Juan Mayorga: “Escribo para ese chaval de 16 años que encontró en el teatro un lugar donde lo respetaban”
El dramaturgo estrena en el Teatro Español ‘Silencio’, una obra donde Blanca Portillo interpreta un texto surgido de su discurso de ingreso en la RAE
En un momento de la entrevista, el dramaturgo Juan Mayorga (Madrid, 55 años) se levanta del sofá de su casa madrileña para ir a buscar un documento y mostrárselo al periodista. Es una copia impresa de Silencio, el texto que esa mañana ha estado ensayando con la actriz Blanca Portillo, y que sigue reescribiendo. Señala una frase que acaba de cambiar. “No es lo mismo decir ‘Jesús le responde con un beso en los labios’ que ‘Un beso en los labios...
En un momento de la entrevista, el dramaturgo Juan Mayorga (Madrid, 55 años) se levanta del sofá de su casa madrileña para ir a buscar un documento y mostrárselo al periodista. Es una copia impresa de Silencio, el texto que esa mañana ha estado ensayando con la actriz Blanca Portillo, y que sigue reescribiendo. Señala una frase que acaba de cambiar. “No es lo mismo decir ‘Jesús le responde con un beso en los labios’ que ‘Un beso en los labios: esa es la respuesta de Jesús”, explica. “En el teatro, este pequeño cambio tiene un sentido muy especial, porque se trata de construir una experiencia en el tiempo. Que una palabra aparezca antes o después es decisivo. La palabra teatral pide cuerpo, y hay que estar muy atentos a la oralidad”.
Silencio, que puede ver ya en el Teatro Español de Madrid, parte del discurso que el propio Mayorga pronunció en 2019 con motivo de su ingreso en la Real Academia Española, donde ocupa el sillón correspondiente a la letra M. Lo dedicó al teatro, el género al que lleva consagrado desde hace tres décadas y que le ha convertido en el dramaturgo español vivo más representado, traducido y editado del mundo. Aquel era un texto teórico y poético, que hablaba más de la obra de sus maestros –Lorca, Kafka, Dostoievski– que de la suya propia. Pero contenía algo más. “En aquel texto, jugaba con la posibilidad de que no fuese yo quien pronunciase el discurso, sino un actor o actriz que lo hiciese en mi nombre. Ya empezaba a intuir que ahí podía estar el embrión de un hecho escénico. Y siempre tuve en la cabeza a Blanca Portillo, que es una gran amiga y una actriz superdotada a quien admiro extraordinariamente”.
Mayorga es, sin margen de error, el dramaturgo español más relevante de su generación. Traducido a más de treinta idiomas, representado con frecuencia en los cinco continentes, su obra incluye títulos tan conocidos como El chico de la última fila –parcialmente adaptado al cine por François Ozon en En la casa–, Hamelin –basado en un caso real de explotación sexual de menores–, La tortuga de Darwin –un repaso por la historia del siglo XX– o La lengua en pedazos, un diálogo imaginado entre Teresa de Jesús y un inquisidor que le valió el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2013. Sus obras están al alcance del lector en las librerías, cuentan con ediciones críticas que se estudian en las universidades y los institutos y no hay temporada teatral madrileña donde no coincidan varias en cartel. Y, sin embargo, Mayorga se resiste a dar sus textos por cerrados. “Es que no fijo el texto”, responde, “aunque siempre tengo la ilusión de que esa es la última versión. No soy un perfeccionista, pero el descubrimiento de un nuevo gesto, una nueva línea o una nueva frase es imprevisible. Puede que ahora tú en cinco minutos me digas algo que merezca ser incorporado. Por otra parte, no es tan extraño. Sabemos que hubo dos versiones del Hipólito de Eurípides, que hay varias versiones de Hamlet, de La vida es sueño. Siempre intento que en mis textos esté lo innegociable, y que estén tan abiertos como sea posible. ¿Quién escribe finalmente a través de mí? El tiempo mismo”.
Mayorga se expresa con el vuelo poético de un filósofo y con la calidez amable de un profesor de instituto. De hecho, fue ambas cosas: se doctoró con una tesis sobre Walter Benjamin y dio clases de matemáticas en secundaria. Su posición única tal vez se deba, como él recuerda, a que llegó al teatro “desde el patio de butacas”. “Yo entré en el teatro como espectador, no porque fuera un chico con mucha gracia o salero al que aplaudiesen en los fuegos de campamento. De hecho, yo nunca salía en los fuegos de campamento. Pero en mi adolescencia descubrí el teatro como arte de la reunión y la imaginación y me aficioné mucho. Cuando me preguntan que para quién escribo, en cierta medida escribo para ese chaval de dieciséis años que encontró en el teatro un lugar donde lo respetaban. Aquel teatro de Lorca o Pirandello era complejo y exigía algo de mí”.
Si el teatro de Mayorga también pone en un brete al espectador, es precisamente porque emplea un lenguaje que no le es extraño. La naturalidad con que fluyen los diálogos en sus obras denota no solo inteligencia, sino también oído y una reescritura constante. “Cuando un escritor escribe una frase en su cabeza ha desechado tres”, responde al respecto. “Yo voy caminando por la calle y oigo algo y ese es el primer momento. Yo oigo que una mujer está diciendo por teléfono a alguien: ‘Tenemos que asumirlo: papá es un alcohólico’. Y eso es una bomba para mí. Es lo importante. La escritura empieza ahí, antes que en el folio en blanco”.
En una época en que parece fácil generalizar y suponer que no hay forma cultural que no pase por una pantalla digital, el vigor de la escena teatral española plantea un diagnóstico distinto. “El teatro es extraordinariamente elemental”, apunta Mayorga. “Tú y yo podríamos convocar a los vecinos de esta casa y decir que vamos a hacer Hamlet. Sus condiciones de posibilidad son muy pequeñas, y precisamente por eso podemos ser muy independientes, muy rápidos, decir lo que no se puede decir en otro lugar. Y esto hace que el teatro sea un refugio, un espacio de resistencia y de libertad”.
El teatro de Mayorga suele revelar las trampas del lenguaje y la manipulación a través de las palabras. ¿Es, por tanto, una herramienta de pensamiento político? “Me resulta fascinante que dentro de nosotros tengamos palabras de otros, de Cristo, o de Marx, o de Gandhi o de líderes políticos, y que esas palabras nos hagan actuar o nos inhiban”, responde. “Estamos rodeados de discursos interesados y estamos atravesados por ellos. Y por tanto todos estamos de algún modo llamados a ser comentaristas y críticos de textos. Si nos importa en algo nuestra independencia y nuestra libertad, tenemos que ser comentaristas y críticos de textos. Y, en particular tenemos que ser críticos de nuestro propio texto”.
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