Whoopi Goldberg repasa su vida en sus memorias: del ‘electroshock’ de su madre a su adicción a las drogas y ser abuela a los 34
En su libro ‘Bits and Pieces’, la actriz y presentadora rememora que vivió una infancia muy humilde, pero feliz, en la que su madre, que murió en 2010, la crio sola a ella y a su hermano, también fallecido. “Tenerlo todo es lo más complicado que te puedas imaginar”, escribe
Whoopi Goldberg sabe que la vida es corta y no quiere esperar. La actriz neoyorquina, que ha vivido mucho y rápido, cumplirá 69 años el próximo 13 de noviembre y no pretende esperar a ninguna cifra redonda para hacer repaso. Por eso, este 7 de mayo ha lanzado en Estados Unidos su autobiografía, unas memorias de algo más de 200 páginas que ha titulado Bits and Pieces: My Mother, my Brother, and Me (editorial Blackstone), sin título aún en español...
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Whoopi Goldberg sabe que la vida es corta y no quiere esperar. La actriz neoyorquina, que ha vivido mucho y rápido, cumplirá 69 años el próximo 13 de noviembre y no pretende esperar a ninguna cifra redonda para hacer repaso. Por eso, este 7 de mayo ha lanzado en Estados Unidos su autobiografía, unas memorias de algo más de 200 páginas que ha titulado Bits and Pieces: My Mother, my Brother, and Me (editorial Blackstone), sin título aún en español, y que podría traducirse como “Trocitos y pedazos: mi madre, mi hermano y yo”. El título, junto a la dedicatoria (“Este libro es para todos los que conocieron a mi madre y a mi hermano”), condensa bien la esencia de su obra: recordar a su madre, Emma, fallecida repentinamente en agosto de 2010, y a su hermano, Clyde, que murió de manera aún más inesperada en mayo de 2015, a los 65 años. Pero el repaso de las vidas de las personas que más ha querido y que más la querrán, como ella misma dice, incluye también la trayectoria personal y profesional de la popular intérprete y presentadora. Ellos eran, afirma, su memoria, y sin ellos está perdida. No quiere que pase más tiempo para plasmar sus recuerdos.
Por las páginas de la biografía desfilan algunos de los nombres que han ayudado a Goldberg (nacida bajo el nombre de Caryn Johnson) a lo largo de su carrera, desde directores como Mike Nichols hasta Steven Spielberg, de actores como Maggie Smith (que la acompañó durante cinco horas en el camerino del teatro de Londres en el que se enteró de la muerte de su madre, hasta que pudo marcharse a EE UU) a Elizabeth Taylor, con quien mantuvo una cariñosa amistad basada en la filantropía (y que le enseñó a pedirle un regalo a cada estudio con el que hiciera una película) y Marlon Brando, quien tras una charla telefónica apareció por sorpresa en su casa y ella se enteró porque escuchó a alguien tocando el piano. La intérprete nació en un entorno humilde y se crio hija de una madre soltera (que jamás le reveló su edad) muy peculiar en unas viviendas de protección oficial en el barrio de Chelsea, en Nueva York. El viaje de la intérprete queda retratado como el de una niña de vida sencilla a la que su madre, una mujer adelantada a su tiempo, moderna en su pensamiento y su forma de vivir, le enseñó todo de la vida y cuya muerte la dejó completamente desubicada. Un viaje en el que se cuentan errores, aciertos, divorcios, escenas de racismo, coqueteos con las drogas e intimidades familiares. Y en el que, pese a todo, se define como “la mujer más afortunada del mundo”.
Entre esos episodios íntimos destaca especialmente uno en el que Goldberg cuenta que, en un momento de su infancia, su madre desaparece. Ella llega a casa de la escuela y se la encuentra como ida, perdida, en un estado que le resulta incapaz de describir. Su madre es trasladada a un hospital y desaparece de su vida y de la de su hermano durante nada menos que dos años. No saben nada de ella, si regresará, si no. Tampoco recuerda demasiado de lo que ocurrió entre tanto, pero sí que su padre (homosexual, que nunca la crio ni tuvo apenas relación con ella) y su abuelo paterno (que tampoco crio a Emma) fueron quienes la internaron en un centro médico. Cuando Emma regresa pasa una etapa fría, algo desorientada, según sus recuerdos, hasta que todo vuelve a la normalidad. La conversación más reveladora no llegará hasta años después. Ya adultos, Emma les revela a sus dos hijos que pasó por terapias de electroshock durante esos años, un tiempo que la dejó debilitada y sin apenas recuerdos. Al volver, les reconoce, no recordaba quiénes eran esos niños. Nunca volvió a visitar a un doctor, ni siquiera un dentista, y cambió su profesión de enfermera por la de maestra. Goldberg se consuela por la muerte temprana de ambos afirmando que, de esa manera, nunca tuvo que tomar decisiones médicas por ellos.
La relación con su madre ha sido el pilar de la vida de la actriz. Emma Johnson fue un apoyo para la artista desde el primer momento, educándola, con escasos recursos, para darle cultura, educación y gusto por las artes y los libros. De hecho, no sin una buena ración de racismo, a Goldberg a menudo le preguntan por qué no tiene acento marcado (”¿Por qué suenas tan blanca?”), algo de lo que ella se sigue sorprendiendo y que su madre achacaba a la ignorancia ajena. Siempre la apoyó, incluso cuando quiso ser actriz desde niña. Y también cuando se quedó embarazada y quiso seguir adelante, con apenas 18 años. Un año antes, Whoopi se había casado con Alvin Martin, el consejero que la estaba ayudando a dejar las drogas en las que se metió con 16. Se separaron poco después; de hecho, se ha casado tres veces y se ha dado cuenta de que estar en pareja no es para ella. “Al próximo dile: ‘No, gracias”, le recomendaba su madre.
Tampoco es para ella lo de ser madre. En el libro, Goldberg reconoce que nunca olvidó el dolor físico del parto, ni la imposibilidad para darle el pecho a la pequeña Alex. Cuando la tuvo era muy joven, apenas había arrancado su carrera. “Solo quería actuar, pero no sabía cómo labrarme una carrera ni cómo conseguir trabajo”, afirma en su biografía. Ella quería ser actriz de cine en Hollywood, pero empezó con el teatro en Nueva York y después en Texas para luego, ya sí, llegar a California. Iba arrastrando a Alex consigo hasta que le llegó una buena oportunidad en Nueva York y gracias al director Mike Nichols (El graduado, ¿Quién teme a Virginia Woolf?) dio el salto a Broadway. Ahí la fichó Spielberg para El color púrpura, su primera gran oportunidad en pantalla y su primera nominación al Oscar, aunque no lo ganó hasta la segunda, con Ghost y el papel de Oda Mae (para el que los guionistas no la querían; lo logró gracias a la insistencia y la química con Patrick Swayze).
Su temprana maternidad, en plena ola de su carrera, hizo primero que tuviera que pedir ayudas sociales, que después quiso devolver al Estado de California. Y después, que durante largas temporadas no viera a su hija; fue su madre quien se encargó de ella. Emma dejó su apartamento de Nueva York y voló a California (con apenas dos bolsas de papel como equipaje, dejando todo atrás, hasta sus discos firmados de los Beatles y los certificados de nacimiento de sus hijos) para atender a la pequeña, nieta a la que cuidó durante años. En sus páginas, la intérprete, autora y presentadora reconoce que no fue la madre perfecta y que su relación con su hija es buena ahora, pero no excesivamente maternal. “Nunca ganaría un premio a la mejor madre”, asume.
“Puedes tenerlo todo. Pero aléjate de la idea de que va a ser como en las películas. Tenerlo todo es lo más complicado que te puedas imaginar”, escribe. Reconoce que supo de la falta de cariño por parte de su hija desde muy pronto. Con apenas 15 años, la joven se quedó embarazada; el día que cumplió 34 años, Whoopi Goldberg era abuela. Sabe que era “su venganza” por haber estado tanto tiempo lejos. Años después, su hija le confesó que “cree que se quedó embarazada en la adolescencia porque quería tener una persona en su vida que no supiera quién era Whoopi Goldberg”. Alex Martin tiene hoy tres hijos y una nieta; desde 2014, con 58 años, Goldberg es bisabuela.
En los ochenta, en la cúspide de su fama, Goldberg volvió a caer en las drogas. Durante un año fue “una adulta altamente funcional”, hasta que llegaron las alucinaciones, la torpeza, el quedarse 24 horas metida en la cama. En un hotel de Nueva York, sola en el día de su cumpleaños, fue descubierta por una de las limpiadoras, sentada en el suelo con la cara llena de cocaína. Ambas se asustaron la una de la otra y ella se avergonzó tanto que dejó de consumir drogas duras, pero sigue tomando marihuana y llegó a tener empresas de comercialización de cannabis. Logró salir de su adicción muy rápido: “De nuevo, soy la mujer más afortunada del mundo”.
Cuando Emma murió en 2010, la intérprete y su hermano decidieron arrojar sus cenizas en un lugar que la hacía feliz: el parque Disneyland, en el sur de Los Ángeles. Es una práctica frecuente, aunque prohibida, pero reconoce que sabía que haría feliz a su madre. Perder solo cinco años después a su hermano —que también se mudó a California con ellas para trabajar como chófer de Whoopi o simplemente estar a su lado— a causa de un aneurisma la dejó “impactada, pero no sorprendida”, porque afirma que parte de la esencia de Clyde se marchó con su madre. Ella era su pilar, el de ambos. “Por ella pude pasar de ser Caryn Johnson, la pequeña rarita de la que nadie esperaba mucho, a ser yo, Whoopi Goldberg”. La mujer más afortunada del mundo.