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La culpa ha abandonado el grupo de WhatsApp: no todo el mundo se rinde al FOMO y la presión social por estar en el chat

Quien más, quien menos, la mayoría de las personas ha tenido la necesidad de decir basta al interminable chorro de mensajes en su móvil. Pero escapar de la dictadura de la interconexión no solo va de silenciar una conversación, sino de saber decir adiós o, al menos, de poner límites

Es muy difícil encontrar hoy en día a una persona que esté libre de pantallas. Dentro de la jaula interconectada que nos hemos construido, buscamos una llave que nos libere de la dictadura de la notificación. Pero el reto de la interconexión constante y transversal (atraviesa nuestras vidas en lo personal y en lo profesional, en lo privado y en lo público) no es solo escapar de ella: también controlar cómo nos afecta. Para huir, cada cual tiene sus trucos y fórmulas maestras, desde el que archiva y silencia al que se autolimita (hay funcionalidades para esto) el tiempo de exposición. Pero para enfrentar esta comunicación no elegida sin acabar como un paria social, solo hay una estrategia: perder el miedo.

“Vivimos en una era digital en la que nuestras interacciones son digitales, irse de un grupo de WhatsApp es igual que abandonar un grupo presencial, se ponen en juego los mismos mecanismos psicológicos relacionados con la pertenencia, la comunicación y la identidad”, explica en conversación telefónica con EL PAÍS la doctora Ana Barrón López de Roda, del Departamento de Psicología Social de la facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid.

Si hay una situación universal con la que entender esta comparación entre nuestras dos vidas, la de dentro y fuera de las pantallas, ese es el grupo de WhatsApp familiar: aunque todo el mundo necesita desconectar de su familia alguna vez, también todo el mundo está conectado a ella a través de uno de estos grupos. Y, lejos de sugerir aquí que haya que abandonar un grupo de WhatsApp familiar, lo cierto es que muchas veces son foco de conflicto (ocurre en las mejores familias).

¿Pero qué pasa con el resto de grupos de WhatsApp? El abanico es tan amplio como todas las interacciones sociales que tenemos en nuestra vida postpantalla: hay grupos bomba (para un asunto concreto, con fecha de caducidad, en teoría), de trabajo, de amigos, de subgrupos de amigos… Gestionar todo esto, a la vez, desde un dispositivo, puede ser agotador o, peor aún, puede ser incómodo para las personas menos sociables o comunicativas, que han llegado al grupo casi por obligación pero no saben interactuar ni se desenvuelven bien en ciertos códigos. Para ellos, la solución parece fácil: que se vayan. Pero la realidad es que esto pasa poco: “El llamado FOMO (miedo a perderse algo), la excesiva presión a la conformidad, es decir, a seguir las normas y valores del grupo aunque no nos sintamos identificados con ellos, son los factores principales para no abandonar un grupo de WhatsApp”, enumera Barrón.

Entrando al detalle, las implicaciones de irse de un grupo dependen, entre otras cosas, de la naturaleza de este. Como señala la experta consultada, “es más difícil hacerlo en los grupos de perfil personal, porque esa gente nos importa más y porque nuestras relaciones con ellos muchas veces tienen una vertiente/continuación física”. Barrón lo resume así: “Cuanto más nos sintamos atraídos por el grupo, más difícil es abandonarlo”. También dependen de la edad: “En el caso de una persona joven, seguramente influya más el FOMO a la hora de dejar el grupo; en el de una persona más mayor, el sentimiento de culpa por irse”, aunque sobre esto, apunta la doctora, “no constan estudios”. Y, por último, esas implicaciones tienen que ver con la personalidad y el carácter: “Algunas personas son más independientes y otras dependen más de las relaciones sociales”.

En la práctica, las ramificaciones son inmensas. Para Laura (nombre ficticio), una persona de 40 años extrovertida y con muchas amistades diversificadas, irse del grupo que tenía con unos antiguos amigos de la universidad supuso un gran dolor de cabeza: “Llegó el confinamiento por la pandemia y había muchos debates sobre lo que hacía y no hacía cada uno. Me agobié y quise irme. Pero yo no sé mentir y cómo les iba a decir que me quería ir, no quería quedar mal”, explica, antes de confesar: “Al final mentí, puse una excusa y me marché”. Por suerte —o por la mentira—, la historia tuvo un final feliz, Laura aún es amiga de todos ellos y asegura: “La verdad es que agradecí mucho irme, estoy en muchos grupos y no me aclaro. A veces, con grupos en los que hay personas en común, me lío, no sé dónde puedo escribir una cosa y dónde no”.

Si hay una forma correcta de irse de un grupo de WhatsApp, Barrón la tiene: “Dando una explicación: la gente que se queda necesita saber qué ha pasado. Hacemos atribuciones ante las cosas que nos ocurren para poder dar una explicación a los sucesos. En un grupo profesional, podríamos decir algo como: ‘Ahora no tengo el tiempo suficiente para atender este grupo”. Pero, de nuevo, todo es más difícil cuando nos movemos en el terreno personal.

No es un problema para Neila. A sus 37 años, esta traductora de idiomas se mueve por el mundo de WhatsApp con un pragmatismo envidiable. Su premisa es la siguiente: “Uso los grupos para un fin concreto —coordinar la compra de un regalo de cumpleaños o planear un viaje— o para tener contacto directo y rápido con grupos de amigos de cara a quedadas, anuncios y demás. Por eso, para los grupos creados con un fin, en cuanto el fin pasa, me salgo. Y para los grupos de amigos, si veo que tengo dos con las mismas personas, me salgo de uno de ellos”. Para Neila, WhatsApp es una herramienta: “No me gusta usarlo para mantener relaciones personales con la gente. Para eso prefiero en persona o, si no se puede, en llamada”. En su caso, puede ayudar que, aunque se considera una persona sociable, asegura tener “cero FOMO”. Eso sí, antes de irse, avisa a los demás: “Algo tipo: ‘Bueno, gente, esto ya está, me salgo del grupo. Besitos”.

Aunque el ecosistema de WhatsApp es estricto, nuestro instinto de supervivencia es más fuerte. Como explica Barrón: “Los grupos de WhatsApp tienen sus propias reglas implícitas establecidas y definidas, y nosotros individualmente no podemos llegar y cambiarlas. Pero poco a poco estamos empezando a poner reglas, como (pero no solo) en los familiares. Por ejemplo, evitar los temas de ideología y política, fundamentalmente en una época tan polarizada como la que vivimos”. Si todo esto falla, siempre hay algo que debemos tener en cuenta y que la psicóloga se encarga de recordarnos: “Irnos de un grupo de WhatsApp no implica necesariamente aislarnos. Hay gente que vive sin redes y aprende a restablecer sus relaciones de otra forma. Estas son mecanismos de comunicación que pueden ser útiles y beneficiosos, todo depende del uso que les demos, como muchas otras herramientas sociales”.

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