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Por una inteligencia artificial con luces largas

Centros como AESIA son claves para garantizar que la tecnología se dedica a mejorar la sociedad y, además, atraer talento

Es un encuentro único. Un diálogo muy especial. Escuchar a Carmen Cotelo, directora de la Agencia Gallega de Innovación; la sincera pasión de Verónica Bolón, profesora titular en la Universidade da Coruña, y a Senén Barro, director del CiTIUS (Centro Singular de Investigación en Tecnologías de la Universidad de Santiago de Compostela) y una de las grandes voces españolas de la informática, supone lamentar la falta de espacio para las palabras. Porque lo que creímos sólido se desmorona. “La consultora Gartner ya ha dicho que se han acabado los datos de calidad. El 60% de los que se usan son sintéticos”, lanza Senén Barro. Por lógica, cómo se van a emplear, pensemos, en análisis médicos, inteligencia artificial (IA) o ámbitos similares, si no se tiene información de calidad para alimentar los modelos. Valen para hacer desarrollo, sin embargo, no son la solución”, advierte. Barro ha trazado unos cálculos que exigen leerse dos veces. Una persona genera 50 gramos de dióxido de carbono; el entrenamiento de los últimos modelos de ChatGPT viene a ser el equivalente a entre 15.000 y 20.000 individuos durante una existencia media de 80 años.

Eso impacta”, subraya Senén. Y un desarrollo solo de esta tecnología tan de moda cuesta entre 10.000 y 20.000 millones de dólares; de 8.500 a 17.000 millones de euros. “Las empresas no pueden decidir en qué sociedad queremos vivir en 10, 20 o 30 años, o quizá apoyan una existencia infinita. No quiero ese mundo. Si la sociedad hace dejación de sus funciones, como hasta ahora, serán las compañías quienes decidan la vida que vas a tener. Cuando hablo de IA, también lo hago de cuántica, de biotecnología. Las personas deben ser quienes decidan lo que interesa y lo que no”, refrenda. La IA lleva con nosotros desde 1943, cuando se estableció “el modelo de una neurona formal”. Y ha sido posible porque ha habido centros públicos y de investigación que han apoyado lo que sonaba como una locura más de algún profesor estadounidense del MIT o similar. Las empresas vieron la capacidad de monetizar ese trabajo que, hasta hace pocos años, apenas levantaba polvo de oro. Sin duda, quienes van más avanzados en IA son los chinos. En un lustro es posible que la controlen. “Sin embargo, no quiero vivir en una sociedad como esa”, zanja el experto. ¿Quién escogería una dictadura?

Pero también hay sueños. Carmen Cotelo cree en ellos. “La salud de la innovación es buena en Galicia. Acorde con Bruselas, de las 240 regiones que hay en Europa estamos entre las 25 primeras en innovación. En un año hemos escalado nueve puestos. Pero no podemos detenernos en lo que hacemos bien, tenemos que seguir avanzando. Porque es la forma de competir globalmente”, indica. Está en marcha el Plan Galego de Investigación e Innovación 2025-2027 con un presupuesto de 1.310 millones de euros. El objetivo es consolidar un ecosistema de I+D+I. Pero hace falta (¿les suena?) talento. Hay iniciativas para que regresen del exterior. Sin embargo —cuando el sueldo no es la razón—, un investigador necesita un proyecto atractivo, posibilidades, un equipo a su medida y, sobre todo, libertad para investigar. Es la forma de luchar contra los grandes. Este año se van a titular los primeros graduados en IA en Ourense, A Coruña y Santiago. “Lo que me preocupa es que no haya proyectos y se marchen todos”, advierte Senén.

Nuevo referente

La bisectriz del acuerdo —la hemos visto— es la Agencia Española de Supervisión de la Inteligencia Artificial (AESIA). “Es fantástico que esté aquí ese organismo de control ético”, califica Barro. Europa no regula poniendo capas sobre capas, “sino en función del riesgo; si este es una realidad hay que regularlo muy bien, no hacerlo en caso contrario”. La IA cada vez más son capas de inteligencia sobre los dispositivos. Y nos inundan. Son coches eléctricos, son robots. “Hay que regular y supervisar; las compañías no se pueden gestionar por sí solas. ¿Dejaría usted que se autorregulen las farmacéuticas?”, cuestiona el experto.

“AESIA tiene un papel de faro y generar certidumbre a las empresas. Nos gustan las luces largas, que nos iluminen y sepamos dónde pisar. La persona de la calle no tiene ni idea de lo que es la IA —tampoco tiene por qué saber de algoritmos—, pero sí debe entender cuáles son los riesgos, y las universidades tenemos que ser colaboradores de AESIA, ya que necesita todo ese conocimiento intensivo”, argumenta.

Sin embargo, hubo un momento, allá por diciembre de 2022 cuando se supo que A Coruña había ganado la agencia, que el cielo contuvo un brillo de azul lapislázuli. “Fue un instante especial. La gente me decía: van a traer a la ciudad eso en lo que trabajas. Trascendía un sentido de orgullo, de pertenencia, fue muy bonito, las personas empezaron a interesarse; luego todo se precipitó”, recuerda Verónica Bolón. Ella profesa fe en estas tecnologías, “son cambios de paradigma,” no lo hace por dinero —la academia nunca es Inditex y sus fondos casi infinitos—, cree en ellas. Al igual que la belleza creía en Miguel Ángel. Su cátedra son los algoritmos verdes y si persigue algo es una sociedad mejor. Y la lucha contra frases que son igual que callejones sin salida. “Una tecnología, si se hace más eficiente, al final consume más porque se utiliza más”. Pese a todo, Bolón sonríe. Cree en lo que enseña. Cree que el ser humano, joven aprendiz de brujo, sabrá usar la IA para mejorar la sociedad. El futuro amanece en A Coruña. Poco a poco, orvalla.

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