionadamente grande, datada alrededor del año 100 a.C., demuestra que la mitología alrededor del tamaño fálico viene de lejos.Unknown (Heritage Images via Getty Images)

Pese a todo, Moreno opina que se puede hacer un uso “razonable y satisfactorio”, tanto en la vida civil como “en el sexo concebido como un juego”, de un pene por encima de la media. También de uno pequeño. Para ella, “el tamaño no importa, o importa más bien poco”. Otra cosa es que un número sustancial de hombres “sigan padeciendo los estragos de una educación psicosexual y afectiva deficiente, la que proporciona el heteropatriarcado, y se sientan frustrados, disfuncionales e incompletos si no están a la altura de una fantasía tóxica, la de los penes descomunales que nos vende el porno”.

Ella se lo encuentra a diario, tanto en su consulta como en la tienda de productos eróticos de la que es propietaria: “La mayoría de los que padecen ese estigma del pene pequeño me piden métodos eficaces para satisfacer su fantasía de masculinidad poderosa. Y mi tarea es decirles que no los hay. Que sí, que pueden tomarse una pastilla de maca andina, que incrementa el riego muscular, o una Viagra para propiciar y mantener la erección. Y en un caso extremo pueden recurrir a una intervención quirúrgica invasiva y ponerse una prótesis. Pero la triste verdad, o la buena noticia, según se mire, es que no lo necesitan, porque es la mochila emocional asociada a unas expectativas no realistas y a un estigma injusto la que hace que no se acepten como son y la que les provoca, en muchos casos, problemas de rendimiento sexual como la disfunción eréctil”.

Para Moreno, el diagnóstico es claro: “A la inmensa mayoría de los penes no les ocurre nada malo. Incluso un micropene puede ser perfectamente funcional en el contexto de una sexualidad más rica, más variada, menos centrada en el coito y más en la comunicación, el juego y la empatía”. Después de todo, “si dos mujeres pueden darse placer mutuamente, ¿por qué no podría un hombre satisfacer a sus parejas, sea cual sea el tamaño de su pene”.

Placeres de ida y vuelta

Moreno invita a los hombres, sobre todo a los jóvenes, “a dejar de perpetuar estereotipos y asomarse a una sexualidad abierta, sincera y sin traumas, un terreno en el que ya se están instalando muchas mujeres”. El reto es “superar de una vez por todas los estragos sentimentales que causaron aquellas masturbaciones en grupo en el instituto, aquel mirar de reojo el tamaño del pene de tu compañero en el baño o en las duchas, aquella primera pareja sin madurez emocional que te creó traumas e inseguridades porque, tal vez sin pretenderlo, te cargó con la responsabilidad de satisfacerla”.

También recomienda “relativizar el porno, entender de una vez qué es y para qué sirve”. Es una “fantasía”. No es una escuela de educación sexual, pero la hemos convertido en algo parecido “ante nuestra incapacidad para introducir contenidos sobre sexualidad sanos, sensatos y realistas en el currículo educativo”. De la misma manera que la superstición prolifera cuando no hay ciencia, “el oscurantismo sexual crece en el vacío que creamos los adultos al no encontrar la manera adecuada de educar en el sexo a niños, adolescentes y jóvenes, a cada uno según su nivel de madurez y momento evolutivo”.

Elena Requena, también sexóloga, coincide en que, como sociedad, “seguimos asociando la masculinidad y el poderío con el tamaño del pene”. Eso se debe a un estereotipo cultural de potencia sexual y capacidad reproductiva que es hijo de unas circunstancias históricas concretas: “En culturas antiguas, como la de la Grecia clásica, los penes pequeños se consideraban más armónicos y se asociaban con los ideales de belleza y sabiduría”, una idea recuperada después “por el arte del Renacimiento”, muy poco esclavo de la lógica falocéntrica contemporánea.

Tópicos de una toxicidad extrema

Entre los hombres que acuden a la consulta de Requena con dudas sobre la idoneidad de su pene, “predominan los que entran perfectamente en las dimensiones promedio, pero aun así están convencidos de no dar la talla”. Esta visión distorsionada la alimentan tanto los prejuicios sociales “como el tipo de pornografía que se consume”. A falta, una vez más, “de una educación sexual inclusiva y de calidad, los encuentros eróticos entre individuos siguen lastrados por el peso de las falsas expectativas”.

Requena afirma con rotundidad que “hay que desterrar de una vez por todas esa idea de que cuanto mayor sea el pene más masculino o mejor amante será su propietario, porque en absoluto es así”. La sexóloga se resiste a entrar en el espinoso asunto de los tamaños estándar. En su opinión, carece de verdadera importancia: “Todos los penes pueden dar placer en la medida en que forman parte de un cuerpo que nuestras parejas sexuales pueden considerar deseable”.

Más aún, “desde un punto de vista anatómico, en el caso de la penetración vaginal, es el tercio inicial (es decir, los primeros cinco o seis centímetros) el que posee sensibilidad y, por tanto, aporta placer en una relación con coito”. Hasta aquí, lo que la sexología tiene que decir al respecto. El resto es, simplemente, cuestión de preferencias individuales: “Habrá personas a las que resulte más atractivo un pene de unas determinadas dimensiones, pero eso es muy variable”.

Para permitirnos el lujo de disfrutar, de una vez por todas, de una sexualidad desprejuiciada y sin lastres emocionales traumáticos, debemos ignorar, según Requena, “mensajes contraproducentes y peligrosos” como el que nos transmite el porno mainstream “con su fijación por los penes grandes”. Aunque el problema no es tanto el porno en sí “como la falta de una información fidedigna que disipe ideas erróneas”. La educación sexual debe ser “la piedra angular en que apoyarnos para que ningún hombre llegue a traumatizarse por las dimensiones de su pene”. Ni siquiera aquellos que compensan posibles carencias presumiendo de lo mucho que contaminan sus flotas motorizadas. También ellos, en opinión de la sexóloga, tienen derecho a “sentirse deseables y relacionarse de una manera más amable consigo mismos”.

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