El lugar en el que Isabel II y Felipe de Edimburgo fueron más felices se convertirá en un museo
La reina y el duque vivieron sus primeros años de casados en Malta, en un palacete ahora adquirido por el Estado, que invertirá 10 millones para su restauración
El que ha sido el lugar más feliz de la vida de Isabel II se cae a pedazos. A las afueras de La Valletta, la capital de Malta, un palacete lleva más de medio siglo esperando que regrese el esplendor que una vez tuvo. Es Villa Guardamangia, la casa en la que la hoy soberana de Reino Unido y su marido, Felipe de Edimburgo, vivieron a mediados del siglo XX. Un lugar que hoy en día está prácticamente en ruinas pero, finalmente, no por mucho tiempo.
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El que ha sido el lugar más feliz de la vida de Isabel II se cae a pedazos. A las afueras de La Valletta, la capital de Malta, un palacete lleva más de medio siglo esperando que regrese el esplendor que una vez tuvo. Es Villa Guardamangia, la casa en la que la hoy soberana de Reino Unido y su marido, Felipe de Edimburgo, vivieron a mediados del siglo XX. Un lugar que hoy en día está prácticamente en ruinas pero, finalmente, no por mucho tiempo.
Desde 1947 el lugar ya se convirtió en especial para la entonces princesa Isabel, puesto que fue allí donde pasó parte de su luna de miel con Felipe. Pero fue en 1949 cuando el matrimonio se mudó a vivir durante largas temporadas y hasta 1951 a Malta, donde el duque estaba destinado como patrón de la Marina Real, en concreto en el barco HMS Chequers. Allí vivieron una vida que jamás se repetiría: de libertad. Muy queridos por la población, que respetaba su privacidad, el matrimonio daba fiestas, iba al cine, jugaba al polo o descubría playas de la isla. Y allí se alojaron en Villa Guardamangia, a la que desde 1951 —aunque regresaron a visitar la isla en alguna ocasión— jamás volverían.
Tras años en ruinas y después de un lustro prácticamente cerrado (vivió una pareja hace un par de años, pero solamente usó la planta baja), este palacete ha sido finalmente adquirido por Heritage Malta, la agencia nacional maltesa de museos y conservación del patrimonio, que pretende convertirla en un lugar para futuras visitas y recorridos. Según ha explicado su jefe de operaciones, Kenneth Gambin, al diario Daily Mail, la operación ha costado cinco millones de euros y se cerró en junio de 2020. Ahora rehabilitarla costará entre cinco y diez millones más. “La situación de la propiedad ahora mismo es bastante terrible, porque en las últimas décadas ha caído en decadencia”, explica Gambin al rotativo.
Lo cierto es que las imágenes no dejan duda del estado de desidia del lugar. El patio está cubierto de hierba, las paredes y los suelos han perdido su lustre y en un rincón hay un puñado de antiguas estatuas que antes estaban diseminadas por el lugar. Aunque en Malta resulta habitual un cierto toque de nostálgica decadencia en sus casas y palacios, en este caso podría hablarse de ruina.
El lugar es un palacete de unos 1.500 metros cuadrados distribuidos en dos plantas y 18 habitaciones, y posee establos, jardines y hasta un refugio antiaéreo. Su primera estructura data de mediados del XVIII, y en el XIX se añadieron entre otros un mirador donde el matrimonio fue frecuentemente fotografiado en sus días en la isla. En 1929 la alquiló lord Mountbatten, tío de Felipe, y a partir de ahí se la cedió a ellos y la habitaron durante ese par de años.
Cuenta Gambin que la unión entre Malta y la real pareja ha sido estable y sólida estos años porque el país siempre quedó en el recuerdo de las dos partes, y de ahí la importancia la villa, la única residencia fuera del Reino Unido en la que ha vivido Isabel. “Fue su hogar en Malta en ese par de años de los que tanto Isabel como Felipe han dicho abiertamente que fueron de los más felices de sus vidas, porque pudieron vivir una vida privada y familiar”, relata. Aquello fue cuando solo tenían dos hijos —de hecho, Isabel se marchó de la isla en verano de 1950 para dar a luz a la princesa Ana en agosto de ese año y luego regresó al lugar en Navidad— y cierta independencia al ser su padre, Jorge VI, el rey. Por ello tenían una relación “muy pacífica, de amistad y convivencia” con los malteses.
“Probablemente lo que más disfrutaron fue el hecho de poder ser ellos mismos sin preocuparse demasiado sobre asuntos oficiales, y sin tener a periodistas persiguiéndoles”, reflexiona Gambin. “La población era aún escasa, había mucho campo y la economía estaba íntimamente atada al imperio británico, Malta era una colonia. Era un lugar seguro, tranquilo y todavía una sede central para la actividad de la Marina Real.
Gambin ha explicado también que Malta ha sentido “mucha tristeza” tras la muerte de Felipe de Edimburgo. “Era recordado con cariño, porque todo el mundo sabía que Malta ocupaba un lugar especial en su corazón”, asegura. Algo que la propia pareja recordó en 2015, tras una visita a la isla. Entonces la reina afirmó: “Visitar Malta siempre es especial para mí. Recuerdo mis días felices aquí con el príncipe Felipe, cuando estábamos recién casados”. Entonces, entre otros presentes, le regalaron una acuarela de Villa Guardamangia que acogió con gran cariño.