Miles de empleos en una copa

Las empresas pelean por los trabajadores mejor formados en un sector donde se multiplican las oportunidades

Morsa Images (Getty Images)

La baronesa Philippine de Rothschild, fallecida en 2014, solía decir a los que visitaban su château cerca de Burdeos que la elaboración de un vino es un negocio bastante simple, “solo los primeros 200 años son difíciles”. Quizá con su mirada irónica tuviese mucha razón: pocas industrias requieren que sus líderes sean en parte agricultores, en parte químicos, expertos en producción, gurús del marketing y (ahora) maestros de la digitalización. Esa mezcla inigualable de desafíos intelectual...

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La baronesa Philippine de Rothschild, fallecida en 2014, solía decir a los que visitaban su château cerca de Burdeos que la elaboración de un vino es un negocio bastante simple, “solo los primeros 200 años son difíciles”. Quizá con su mirada irónica tuviese mucha razón: pocas industrias requieren que sus líderes sean en parte agricultores, en parte químicos, expertos en producción, gurús del marketing y (ahora) maestros de la digitalización. Esa mezcla inigualable de desafíos intelectuales seduce tanto como una buena copa de pinot noir a quienes quieren dedicarse a la profesión, aunque a veces se vuelva tan enloquecedora como la maduración de la uva.

España, segundo productor mundial de vino (con entre 40 y 42 millones de hectolitros al año) y primero por superficie cultivada, necesita de infinidad de profesionales para engrasar la maquinaria de 4.300 bodegas dentro y fuera de las 97 denominaciones de origen y 42 indicaciones geográficas protegidas en un territorio salpicado por 119.485 explotaciones agrícolas. Lo sabe bien Pedro Ruiz Aragoneses, un psicólogo sistémico que dio carpetazo a su profesión para ponerse al frente del grupo familiar Alma Carrovejas (Pago de Carrovejas, Ossian, Viña Meín o Marañones). Viendo las dificultades de atraer buenos profesionales al mundo rural (sus bodegas están en municipios pequeños como Peñafiel, Fuentenebro, Nieva o Leiro), desarrolló un ecosistema donde, más que puestos de trabajo, ofrece “proyectos de vida”. “Decimos que nuestro sueño es compartido por las más de 200 personas que trabajan aquí. Estoy convencido de que la gente tiene que ser feliz. El sentido de pertenencia significa que el proyecto lo construimos entre todos”.

Se acuerda de cada fichaje: “Marta se vino de KPMG, Óscar del Grupo Pikolin… Ha habido gente que se ha ido fuera y ha vuelto”. Su secreto, describe, está en combinar adecuadamente condiciones económicas con desarrollo profesional, pero sin paternalismos. “Si la gente está formada será mejor para todos”. Seguro privado, programa de conciliación, días libres extra para acompañar a familiares al médico o a los niños al colegio…, ofrecen beneficios para atender “las cuestiones importantes de la vida”, además de formación vinícola gratuita en inglés, francés, alemán e italiano. “Pero con meritocracia: si no apruebas, pagas. Mucha gente nos llama para trabajar con nosotros y estamos encantados. Tenemos una rotación muy baja. Es una relación mutua y bidireccional. Creo que las empresas son emociones, hay que dar condiciones favorables a las personas, pero sin que esto se convierta en una jaula dorada, con evaluaciones y responsabilidad”.

Buenos equipos

En Zamora Company son más de medio millar de empleados los que se levantan y acuestan pensando en vinos y licores (bodegas Ramón Bilbao, Mar de Frades). José Antonio Vales, director de personas en la compañía, habla de lo complicado que es montar buenos equipos. “En el campo cada vez hay menos gente joven, hay escasez de mano de obra, sobre todo en las épocas donde hay más trabajo en la viña. Por suerte somos una empresa seria y la gente quiere trabajar con nosotros. La única manera que tienes para atraer a esas personas es con salario y condiciones laborales buenas”. En 2017 realizaron la primera encuesta de satisfacción y los resultados les sirvieron para querer certificarse como Great place to work, algo que consiguieron dos años después. “La última encuesta que hicimos de clima laboral, hace tres años, tuvo unos resultados fantásticos. En parte porque la gente se siente reconocida, hay políticas de conciliación que ayudan y una política de desarrollo dentro de la compañía”, asegura Vales. Para perfiles más técnicos considera que no hay tantos problemas, en parte por la cantidad de carreras y másteres que hay en España alrededor del vino.

Ese panorama formativo es, de hecho, inabarcable. Además de las carreras clásicas (ingenierías, Química, o el grado de Enología) hay docenas de cursos de posgrado en Enología, Viticultura, Comercialización de Vino, Bebidas Fermentadas, Cultura del Vino, Gestión de Bodegas, Sumillería… Pilar García Granero, coordinadora y profesora del máster de Sumillería y Enomárketing de Basque Culinary Center, explica que, por ejemplo, el que dirige es un programa muy trasversal por el que se interesan jóvenes y no tan jóvenes que proceden de distintas disciplinas. Afrontan un temario que va desde la elaboración hasta la comunicación del vino, y donde, de media, los alumnos pueden llegar a catar entre 500 y 600 vinos en el curso. “Si algo adolece España es de gente formada para poder vender. El precio medio del vino que se vende fuera es ridículo (poco más de un euro el litro, según los datos del Ministerio de Agricultura) siendo como somos el país con la mayor superficie cultivada”, se lamenta. El camino para afrontar con garantías un buen desarrollo profesional en departamentos de exportación o marketing relacionados con este mundo está en la formación, pero son nichos profesionales donde es, juzga García, más difícil entrar frente a la gran demanda de sumilleres de la hostelería. Aunque también están surgiendo nuevas profesiones, como el Brand Ambassador al que ahora recurren muchas bodegas, y que no solo es un comercial, sino que innova, busca nuevas estrategias para aumentar las ventas, da formación y dinamiza las redes sociales al mismo tiempo.

Profesionales globales

El director de la bodega Otazu, Guillermo Penso, es un prodigio de la educación: ingeniero de telecomunicación especializado en nanotecnología, MBA por la escuela HEC de París, máster en Sociología Política por la London School of Economics y a punto de terminar el doctorado en Filosofía, se enamoró de los viñedos cuando estudiaba en Francia. Quizá por su trayectoria tiene muy en cuenta que los mejores profesionales pueden estar en cualquier parte. “Sin embargo, la capacidad de importar talento está muy restringida en España. Me quiero traer a una persona de Argentina y es imposible”, se queja. En su equipo de 50 trabajadores hay 15 nacionalidades distintas. Busca un ambiente de trabajo estimulante. “Somos una empresa familiar con condiciones que siempre están por encima de las que ofrecen los convenios sectoriales”. Pero también tiene problemas para encontrar buenos profesionales, en especial en el campo. “Cada vez es más difícil encontrar tractoristas, por ejemplo. Son trabajos más exigentes de lo que busca hoy la gente”.

Penso destaca (y a veces echa de menos) una cualidad fundamental para afrontar las transformaciones que está viviendo el sector: el espíritu emprendedor, “entendiéndolo como una actitud hacia el trabajo”, para resolver problemas acuciantes que afectan al viñedo. La pandemia fue una lección de lo rápido que pueden cambiar las circunstancias, y los productores respondieron con nota. Lo señala Pau Roca, director de la Organización Internacional de la Viña y el Vino, en un reciente informe de EAE: “La crisis dio un extraordinario estímulo a la innovación digital en la industria y la diversificación de los canales de distribución. Con datos de IWSR, el vino tiene una cuota de valor del 14% del mercado total de bebidas frente a una cuota del 40% en el canal online”. Fue, quizá, un ensayo para otro fabuloso reto que conocen bien los productores: el cambio climático. Miles de bodegas trabajan ya contando con esa mayor variabilidad del clima, buscando la forma de reducir el consumo de energía y agua o plantando en altura para conseguir vinos más frescos y con menos graduación alcohólica. Y ese desafío traerá, cómo no, nuevas posibilidades laborales para quienes realmente se hayan preparado.

La fuerza de las mujeres

Almudena Alberca estudió Ingeniería Agrícola de Alimentos. Hizo luego un máster en Viticultura y se licenció en Enología. Aquello le supo a poco y, mientras trabajaba, aprobó los cursos del Wine & Spirit Education Trust (WSET). “Siempre me he tomado la formación como una inversión”, explica al otro lado del teléfono, “esta es una profesión en la que tienes que actualizarte constantemente”. Su impresionante capacidad para retener aromas y describir lo que hay en la copa la convirtió en 2018 en la primera (y hasta ahora única) mujer española Master of Wine, un título que otorga el Institute of Masters of Wine en el Reino Unido desde 1953 (hay 419 en todo el mundo) y que es considerado como el reconocimiento más importante en la industria. Ella es una de las muchas pioneras en un lugar que en apariencia estaba dominado por hombres. Una mujer que lo ha conseguido todo o casi todo: con dos décadas en el mundo del vino a sus espaldas, desarrolló con éxito proyectos como el de Viñas del Cenit y Dominio de Atauta, y es la directora enológica y (desde el pasado febrero) miembro del consejo de administración del grupo bodeguero Entrecanales Domecq e Hijos. “En general este ha sido un mundo masculino y sigue siéndolo, pero cada vez hay más mujeres. En Rueda, por ejemplo, que es una zona vinícola con muchísima historia, encuentras un montón de mujeres enólogas. En Ribera del Duero, en cambio, hay más chicos enólogos. Yo tengo un enorme equipo, pero no elijo a mujeres por serlo, sino porque son superválidas”. 
Hay cientos de mujeres, como califica Cristina Alcalá, directora de la fundación Cultura Líquida y exgerente de la DO Ribeiro, “admirables por su trayectoria”. Menciona asesoras enológicas (Ana Martín o Cristina Mantilla); profesionales con su propio proyecto bodeguero (Elena Pacheco en Jumilla, Esther Pinuaga en La Mancha; Sara Pérez, Esther Nin o Irene Alemany en Cataluña); investigadoras al frente de grandes proyectos, como Mireia Pujol-Busquets (Alta Alella) o Montserrat Molina en Barbadillo. Y sigue: Rosa Pedrosa, Bibi García, Elena Adell…, jóvenes y veteranas, excelentemente formadas, desconocidas casi todas fuera del sector y a veces dentro. “Las mujeres siempre han estado presentes, la cuestión es que estaban ocultas, como en el resto de sectores profesionales. El vino es fruto de un contexto. Detrás del vino siempre hay ideología, y están los movimientos sociales, la mujer y el feminismo. Eso se ha ido visibilizando”, continúa. Ella misma es socióloga, máster en Enología, sumiller, comunicadora, formadora de profesionales… “Me dediqué a un segmento, la divulgación, que era un coto privado masculino”. Aunque se felicita por los avances, le ha parecido lentísimo este caminar. Ahora, al menos, se habla más de ellas, “recuerdo cuando nos hicieron una entrevista a las cinco sumilleres de Madrid… ¡Antes eras como una anécdota!”. 
María Falcón y Cristina Yagüe se rebelaron contra ese desdén machista. Construyeron desde Rías Baixas el proyecto de Anónimas Wines para dar voz a todas esas trabajadoras sin nombre, esas mujeres que cuidaban la viña para mayor gloria de sus pares varones. “Porque incluso en Galicia, un matriarcado, los méritos siempre se los llevaban ellos”. Recuperaron variedades autóctonas al borde del mar y también en Ribeira Sacra para producir con personalidad atlántica. Comenzaron por un rosado muy afilado para reírse de quien atribuía a estos vinos la suavidad buscada por paladares femeninos. Ni siquiera se paran a pensar en su color: “Depende de lo cansadas que estemos porque lo hacemos en una prensa manual. Si estamos agotadas tardamos más y sale más rojo”, sonríe Falcón. Se apoyaron en otras mujeres (como Iría Otero, de bodegas Sacabeira) y cada año brindan por el feminismo con sus vinos de paisaje (llamados Os Dunares, Catro e Cadela o Pedra Mogueira): “Hacemos lo que queremos, sin presión. Si nos sale mal… lo peor que nos puede pasar es que nos los tengamos que beber nosotras”.

 


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