Se abren por primera vez los jardines del palacio de Buckingham: mil árboles, cinco colmenas y la primera cebra de Inglaterra
La residencia de Isabel II permite a los visitantes entrar y hacer picnic en su parque de 15 hectáreas. Con las salas interiores cerradas y grandes gastos de restauración, supone una buena fuente de ingresos
Londres se acaba de convertir en el escenario perfecto para quienes quieran sentirse reinas o príncipes por un día, pero también para aquellos que busquen disfrutar de un oasis inesperado en medio de una ciudad caótica y ruidosa. Por primera vez en su historia, el palacio de Buckingham ha abierto las puertas de sus jardines a todos los visitantes que quieran pasear por sus más de 15 hectáreas de terreno o incluso hacer un picnic en ellos.
Los jardines son uno de los grandes tesoros del palacio, la residencia principal de...
Londres se acaba de convertir en el escenario perfecto para quienes quieran sentirse reinas o príncipes por un día, pero también para aquellos que busquen disfrutar de un oasis inesperado en medio de una ciudad caótica y ruidosa. Por primera vez en su historia, el palacio de Buckingham ha abierto las puertas de sus jardines a todos los visitantes que quieran pasear por sus más de 15 hectáreas de terreno o incluso hacer un picnic en ellos.
Los jardines son uno de los grandes tesoros del palacio, la residencia principal de Isabel II. Se han visto en muchas fotos de actos y recepciones de la familia real británica: desde allí salieron en helicóptero Guillermo y Kate Middleton para su luna de miel; allí tuvo lugar el primer acto oficial de Enrique y Meghan Markle una vez casados. Pero ahora es el pueblo británico (y el visitante extranjero que se anime pese a las restricciones marcadas por el covid) quien tiene acceso a él y quien puede incluso almorzar sobre su césped. Todo protegido del ruido por una gran barrera vegetal de 150 metros de largo que evita que los ruidos de la ciudad traspasen hasta la verde pradera.
Los jardines del palacio estarán abiertos desde este 9 de julio y hasta el próximo 19 de septiembre, excepto martes y miércoles, y con los lunes de julio y agosto dedicados a las actividades específicas para niños y familias. Además de entrar y pasear por ellos (por 16,50 libras, unos 19 euros) también se pueden reservar visitas guiadas por otras 6,50 (7,60 euros) más. Porque los jardines son mucho más que miles y miles de metros cuadrados de césped. En ellos hay más de 1.000 árboles, 320 especies diferentes de plantas silvestres, 30 tipos de aves —algunas muy difíciles de ver en el bullicio de Londres—, una gran avenida de castaños y la llamada colección nacional de moreras (se plantaron para dar alimento a unos gusanos de seda, pero la especie no era la adecuada y no fructificó, aunque los árboles permanecieron). Los visitantes podrán ver multitud de rosas, al ser una de las flores favoritas de la reina Isabel II; de hecho, cada lunes, si está en palacio, los jardineros recogen un ramo de esta flor fresca para ella. También hay grandes macizos estratégicamente plantados para que pueda admirarlos desde su ventana.
También en los jardines se puede ver la joya de la corona: un lago de más de 14.000 metros cuadrados que tomas sus aguas del arroyo Serpentine, de Hyde Park. Alrededor de él hay cinco colmenas de abejas que producen unos 160 tarros de miel cada año, que se consumen en las cocinas de palacio. De esos jardines salen algunos de los ingredientes, como el limón, la verbena y las bayas de espino, que contiene la ginebra que comercializa la casa real desde hace un año. Destacan también dos grandes plataneros que plantaron la reina Victoria y su esposo, el príncipe Alberto, y que abren camino a una casita de té de 1939 que ha sido restaurada y que se puede visitar, como algunas otras pequeñas construcciones más, durante las visitas guiadas. Alberto, por cierto, se cayó en su lago patinando sobre hielo en 1841, y tuvo que ser la propia reina quien lo rescatara.
Los antepasados de Isabel II han tenido mucho que ver en la composición del lugar. De hecho, allí se pudo ver una de las primeras cebras del Reino Unido a mitad del siglo XVIII, cuando la reina Carlota, esposa de Jorge III, se encaprichó de una y la llevó a los jardines londinenses. Aunque el paisajismo del lugar tal y como se conoce ahora es de la década de 1820, cuando Jorge IV diseñó los jardines y convirtió el palacio en su hogar y el de los siguientes monarcas británicos.
Para celebrar esta apertura, desde la Royal Collection Trust (la empresa que se encarga del cuidado de los sitios y las colecciones reales pero que también edita libros y produce objetos para vender) han creado un puñado de objetos conmemorativos: galletas, una manta para hacer picnic o una cesta pensada para ello, un juego de servilletas y cubiertos y un pack de sándwiches por algo más de nueve euros decorada con dulces, coronas, soldados vestidos de rojo, mariposas y perros corgi, los favoritos de la reina, y que se convertirá en uno de los éxitos del verano.
En este jardín Isabel II celebra tres grandes fiestas todos los veranos, donde acoge a unas 8.000 personas y donde, según explica Efe, se sirven anualmente 27.000 tazas de té, 20.000 sándwiches y 20.000 trozos de pastel. Pero este año, al igual que el pasado, se han evitado las fiestas, y se ha decidido abrir a los visitantes. Un portavoz de la Royal Collection Trust al diario The Guardian ha explicado: “Anticipábamos que la distancia social todavía se mantendría durante este verano y que el número de visitantes en Londres sería bajo durante un tiempo debido a la incertidumbre en cuanto a viajes nacionales e internacionales”. Además, afirma que “los costes de abrir el palacio al público del modo habitual serían mucho más grandes que lo que esperaríamos en cuanto a ingresos por admisiones de visitantes y ventas. Pero estamos encantados de ofrecer este acceso tan especial como alternativa”. Este año, Buckingham ha tenido unos grandes costes de restauración y reformas; de hecho, solo la restauración de su cubierta ha costado casi 600.000 euros, según las cuentas de palacio de este año. Y si abrir una parte de sus interiores —algo habitual cada verano— resultaba caro, dar visibilidad a los jardines era una forma barata y sencilla de recaudar ingresos.