Arranca la pasarela madrileña: las mil y una formas de rentabilizar un desfile de moda
La 77º edición de la Mercedes-Benz Fashion Week Madrid se estrena con los desfiles de Pedro del Hierro, Ángel Schlesser, Ágatha Ruiz de la Prada y una llamativa novedad: por primera vez se puede pagar por acceder a los ‘shows’
Diez euros cuesta desde esta temporada entrar al Cibelespacio, es decir, al pabellón número 14 de Ifema, que desde este jueves hasta el domingo estará repleto de estands de electrodomésticos, aerolíneas, marcas de cosmética y albergará una pequeña zona para que los diseñadores emergentes expongan sus creaciones. Y 60 euros cuesta vivir lo que la organización llama “la experiencia”: ir a un único desfile y después acceder a la zona VIP, en la que durante media hora, tras el show, se congregan algunas de las celebridades nacionales invitadas copa en mano. Y, a juzgar por esta primera jorn...
Diez euros cuesta desde esta temporada entrar al Cibelespacio, es decir, al pabellón número 14 de Ifema, que desde este jueves hasta el domingo estará repleto de estands de electrodomésticos, aerolíneas, marcas de cosmética y albergará una pequeña zona para que los diseñadores emergentes expongan sus creaciones. Y 60 euros cuesta vivir lo que la organización llama “la experiencia”: ir a un único desfile y después acceder a la zona VIP, en la que durante media hora, tras el show, se congregan algunas de las celebridades nacionales invitadas copa en mano. Y, a juzgar por esta primera jornada de Mercedes-Benz Madrid Fashion Week, la organización le está sacando partido al asunto: había colas en los accesos, en el baño y una concentración en las gradas nunca vista en años anteriores. Lo cierto es que en el último año, dos de las marcas de culto del momento, Diesel y Marine Serre, lo han hecho en Milán y París, respectivamente, aunque a precios más bajos. Balmain llevó la moda a la cima del entretenimiento en 2021 con un festival de música en el que varios artistas internaciones daban conciertos durante todo un día antes y después del desfile. Si hacemos caso al discurso que asocia a la moda como una expresión cultural, esta debería ser accesible al público, como el cine o los conciertos. Pero los ejemplos anteriores aluden a tres marcas, es decir, a tres empresas independientes que quieren acercar el elitismo del desfile a su clientela real y potencial, que no suele acudir a este tipo de eventos, no de una entidad participada por el Ayuntamiento de Madrid.
La cuestión quizá esté en si desde Ifema ven o no la pasarela como una de las ferias para profesionales que suelen celebrarse allí, con la salvedad de que aquí las ganancias no se pueden cuantificar en estands de marcas interesadas en exponer su producto. La “experiencia” no se cuantifica en espacio: 7.000 euros más IVA pagan las marcas por desfilar, a lo que se sumaría el desembolso de cada patrocinador (este año se suma Turismo de Marruecos, con algunos de sus creadores desfilando el próximo sábado). De ahí que la venta de entradas sea quizá una forma de sacar mayor rendimiento a un espacio que no beneficia tanto como otras ferias.
En cualquier caso, y como es obvio, para muchos, pisar la pasarela de Ifema, es decir, desfilar dentro de esta semana de la moda, todavía es necesario. “No se me ocurre otro modo de hacernos más visibles”, comenta a EL PAÍS Nuria Sardá, directora creativa de Andrés Sardá, la firma de lencería que su padre creó en 1962. Gracias a sus desfiles, que mezclan muy sabiamente su producto comercial con la exuberancia y el entretenimiento llegaron, cuenta, a ser contactados por Law Roach, el estilista de Zendaya y uno de los más importantes del mundo. Andrés Sardá sabe vender (el grupo al que pertenece desde 2008, Van de Velde, ha facturado 97,6 millones de euros en 2021) y sabe dar espectáculo. En esta ocasión se trataba de lencería en la nieve, “de un día entero, desde que una mujer se levanta, se va a esquiar hasta que va a una fiesta en la nieve”, explica Nuria. Entre Dulceida, que abría y cerraba el desfile, las modelos lucían las piezas de ropa interior y corsetería junto a plumíferos o largos abrigos de pelo.
Sardá era la segunda en desfilar en la jornada de apertura; la primera, desde hace tiempo, es Agatha Ruiz de la Prada, un puesto de honor porque es el que consigue acaparar titulares y minutos televisivos, por si ella misma no lo hiciera ya sin tener cuenta el horario. En la salida de su show había un puesto en el que vendían su recién publicada autobiografía. Dentro, su pareja se colaba en la pasarela para recoger la plantilla que se le había desprendido a una de las modelos ante la mirada incrédula de Antonio Banderas, uno de los invitados. Si lo que buscaba el público eran “experiencias”, estos son hasta el momento, los sesenta euros mejor invertidos.
Jorge Vázquez, el tercero de la jornada, presentaba una colección que hablaba del cruce entre el imaginario visual español y el marroquí (uno de los patrocinadores de esta edición) con atrevidas combinaciones de color y juegos de volúmenes entre caftanes y encajes. Un atrevimiento que también se percibía en Pedro del Hierro, eso sí, osificado, al tratarse de la enseña más solvente y comercial del calendario: Nacho Aguayo, director creativo femenino, y Álex Miralles, masculino, imaginaban los distintos perfiles que acuden al estreno de una ópera “porque no todo el mundo va con el mismo estilo a este tipo de eventos, aunque sea un evento al que hay que acudir de gala”, comentaba el primero.
Una estrategia inteligente, porque no solo les permite posicionarse en las alfombras rojas por venir o darle a su cliente habitual ese aura de lujo y aspiración, también porque les permite experimentar y romper estereotipos sin salirse del relato, mezclando texturas, colores y prendas, sobre todo en su colección masculina, donde el terciopelo se combinaba con punto o los abrigos de alpaca con camisas de lazada. A su desfile acudían Tamara Falcó e Iñigo Onieva en una de sus primeras apariciones públicas tras su reconciliación. La marca de moda de esta, TFP, también es propiedad del grupo Tendam, dueño de Pedro del Hierro. De hecho, algunas de sus prendas han aparecido en el desfile, aunque desde la firma no han apuntado cuáles para hacer ver que sus respectivos estilos casan de manera natural.
Aunque si alguien sabe cómo unir moda y entretenimeinto es Eduardo Navarrete, de un tiempo a esta parte, convertido en una celebridad local que trasciende con mucho su producción en moda. La noche del miércoles trasladaba a un público variopinto a la pista de patinaje de Chamartin para disfrutar de un show en el que varios amigos famosos del diseñador patinaban, algunos con más talento que otros, luciendo calzoncillos, batas, paraguas o flotadores.
Navarrete presentó su colección en la jornada llamada Off, es decir, fuera de Ifema pero presente en el calendario oficial. Aquí no hay entradas a la venta, pero sí, en algunos casos, patrocinadores privados que costean distintos espacios de la capital. En el caso de Ángel Schlesser el espónsor principal era su propia fragancia, Femme. Un caso curioso pero no único, aunque tradicionalmente la moda servía o más bien sirvió para aumentar la venta de perfumes y pequeños accesorios, ha habido casos, quizá Mugler y Viktor & Rolf los más famosos, en el que el pez pequeño se ha comido al grande. Ruiz de la Prada, sin ir más lejos, ponía sus fracos a modo de tocado hoy. Schlesser, sin embargo, lo hacía sin ambages. La marca propiedad de Óscar Areces, tras el vaivén de directores creativos que sucedieron a la marcha de su fundador en 2016, ha colocado al gallego Alfonso Pérez como director creativo y, aunque el discurso de partida, una prenda basada en una colonia, puede sonar demasiado etéreo (o demasiado explícito en términos económicos), lo cierto es que su colección, sobre todo la primera parte, con abrigos de corte arquitectónico y vestidos con bloques de color, fue más que solvente.
Pero, sin ninguna duda, la mejor colección de estas dos jornadas de desfiles sucedió fuera del calendario oficial e incluso del foco mediático. La presentaba ayer el artista Ernesto Artillo en la galería We Collect bajo el título La colección de costura más cara de la historia. Lo era. Estaba confeccionada a base de las prendas que Artillo iba encontrando en las playas de Cabo de Gata. Prendas de personas que habían logrado cruzar a España y que Artillo había intervenido: chaquetas de chándal con la frase “Viva España” bordada en árabe, cazadoras que fusionaban el rostro del Cristo malagueño de Mena con las de un menor extranjero no acompañado (mena, en su acrónimo), joyas hechas con piezas de los mecheros que los supervivientes utilizan para encender hogueras a su llegada... Sí, la moda puede y en ocasiones debe ser una expresión cultural y social. La de Artillo lo es de verdad. Además, la entrada era abierta al público y gratuita.