Víctor del Valle: “Me siento todopoderoso cuando logro cambiar el ánimo de mis clientas”

El peluquero, cuyos cambios de imagen a base de tijera, tinte y peine son un fenómeno viral en redes, atrae a su salón de Sevilla a clientas de toda España. Tiene la agenda llena hasta diciembre

El peluquero Víctor del Valle con su arma de trabajo.bernardo perez

Víctor del Valle llega al vestíbulo del hotel Only You de Madrid, justo enfrente de la estación de Atocha, recién llegado de un AVE procedente de Sevilla, arrastrando un trolley con su arsenal de trabajo para actuar en un programa de televisión, y acompañado de Rocío, una joven asistente. La jovencísima y eficiente relaciones públicas del hotel, una chica de tez morena y pelo rizadísimo recogido en cascada sobre la frente, se pone a su disposición inmediatamente...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Víctor del Valle llega al vestíbulo del hotel Only You de Madrid, justo enfrente de la estación de Atocha, recién llegado de un AVE procedente de Sevilla, arrastrando un trolley con su arsenal de trabajo para actuar en un programa de televisión, y acompañado de Rocío, una joven asistente. La jovencísima y eficiente relaciones públicas del hotel, una chica de tez morena y pelo rizadísimo recogido en cascada sobre la frente, se pone a su disposición inmediatamente sin poder evitar un momento fan: “Le sigo en TikTok y me encanta su trabajo”, le confiesa. “Qué pelazo maravilloso tienes. Eres Whitney Houston de joven”, corresponde al piropo el piropeado. Luego, mientras charlamos en una suite prestada al efecto, me mira alternativamente a los ojos y al pelo, y una tiene la sensación de que le está haciendo un escáner capilar y emocional a la vez. Él no lo niega. Es su trabajo.

¿Siempre quiso ser peluquero?

Yo lo que quería es ser actor. Soy el primogénito y el único varón de cuatro hermanos. A los 13 me planté ante mi padre y le dije: “Papá, quiero ser actor de teatro y trabajar en La Cubana [compañía de variedades]”. Mi padre, que había estudiado Derecho y quería que yo también lo hiciera, y llevaba muy mal mi homosexualidad, me dijo que estaba loco. A los 14 decidí ser peluquero y fue mi abuela la que me pagó la academia por la tarde, mientras por las mañanas iba al instituto, porque con mi padre fue imposible. Decía que nunca iba a llegar a nada.

¿Qué vio en usted su abuela que no vio su padre?

A mí. Mi abuela me miró. No dejó de mirarme nunca. Empecé a trabajar de aprendiz en el salón de Miquel Planas, en Barcelona, donde nací. Entonces, había una edad dorada de la peluquería, estaban Llongueras, Cebado, el propio Planas. Fue un lujo formarme con ellos. Empecé a trabajar en el ambiente de la moda, de la pasarela Gaudí, peinando a modelos como Judit Mascó, aprendí muchísimo y, a los 19, me fui a Sevilla, la tierra de mi madre, para empezar de cero y ser yo mismo.

Dice que su padre llevaba mal que fuera gay. ¿Nunca estuvo en el armario?

Jamás. Lo tuve clarísimo desde siempre. Luego, me han querido meter, pero no me dejé. A mis parejas les decía: “Tú puedes salir del armario cuando quieras, pero yo no me voy a meter dentro”. A mi marido le costó mucho salir del suyo. Ahora, salió por la puerta grande. Estamos casados y tenemos un hijo adoptado. Encima de mi peluquería había un piso tutelado donde vivían niños en acogida. Una de las cuidadoras venía a la peluquería con este niño, nos enamoramos de él, y él de nosotros, y conseguimos la adopción.

¿Qué tiene que ver el teatro con la peluquería?

Las emociones. Lo que me gusta es provocar emoción a los demás, hacerles sentir bien. Y la peluquería es una forma de cambiar a alguien de forma rápida y hacerle vivir una emoción muy fuerte en muy poco tiempo. Soy impaciente. No puedo con eso de ponte esta crema de baba de caracol y verás los resultados en 30 años. Con la peluquería, cortas y cambias.

A mí no me lo cuente. Explíqueselo a quien no lo entienda.

El pelo es el complemento que siempre te acompaña. Puedes cambiar de bolso, pero, para cambiar de pelo, necesitas ir a la peluquería, estar en otras manos. Cuando te hacen un corte, o un color, o un peinado que te hace sentir bien cada vez que te miras al espejo, eso no tiene precio.

Bueno, caro es un rato.

Digamos que no soy barato. Un corte de pelo son 50 euros. Un cambio de imagen total, con mechas, color y corte, puede superar los 200. La tercera parte de lo que cuesta en Alemania o en Estados Unidos. En España no valoramos lo buenos que somos.

También habrá hecho alguna pifia.

Bueno, en 36 años de carrera, algún trasquilón tengo. Y lo llevo clavado. Suele ser por el estrés de querer abarcar más de lo que puedes, por cansancio, o cuando no sabes decir que no, aunque últimamente no lo digo. Antes, intentaba cambiar a las personas y ponerlas como yo quería verlas. Pero ahora lo que me gusta es hablar, rascar un poquito en su corazón, escucharlas. “¿Qué te apetece?”, “¿Qué te molesta?”, “¿Qué necesitas?”. La gente te lo dice. Están cansadas de los rulos, o de teñirse continuamente.

Las canas son tendencia. Hasta la reina Letizia, o Alberto Feijóo y Cuca Gamarra se las están dejando. ¿Valentía o claudicación?

[Me mira la raíz oscura sobre las puntas claras] Bajo mi punto de vista, no hay ningún color que te quede mejor a tu piel y tus ojos que tu color natural. El blanco es luz, las arrugas, oscuridad. La naturaleza es sabia. Yo creo que la gente va buscando liberarse de la esclavitud de intentar que el pelo dorado le quede bien con una piel fría. Lo natural quedará siempre mejor.

Si dejamos de retocárnoslas una vez al mes, se quedarán sin trabajo.

No, porque ahora mismo el curro que tenemos es convenceros de que os dejéis ayudar para conseguir liberaros. Y de que vengáis a lograr el color perfecto, pero con un servicio de bajo mantenimiento. Ahora, si el color es importante, el corte de pelo lo es aún más. Y eso no lo puedes hacer en casa, ni con un robot, ni con inteligencia artificial. No se trata de tener cogido por el cuello a nadie, sino de que vengas porque te gusta cómo te dejamos y te veas guapa.

Ya lo dijo Hillary Clinton: “El pelo importa”, pero ¿cuánto?

Bueno, la imagen forma parte del valor de mercado de cada uno, y el pelo contribuye a ella en un porcentaje muy elevado. Yo mismo, ahora que salgo en mis redes sociales y en los medios, antes me cortaba el pelo cada cuatro o cinco semanas, y ahora me lo retoco todas.

¿Quién se lo corta?

Un compañero. Pobrecito.

Menuda presión, agradar al jefe.

Jaja, siempre es el mismo para que no haya problemas ni comparaciones si le toca a otro. Esto es como todo: cortarnos el pelo entre compañeros siempre es muy difícil.

Victor del Valle, en acción, atacando la melena de Rocío, una de sus 26 empleadas. bernardo perez

¿Le gusta que le llamen ‘peluquero estrella’?

Ni me gusta ni me disgusta. Eso lo dicen los demás. Yo sigo sintiéndome igual que cuando empecé, con más experiencia y mano, si quieres, pero si tengo que coger la escoba o lavar cabezas no se me caen las tijeras.

A su salón va gente de todo España, ¿cómo lo logra?

Hice un máster de empresa, allí me enseñaron que, si lo que haces no lo enseñas, y si lo enseñas y no se ve, no existes. Eso me voló la cabeza. Cuando empecé a usar las redes, solo subía trabajos con influencers y celebridades, chicas especialmente guapas. Pero leía todos los comentarios y me echaban en cara, con toda la razón, que a esas mujeres todo les quedaba bien, y que si una persona gorda, o con mal pelo, no podía aspirar a eso. Un día, subí el cambio de imagen de una persona normal, porque todos somos normales, y eso desató el bum. Para mí, todas las clientas son iguales.

Dice siempre ‘clientas’, ¿no atiende a señores?

Claro, pero para mí, son todas clientas, el plural genérico es femenino. He luchado siempre por crear un modelo mixto, pero lo mío es una peluquería, no una barbería. Yo corto y arreglo barbas, pero no soy barbero, soy peluquero. En Estados Unidos y en el resto de Europa esta profesión está muy valorada. En España, todavía no.

Dice que le gusta emocionar. ¿Se emociona usted trabajando?

Muchísimas veces. Hay cambios tan espectaculares, clientas que, cuando las giras y se miran, les afloran solas las lágrimas. No pueden dejar de mirarse. Cuando logro cambiar el ánimo de mis clientas me siento todopoderoso. Ahí sí te reconozco el ego. Me toca muchísimo la fibra ver cómo puedes ayudar a personas a levantar la cabeza, literalmente. En todas las peluquerías que he tenido hay un espejo. A la entrada, ni se miraban, con la cabeza gacha. A la salida, no podían dejar de mirarse, mientras pagaban. Habían crecido un palmo ¿tú sabes lo que es eso? Esa es mi satisfacción, por eso soy peluquero.

O sea, que hace milagros

Milagros impresionantes. Personas que casi no tienen pelo, o que no quieren mirarse en un espejo, que llevan toda la vida luchando contra la naturaleza de su cabello. De repente, les cambio el chip y se liberan. El cambio puede ser de dos tipos. Hay quien ha cambiado por dentro por una pérdida, gente que ha estado toda la vida cuidando a los demás, o ha pasado un cáncer, y quiere cambiar también por fuera. O, al revés, gente que quiere cambiar por fuera para ganar la seguridad que anda buscando. Mis clientas esperan meses para venir, no vienen solo a cortarse las puntas.

¿Cuánto de confesionario tiene una peluquería?

Todo, y el secreto de confesión es importante. Hay psicólogas que recomiendan venir a mi salón para motivar a sus pacientes. Piensa que tienes el poder de hacerles cambiar. Tú imagínate que estás con tu mejor amiga, que te está tocando la cabeza y tú no tienes nada más que hacer en ese momento más que relajarte y dejarte hacer: te entran ganas de hablar, suspirar y soltar lo que llevas dentro. La peluquería es un sitio donde te vacías.

También hay mucha tontería.

Como en cualquier otro gremio. Este oficio necesita una parte de arte y otra de técnica, y puedes disfrazar y adornar absolutamente todo. Pero a mí me encanta hablar con peluqueras mayores que siguen en activo, están al día y me encanta la gente que siente pasión por su trabajo. Anda que en la cocina no hay tontería.

Antes, las señoras mayores solo iban a la ‘pelu’ a lavar y marcar. ¿Eso ha cambiado?

Ahora se atreven a cortarse el pelo cortísimo, hacerse decoloraciones, de todo. Muchas veces son más atrevidas que sus hijas y sus nietas. Alucino cuando vienen personas mayores que han perdido al marido, o han superado una enfermedad, o se han divorciado y quieren un cambio importante en su vida, y las hijas le pagan un viaje y un servicio por su 80º cumpleaños. Eso me fascina y me encanta.

¿Cuál sería su clienta soñada?

Julianne Moore. A ver si viene a España a presentar la película de Almodóvar y se obra el milagro [ríe].

Ahora le cortará el pelo a su padre. ¿Le ha reconocido su éxito?

No se lo corto, porque él vive en Barcelona y tiene su barbero. Le cuesta reconocerlo verbalmente, no me lo ha dicho jamás. Pero soy consciente de que a los demás les habla con mucho orgullo de mí y su reconocimiento me llega a través de su voz, de su mirada, de su afecto y cariño. Yo, en broma, le digo: “Papá siempre ha habido buenos peluqueros y malos abogados”.

CORTO Y CAMBIO

Víctor del Valle (Barcelona, 50 años) es peluquero gracias a su abuela. Fue ella la que supo ver en su nieto de 14 años la ilusión y las facultades suficientes como para pagarle las clases de peluquería que su padre, que quería que su hijo fuera abogado como él, le negaba. Del Valle, que se considera "cataluz: de padre catalán y madre andaluza", aprendió el oficio trabajando de aprendiz con los mejores peluqueros en la Barcelona de los años noventa antes de mudarse a Sevilla a los 19 años para buscar su propio camino y estilo. Hoy, con casi tres millones de seguidores entre Instagram y TikTok, 26 empleados y una lista de espera de meses, este "peluquero por vocación" y "empresario por obligación" confiesa que no puede abarcar más trabajo del que tiene. Los espectaculares cambios de imagen basados "en la escucha, la empatía y el estudio del cabello de la clienta" son la especialidad de la casa.

Sobre la firma

Más información

Archivado En