La Pantoja no se acaba nunca
La última encarnación de la cantante es la de malvada absoluta. Estuvo dos años en la cárcel pero ahora es acusada de mala madre por su hijo Kiko, en la tele, claro
Uno cree que la vida de la Pantoja no va con él, pero siempre te acabas cruzando con ella, como un relato, íntimo y nacional a la vez, que nos incumbe de alguna manera, porque dice algo de nosotros mismos aunque creamos que habla de otros, y a muchos no nos interese lo más mínimo. Acabas siempre sabiendo, como de las cosas de la familia. Te queda la duda: ¿y si es un mensaje de Dios que, en su silencio, quiere decirnos algo de forma coloquial? A través de estos dramas de algunos elegidos nos acercamos al misterio de la nat...
Uno cree que la vida de la Pantoja no va con él, pero siempre te acabas cruzando con ella, como un relato, íntimo y nacional a la vez, que nos incumbe de alguna manera, porque dice algo de nosotros mismos aunque creamos que habla de otros, y a muchos no nos interese lo más mínimo. Acabas siempre sabiendo, como de las cosas de la familia. Te queda la duda: ¿y si es un mensaje de Dios que, en su silencio, quiere decirnos algo de forma coloquial? A través de estos dramas de algunos elegidos nos acercamos al misterio de la naturaleza humana, como en un Shakespeare para torpes. El logro épico es que haya durante 40 años un personaje del que se cree saber todo y cada vez descubramos que no lo conocíamos, para volver a destriparlo en busca del secreto. La última encarnación de Isabel Pantoja es la de malvada absoluta. Con todos ustedes, la mala de España.
Desde hace un mes te cuentan lo mala que ha resultado ser y piensas que, bueno, es una señora que ya estuvo dos años en la cárcel, pero te dicen que no, que ahora es en serio: es una mala madre. Acusada por su propio hijo Kiko. En la tele, claro, no en el salón de casa o en la cocina, donde la gente se dice esas cosas. Sigue perfeccionando una biografía tan perfecta en sus detalles narrativos que parece creada en un laboratorio del Nodo: la copla, los toros, la política, las revistas, las uvas de Nochevieja, el blanqueo de capitales, todo lo que un español de bien debe ser y hacer. Si le saliera un nieto independentista yo creo que ya lo tendríamos todo. Hay titulares que, vistos con perspectiva, resumen una época. Mayo de 2007: “Zaplana asegura que el Gobierno busca ‘despistar la atención’ con el arresto de Isabel Pantoja”.
De fondo siempre el dinero, la necesidad de liquidez, del tren de vida, de la felicidad imposible. La exclusiva, vender lo vendible, el pastón, el caché. Y entonces el secreto desvelado, la mentira descubierta, la verdad verdadera que nunca se acaba de saber, se sospecha, se cotillea. En torno a un chalé, un casoplón, la finca. Hablan asistentas, primos, suegros, examigas del alma, extodo. Sobre la boda, el bautizo, el funeral. Para estar en lo más alto, caer en lo más bajo, como la vida misma. Una santa, una arpía, una interesada, una artista, qué arte. Y el pueblo llano que se siente llamado en causa y la quiere y la odia como es. Un señor de una venta de Cádiz, indignado por los ataques a la tonadillera, vende flores de Pascua para darle parte de la recaudación. Con un cartel: “Paquirrín traidor”. Hay que tomar partido, y uno debe saber todo, no puede perderse entre dinastías que degeneran, árboles genealógicos que se cruzan y se traicionan. Cantora, la herencia envenenada, este es el último capítulo.
Su propio hijo dice ahora: “Mi madre no tiene corazón”; “Es una persona cegada por el dinero”; “La vida de mi madre es una gran mentira”. Aún no hemos visto lo mejor, ni lo peor. Pero qué audiencias da la vivisección en directo de una desestructuración familiar famosa. La Pantoja es casi un subgénero periodístico en sí mismo. Ese talento en explotar las posibilidades dramáticas de una vida es un talento suyo, de sus parientes, de los tertulianos del ramo, de media España. Alimenta una trituradora ancestral perfectamente engrasada, ávida de miserias, que solo se consuela con la destrucción y a veces una noticia alegre, una foto de comunión. Pantoja nunca deja de ser protagonista, le sobrevuela en todo momento la desgracia, el destino fatal, la muerte, la mala suerte, la ruina. Es una parábola religiosa, un auto sacramental, un continuo sacrificio público. No sé si recuerdan cómo se murmuró, con qué morbo y ojos luciferinos, su relación con Encarna Sánchez, con María del Monte. Noticia bomba, lo impensable nunca era suficiente.
Porque ella no se rinde, vuelve a sacar un disco, siempre regresando. Parecía que en 2019 había tocado fondo en una isla perdida de Honduras, en Supervivientes. Sobrevivió, pero tuvo que ofrecerse a la plebe sin maquillaje, al fin como es, en carne y hueso, según se levanta, en bañador, sin vestido de volantes. Humillada, insultada, hambrienta, peleando por un pollo, y que le dijeran verdades como puños. Un regocijo nacional, la inquisición diaria. Tiene que ser muy raro que todos sepan más de tu vida que tú mismo, y ser en el fondo una desconocida. Yo soy esa dice así: “Yo era muchas cosas que ya se han perdido/ en los arenales de mi voluntad”. La Pantoja no se acaba nunca, y solo cuando esté acabada e inspire la piedad más pura por fin podrán perdonarla. Cómo lloraremos.