Cumbre estilística
C. Tangana y Omar Montes han conseguido la ansiada igualdad, en términos de vestir, que las mujeres reclaman
Cuántas cosas han cambiado casi un año después de la irrupción de la covid-19. Aquella imagen de nuestros políticos comportándose como si estuvieran en la hora punta de Sálvame Deluxe ha sido sustituida por una sensación más civilizada, enmoquetada, como de un rapeo susurrante con acuerdos que buscan convertir el pasado en cenizas. Y justo cuando parecía que se afianzaba el aburrimiento en nuestras vidas confinadas, C. Tangana y Omar Montes, ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Cuántas cosas han cambiado casi un año después de la irrupción de la covid-19. Aquella imagen de nuestros políticos comportándose como si estuvieran en la hora punta de Sálvame Deluxe ha sido sustituida por una sensación más civilizada, enmoquetada, como de un rapeo susurrante con acuerdos que buscan convertir el pasado en cenizas. Y justo cuando parecía que se afianzaba el aburrimiento en nuestras vidas confinadas, C. Tangana y Omar Montes, dos titanes de la música actual, decidieron reunirse en un restaurante en Madrid. Más que un encuentro gastronómico, ha sido una cumbre estilística.
Estos dos jóvenes héroes musicales han conseguido la ansiada igualdad, en términos de vestir, que las mujeres reclaman. Desde la reina Letizia hasta las ministras de Podemos lamentan que se hable de su vestuario y no de sus acciones, una realidad como un templo que algunos intentamos ecualizar aduciendo que el vestuario masculino es más aburrido que el femenino. Pues, como cantaba María Jiménez: se acabó. C. Tangana y Omar Montes han enterrado esa desigualdad. La moda, la exageración, el riesgo vuelve al armario masculino. Con ese encuentro de C. Tangana y Omar Montes regresamos a ese estadio en que te hipnotiza el análisis que su ropa desprende.
Tangana, que estudió Filosofía mientras que Montes se hizo boxeador, ya tiene pátina de estrella pop, modulando la extravagancia y adentrándose en los vericuetos de combinar notas sin convencionalismos. Lleva una americana de hombros bucaneros y camisa con estampado floral, como un pequeño guiño a los músicos de salsa, mientras tiene el otro ojo en el rap de Brooklyn. Desde su esquina en el ring, Omar Montes homenajea a Bad Bunny, que es padrino musical de ambos y manifiesta esa fascinación que esta generación siente por el nuevo riquismo posterior a la caída del Muro de Berlín, cuando el comunismo dejó de tener relevancia y el populismo se alió con el liberalismo, algo que produjo sorprendentes y variados frikismos. Estos dos caballeros están enviando un mensaje claro y sonoro de evolución masculina a través de la moda. Un aplauso, por favor.
Reconozco que C. Tangana me conquistó en una entrega de premios ICON cuando le halagué la camisa que llevaba, con el rostro de Marilyn Monroe sonriendo en su pecho. “A mí también me gusta como vistes, Boris”, me respondió, rápido y melódico, sentí que su música me iba a gustar más y que Tangana sabe gustar. Esa misma simpatía la he sentido por Britney Spears, el ídolo superventas del año 2000, fagocitada por la misma maquinaria que había provocado su, nunca mejor dicho, abrumador éxito. Lo explica la serie documental, Framing Britney, producida por The New York Times. La serie ahonda en una campaña de desprestigio (que acerca a la autodestrucción) que puede producirse sin que nadie consiga detenerla. Spears es una máquina de éxitos musicales para su generación pero a esos logros jamás se les reconoce que también fueron gestados por ella, por una mujer a la que se le arrebata legalmente el control, en principio para protegerla, cuando en realidad fue para aprovecharse de ella. El documental enfoca otra injusticia: en su apogeo se le maltrató solo porque era una mujer joven y sola. Y ofrece ejemplos de este abuso, entrevistas donde la hacen llorar inflando comentarios desagradables que su ex, Justin Timberlake, hizo públicos. Las innumerables burlas por sus declaraciones defendiendo su virginidad y cómo en cada entrevista se le interroga sobre sexo, tratándola como si fuera una muñeca erótica antes que un músico profesional. Hasta hacerla estallar contra los paparazis y conseguir esa dolorosa foto con el titular: Destrozada, victima de su propio éxito. La tutela paterna que aplasta la voluntad de Britney debe ser modificada. Liberar a Britney ya no parece un eslogan de cabezas huecas. Deseo que C. Tangana y Omar Montes hayan hablado de ella en esa cumbre estilística de músicos varones.