Iñaki Urdangarin y su nueva vida
El exduque de Palma conoció a Ainhoa Armentia, la mujer con la que fue fotografiado de la mano, en la asesoría en la que trabaja en Vitoria, donde se instaló y cuida de su madre
Con la cara tapada por la mascarilla, abrigados con ropa invernal y a plena luz del día muchos hombres en Vitoria se parecen a Iñaki Urdangarin: altos, fornidos, con gorro marinero de lana y chaquetas térmicas acolchadas, se mueven en bicicleta por esta ciudad verde, la segunda con más carriles bici de España, y considerada como una de las que tiene mejor calidad de vida del país. Sin embargo, a la una de la tarde del pasado viernes en la plaza de los Fueros no hay la menor duda: las cinco cámaras y seis periodistas que desde el miércoles se arremolinan ante el portal número 13, que alberga a ...
Con la cara tapada por la mascarilla, abrigados con ropa invernal y a plena luz del día muchos hombres en Vitoria se parecen a Iñaki Urdangarin: altos, fornidos, con gorro marinero de lana y chaquetas térmicas acolchadas, se mueven en bicicleta por esta ciudad verde, la segunda con más carriles bici de España, y considerada como una de las que tiene mejor calidad de vida del país. Sin embargo, a la una de la tarde del pasado viernes en la plaza de los Fueros no hay la menor duda: las cinco cámaras y seis periodistas que desde el miércoles se arremolinan ante el portal número 13, que alberga a Imaz & Asociados, la asesoría donde trabaja desde mayo, aguardan al exduque de Palma. Al recoger su bici, lo acorralan, pero no dice nada. Ya el jueves pronunció una frase que sonó como una confirmación: “Son cosas que pasan”. Demasiado revuelo para una ciudad de 250.000 habitantes a la que le gusta comentar lo que pasa en ella, pero sin que se note tanto.
“Cuando se supo que este chico se iba a casar con la infanta Cristina nos dedicábamos a mirar las orlas de su promoción para localizar a los que habían ido con él a clase”, cuenta un antiguo compañero del colegio religioso en el que estudió Urdangarin. Ahora, sin embargo, quienes rebuscan en las orlas son los antiguos compañeros de Ainhoa Armentia, la vitoriana de 43 años con la que fue fotografiado de la mano cuando paseaba por Bidart, en el País Vasco francés (quienes adquirieron las fotos para su publicación no han querido revelar a este periódico su coste ni quién era el vendedor).
La noticia ha cogido por sorpresa, según fuentes cercanas a la Casa del Rey, a Cristina de Borbón, que visitó a su familia política la última Navidad. Pero quien está aún menos acostumbrada a este revuelo mediático es Armentia, que hasta hace solo unos días era simplemente una anónima contable cuya trayectoria laboral completa había transcurrido en la misma ciudad donde se casó en 2003 y tuvo dos hijos, que son menores de edad. Su procedencia y experiencia vital no podrían ser más diferentes de las de Urdangarin. “Este era un barrio muy humilde en la época. Así que ahora que no vaya de pija”, dice un antiguo compañero de San Ignacio, el colegio público en el que ella cursó la EGB, ubicado en Adurza, una zona industrial con pisos típicos del desarrollismo de los años sesenta donde en tiempos estuvo la fábrica de bicicletas BH y la de las barajas Fournier; un lugar muy alejado del ambiente señorial de arboledas y palacios de indianos que rodea la casa de la matriarca de los Urdangarin, Claire Liebaert.
El delicado estado de salud de Liebaert ha sido uno de los motivos por los que su hijo pequeño, Iñaki, condenado a 5 años y 10 meses de prisión por el caso Nóos, se ha instalado con ella. Desde marzo, Urdangarin disfruta del tercer grado penitenciario bajo control telemático, una de las semilibertades más benévolas (puede dormir fuera de prisión, sometido a controles presenciales y telefónicos esporádicos). El hecho de cuidar de su madre le ha permitido continuar su proceso de reinserción trabajando en una asesoría contable cuyos socios tienen buena relación con la familia. En este contexto, los vecinos de Vitoria se acostumbraron rápidamente a verle ir y venir: “Yo me lo encuentro todas las mañanas cuando salgo a pasear con el perro. Alguna vez se ha parado a hacerle una monería, la verdad es que es un tipo muy majo y muy normal”, explica una vecina.
Esa normalidad es la que también intentó llevar Urdangarin a su nueva vida cotidiana: “Empezó a venir mucho a nadar entre semana. Comentábamos entre risas la buena forma en la que estaba”, comenta una socia del Estadio, el selecto club que preside Mikel Urdangarin, hermano mayor del exduque, al pie de una de las piscinas del recinto deportivo. Sin embargo, la soltura con la que se movía por la ciudad en horas laborales con la excusa de que estaba teletrabajando hizo que desde Instituciones Penitenciarias se le aconsejara acudir de forma presencial a la oficina, donde conoció a Ainhoa Armentia, una mujer casada cuyo matrimonio no iba bien, pero que seguía residiendo con su marido en un piso ubicado a escasos metros del colegio de los hijos.
Un enjambre de cámaras y reporteros, pese a las gélidas temperaturas, ha esperado esta semana durante largas horas a las puertas de la asesoría para recoger declaraciones a Urdangarin y a Armentia. El monumental revuelo mediático ha hecho que el director de la asesoría dude de lo acertado de la decisión de fichar al exduque, según fuentes de su entorno, algo que hizo como un favor personal a la familia. Urdangarin está a cuatro meses de cumplir dos tercios de su condena, un punto de inflexión que puede ser importante en su futuro penitenciario, ya que a partir de ese momento puede aspirar a la libertad condicional anticipada. De concedérsele, terminaría de cumplir su pena, que se extinguirá el 9 de abril de 2024, con total libertad de movimientos y controles aún más livianos.
En la asesoría no aclaran si han hablado con él sobre su futuro laboral inminente, pero fuentes penitenciarias explican que, incluso si dejara la firma, Urdangarin conservaría el régimen de semilibertad hasta encontrar otro trabajo. Algo que, en principio, no le costaría, dado que la familia, cuyo patriarca presidió la Caja Vital, es muy influyente en la ciudad. El mayor problema, quizá, sea sobrevivir al acoso mediático y social a la pareja que ningún favor puede detener.