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Padres radicalizados: cómo la desinformación y las noticias falsas están amenazando la unidad de muchas familias

Cada vez más familias en España conviven con un fenómeno silencioso: progenitores que, atrapados por la soledad y las horas frente a las pantallas, se sumergen en bulos y conspiraciones que ponen en riesgo la armonía del hogar

Cuando lancé una petición en redes sociales para recoger testimonios sobre padres y madres atrapados en teorías conspiranoicas y bulos, recibí una avalancha de mensajes: historias que retrataban un fenómeno cada vez más extendido y del que apenas se habla. Andrea, por ejemplo, describió así la transformación de su padre, de 72 años: “Siempre ha sido partidario del PP, pero desde hace unos años está totalmente radicalizado. No vota a Vox porque se siente muy comprometido con el PP, pero su discurso es de extrema derecha. Todo el contenido que ve por redes sociales se lo cree sin ningún tipo de reflexión previa. Parece que el odio que se ha gestado en su interior hacia la izquierda es tan fuerte que la emoción lo invade todo”. La relación padre-hija se ha convertido en un campo minado desde entonces. “Intento contenerme, también por mi madre, que me lo pide porque ‘no le voy a hacer entrar en razón’, pero me cuesta no responder a las barbaridades que suelta”, afirma.

El relato de Andrea no es una excepción, sino que se repite en muchas familias: padres, madres, tíos o tías que dedican una parte importante de su tiempo a consumir contenidos en Facebook, X, Instagram, YouTube, TikTok, Telegram o la televisión, y que han hecho suyas narrativas de odio contra migrantes, feministas, periodistas y ecologistas, entre otros.

Aunque el término “radicalización” aplicado a estos comportamientos pueda sonar excesivo, no lo es tanto si se atiende a la definición técnica de Roberto Muelas, profesor de Psicología Social en la Universidad de Burgos y autor de la tesis El camino de la radicalización: rutas psicosociales hacia el prejuicio y extremismo violento en conflictos religiosos y culturales (2019). Para él, es “un proceso social y psicológico por el que se alcanza un compromiso cada vez mayor con una ideología política o religiosa extremista”. Este alineamiento no tiene por qué desembocar en una acción violenta: en muchos casos se trata de una “radicalización de la narrativa”, una manera de mirar el mundo bajo esquemas rígidos y maniqueos.

En este proceso, la soledad y, en los casos que nos ocupan, la jubilación, que proporciona una cantidad enorme de tiempo libre, tienen un papel clave. “La investigación ha mostrado que la soledad genera una necesidad de pertenencia. Todos necesitamos sentir que formamos parte de un grupo que nos valora”, explica Muelas. Esa necesidad puede empujar a algunas personas a refugiarse en comunidades digitales que ofrecen respuestas simples a problemas complejos. “El atractivo de estos mensajes está en su simplicidad: dan explicaciones fáciles de entender y de compartir. Por eso calan tanto”, apunta el experto. Según un estudio de la Universidad de Harvard, los adultos mayores de 50 años son los responsables de difundir el 80% de las noticias falsas en X y los mayores de 65 las consumen, en redes como Facebook, siete veces más que los usuarios más jóvenes.

Alicia cuenta que su madre, votante de izquierdas de toda la vida, también se ha visto atrapada por esa dinámica: “Ahora vive angustiada por lo que lee en X. Está convencida de que todo lo que lee es cierto. Siempre ha sido moderna e independiente, pero desde hace unos años piensa que la verdad hay que encontrarla fuera de los medios”. Como es obvio, el creerse según qué noticias, provoca problemas de ansiedad, angustia y enfado en las personas mayores. Según un reciente estudio realizado por la consultora Estudio de Comunicación y Servimedia, titulado Bulos y Desinformación. Cómo afectan a las personas mayores, un 63,3% de los encuestados mayores de 60 años reconocieron que las noticias falsas de tipo político son las que les causan más ansiedad y angustia. Las de tipo sanitario y económicas les causan estos sentimientos en un 40,6% y un 24,5% de los casos, respectivamente.

Las consecuencias familiares de esta radicalización son profundas. “La relación con mis padres se ha deteriorado mucho. Son mis padres, pero yo no puedo estar con personas así. Su argumentación se ha vuelto agresiva y lesiva: tachan de imbécil a cualquiera que piense distinto a ellos”, explica David.

El miedo es uno de los motores de esta radicalización. María recuerda cómo sus padres “se han tragado todos los argumentos de Desokupa y ya tienen alarmas por todos lados”. “Mi madre incluso soñaba que se le metía gente en casa. Y el otro día me dijo que la culpa de los incendios era de los ecologistas”, añade.

Desde hace años la familia de Berta coincide en la playa con otra familia, son como una especie de “vecinos de verano”, y este año “su tema favorito han sido las teorías conspiranoicas”: “Que las élites nos controlan, que la covid jamás ocurrió y el cambio climático tampoco, y que todo es, en realidad, una cortina de humo para distraernos de un supuesto ‘gran foco’. Según ellos, la realidad se parece mucho a una mezcla entre Los Sims y El Show de Truman. Lo complejo es que muchas veces parten de una premisa que podría tener algo de sentido —sí, vivimos en un sistema capitalista; sí, existen intereses económicos—, pero llevan el argumento hasta un extremo delirante”.

¿Qué hacer ante un padre radicalizado?

Una de las cosas más frustrantes de este tipo de cambios de pensamiento en padres y familiares es lo complicado que se hace interactuar con ellos y que resulta imposible convencerles de que lo que están diciendo no es real. “Por lo general, la estrategia para hablar con familiares que han adoptado esas ideas es tratar de rebatirles o, incluso, burlarse de sus creencias”, asegura Muelas. “Pero se ha demostrado que hacer esto suele producir reactancia psicológica, una tendencia a rechazar normas o indicaciones provenientes de los demás y que son percibidas como una limitación de la libertad personal. El efecto que se producirá es, posiblemente, que se refuercen sus ideas”.

El problema es que, según Muelas, no existe desde el punto de vista científico una receta mágica que asegure el éxito. “La inoculación psicológica ha demostrado ser efectiva como método preventivo, pero no es de gran utilidad con personas que ya muestran cierto nivel de radicalización. En estos casos, lo más adecuado sería utilizar estrategias de debate y diálogo ideológicos. Es decir, entablar conversaciones con personas que de alguna forma sean referentes para la persona en cuestión y para que poco a poco se vayan desmontado las creencias y dando alternativas ideológicas”. Según cuenta el experto, una técnica interesante es el pensamiento paradójico, que consiste en llevar las creencias de una persona al absurdo para que sea ella misma la que se las acabe cuestionando.

A nivel académico, se realizó un estudio que consistió en una intervención de seis semanas en una ciudad de Israel (mayoritariamente religiosa y de derechas), durante la llamada Intifada de los cuchillos de 2015. Se puso en práctica una campaña multicanal —con vídeos en YouTube, carteles, folletos y camisetas— que transmitía mensajes diseñados con la técnica del pensamiento paradójico: en lugar de contradecir directamente las creencias de las personas que apoyaban el conflicto, se exageraban hasta llegar a conclusiones absurdas. El objetivo era que las personas, al ver sus propias creencias llevadas al extremo, empezaran a percibirlas como irracionales. Por ejemplo, ante la idea extendida entre la población de la ciudad de que “el conflicto nos une como pueblo”, se publicitó que: “Si queremos seguir unidos, nunca debemos acabar con el conflicto”. Los resultados mostraron que, especialmente entre los participantes más de derechas y proclives a posiciones duras, disminuyó con el tiempo su adhesión a actitudes que apoyaban el conflicto y aumentó el apoyo a políticas conciliadoras.

Lo que emerge de todos estos testimonios es la existencia de una herida que va más allá de la política. Se trata de relaciones familiares dañadas, de vínculos que se rompen o se tensan casi hasta el límite. Como resume Ana, hija de una mujer que pasó de simpatizar con el PSOE y Podemos a defender las tesis de Iker Jiménez: “Ella se lo toma como algo personal, es como si fuera una hooligan. No se puede criticar ni comentar aspectos negativos”.

En muchos casos, los hijos optan por la salida más fácil: callar, no discutir más. En otros, quizá todavía peor, se distancian. Muelas insiste en que no hay que rendirse: “Perder la esperanza es asumir que no se va a poder volver a la situación anterior. A las personas que se encuentran en esta situación les diría que traten de ser personas de referencia, que estén ahí cuando los necesiten, y que les ofrezcan todo el apoyo que puedan. Evitar ciertos temas puede ser útil, pero también motivarles a considerar otras posturas sin rebatirles. Es un proceso lento, pero posible”.

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