Pablo López: “No soy más feliz ahora que cuando tocaba en un hotel”
El artista se embarca en una gira de conciertos íntimos con motivo del 10º aniversario de su carrera musical. Para celebrar la efeméride, nos recibe en el estudio de grabación de su casa para explicar las claves de su éxito ajeno a las modas, cómo dejar de ser “el de OT” o la verdad tras sus famosas fiestas
“Mi casa tendría los metros cuadrados que tiene esto y vivíamos mi abuelo, mi madre, mi hermano y yo. Era la más pequeña de las de toda mi pandilla, pero siempre estaba llena de gente. He podido cumplir sueños en mi vida, pero como este…”. Pablo López (Fuengirola, Málaga, 39 años) se muestra abrumado mientras enseña su nuevo estudio de grabación. Separado por apenas 20 metros de jardín de su recién inaugurada casa, en un municipio al oeste de Madrid re...
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“Mi casa tendría los metros cuadrados que tiene esto y vivíamos mi abuelo, mi madre, mi hermano y yo. Era la más pequeña de las de toda mi pandilla, pero siempre estaba llena de gente. He podido cumplir sueños en mi vida, pero como este…”. Pablo López (Fuengirola, Málaga, 39 años) se muestra abrumado mientras enseña su nuevo estudio de grabación. Separado por apenas 20 metros de jardín de su recién inaugurada casa, en un municipio al oeste de Madrid rebosante del tipo de chalets que brotan en las cuentas de Instagram de los futbolistas top. El espacio, de paredes rojas y suelos de madera, cuenta con ordenador y micrófono, varias guitarras y una batería. Y, por supuesto, el indispensable piano gracias al cual el artista se ha convertido en una de las figuras más consolidadas de la industria musical española de la última década. “Es un privilegio venir aquí sin molestar a nadie y con todo acondicionado. Es un nicho de creatividad absoluta. A veces me da hasta pereza cruzar a la casa para coger un vaso de agua”, corrobora el anfitrión.
El espacio también ha ejercido como sala de ensayos para los conciertos de su nueva gira, que arranca este fin de semana en Roquetas de Mar. Un espectáculo íntimo para rendir tributo a los 10 años transcurridos desde el lanzamiento de su primer disco y que le mantendrá ocupado durante el resto de 2024, con el debut en los teatros europeos como horizonte otoñal. A pesar de que lidia con una alergia que le ha dejado una voz sabinera —”Nada que no se solucione durmiendo mucho”—, López, ya en modo gira, cuenta las horas para regresar a su parque de bolas particular. Su devoción por el escenario la demuestra el hecho de que apenas han transcurrido un par de meses desde el final de su anterior tour. “La última vez que paré, en 2022, no me salió bien la jugada, ni personal ni psicológicamente”, responde al ser preguntado sobre su reticencia a descansar. “Yo no rindo bien sin tocar. Evidentemente, hay que tener un barbecho, pero el mínimo. Si no toco, siento que algo se va muriendo a mi alrededor”.
Ante una efeméride tan redonda y una década tan exultante, echar la vista atrás resulta casi obligado. El joven de 18 años que intentaba hacerse un hueco en los garitos de su Fuengirola natal, que después alcanzó —para dejar caer de nuevo— la gloria en Operación Triunfo 2008, “no llegaba ni a soñar” lo que estaba por venir. “Mi suerte es que todo ha ido poco a poco. Nunca he tenido un fenómeno fan multitudinario ni 200 personas esperándome en la puerta de mi casa. Sí, ha habido momentos en los que me he sentido más perdido, quizá por el volumen del ruido, pero he conseguido mantenerme en un equilibrio”. ¿La felicidad personal ha acompañado a su éxito profesional? El cantante medita, se recoge en su característica levita —previene rozaduras cuando se retuerce sobre el piano— y responde: “No puedo decir que ahora sea más feliz que cuando tocaba en un hotel. Tampoco menos, por supuesto. Pero puedo decir que soy feliz, que no es poco, ¿no?”.
Pablo López reconoce que su entrega total a las 88 teclas blancas y negras no siempre ha sido saludable. “Me negaba a aceptarlo. He esperado tanto a tener la oportunidad de escribir canciones para mí, o para otros, que no podía entender que eso me estuviera fastidiando, pero me rodeo de una masa crítica que no es nada amable cuando me tiene que decir las cosas”, ratifica. Al frente de esa masa está Lola, su madre, que luchó sola para sacar adelante a la familia cuando su padre abandonó el hogar, cuando Pablo apenas tenía unos meses de vida. “Es una tía peligrosamente mamífera, solo le interesa la salud. Le da igual que esté tocando el piano con Andrés Calamaro que ella se asoma a las dos de la mañana y dice: ‘¿No os vais a acostar de una vez?”. Este 2024 también se cumplirán 10 años del fallecimiento de su progenitor, especialmente presente en su recuerdo: “Siempre digo que ahora me llevo de puta madre con él y es que, sin ser yo creyente, tengo la sensación de que está conmigo de alguna manera. Siento que estos 10 años los estoy viviendo con él”.
La industria musical ha cambiado más en esta década que él mismo. Así lo reconoce el andaluz, sabedor de que es una figura a contracorriente en un panorama marcado por el streaming y el consumo frenético de canciones. “Hay dos modas: sacar un tema cada dos semanas y hacerlo en colaboración con alguien. Pues yo llevo haciendo featuring conmigo mismo 10 años”, dice sonriendo. Quizá su apuesta por los álbumes cocinados a fuego lento y su reticencia a seguir modas sean la clave para que éxitos como El Patio o El Mundo continúen formando parte del hilo musical colectivo sin atisbo de caducidad. “Rozalén me dijo una vez que yo ya tenía clásicos y me pareció algo muy bonito porque uno, como amante, creyente y sumiso de las canciones, aspira a tenerlos”.
Esa vigencia se demuestra, por ejemplo, en las versiones de sus canciones que los jovencísimos concursantes de la última edición de OT han interpretado en el concurso. Como finalista del formato y como coach de otro talent musical como La Voz, conoce bien el reto que tienen por delante los mediáticos aspirantes. “Hacerse un hueco depende en un 95% de ellos”, sostiene. “Ahora se ven girando por toda España en grandes recintos, pero, cuando termine, hay que tener la entereza de echar el freno y venirse a tocar a una sala pequeña. En ningún programa dan falsas esperanzas a nadie, y a lo mejor ellos no querrán remar a contracorriente durante años para dejar de ser ‘el de OT’, pero, si están locos por la música, la industria tendrá que hacer espacio para quien sea”. “La familia que los ve ahora triunfando cuando hace tres meses estaban cantando en casa, también es peligrosa”, añade el músico. Él mismo, que tuvo la paciencia y la madurez para empezar de cero, sigue padeciendo el efecto de la fama en cada cena de Navidad. “Los niños que van naciendo en mi familia, los hijos de primos, sobrinos y tal, me llaman Pablo López, no me dicen Pablo”, confiesa entre risas.
Antes de que el malagueño pueda poner fin a una larga jornada de promoción, el escenario obliga a preguntar por la salud de su amistad con otras estrellas de la música nacional. La piña que forma junto a Antonio Orozco, Luis Fonsi o Alejandro Sanz y la magnitud de sus célebres fiestas han copado multitud de titulares. Consciente de su reputación hipertrofiada, se debate entre “seguir con el mito o decir la verdad”. “Somos cuatro colgados que vamos rotando porque muchos viven fuera. Nunca ha habido una fiesta con camareros y bandejas, son conversaciones que se acaban alargando…”. Por si las moscas, Pablo López se ha asegurado de haber insonorizado bien una casa de la que, asegura, cuesta mucho irse. “Yo muchas veces les digo que ahí está la nevera y ahí las habitaciones y me voy a dormir. Y que salga el sol por Antequera”.