Todas las virtudes de las caléndulas: es bella, fácil de cuidar y se puede comer
Por su incansable floración, uno de los nombres que se le da es el de flor de todos los meses. Produce también una gran cantidad de semillas, y ahora es el momento idóneo para realizar un semillero
La caléndula (Calendula officinalis) engloba en sí misma algunas de las máximas virtudes que se esperan de una planta: que sea hermosa, que sea fácil de cuidar y que se pueda reproducir fácilmente. Todo esto y mucho más, porque esta planta, de probable origen mediterráneo, se cultiva desde hace muchos siglos por sus mil y una propiedades medicinales. Se trata de una herbácea perenne, a veces de vida muy corta, otras un poco más larga —de dos a tres años—, que se suele cultivar en los jardines como flor de temporada. Este uso se refiere a aquellas plantas que sirven para dar color durante unos meses, después de los cuáles se deshecha del jardín para ir a parar, en el mejor de los casos, a la pila de compost.
Pero la caléndula da de sí durante más tiempo, en el cual no deja de florecer, con mayor o menor abundancia, dependiendo de la climatología. Cuando encuentra bonanza, sus inflorescencias anaranjadas o amarillentas se ven casi en cualquier momento del año, aunque su cenit floral lo alcanza entre finales de primavera y otoño. En las regiones más calurosas puede que descienda su producción de flores entre julio y agosto, para retomarla en cuanto pase lo peor del verano. Por esta incansable floración, uno de los nombres castellanos más antiguos que se le da es el de flor de todos los meses, algo que ya lleva implícito en su nombre de caléndula, ya que florece en cada calenda (en el antiguo cómputo romano y en el eclesiástico, primer día de cada mes.)
Gracias a esta profusa floración produce también una gran cantidad de semillas, de tamaño bastante grande, lo que las hace perfectas para que los niños más pequeños puedan manipularlas y sembrarlas con sus dedos diminutos. Las que caigan a la tierra o al sustrato germinarán fácilmente, pero la caléndula tiene una treta guardada: sus semillas adquieren distintas formas para alejarse de la planta madre. Unas presentan un abombamiento hueco, casi como si fuera la vela de un barco, para que en la próxima ventolera puedan dar un vuelo que las lleve un poco más allá. Otras semillas, en cambio, tienen en su dorso recurvado unas pequeñas espinitas nada peligrosas, para que, si hay suerte, se enganchen al pelaje de algún animal que pase a su vera, rumbo a nuevas tierras. Este polimorfismo en sus semillas deja siempre fascinados a grandes y pequeños, que admiran por igual esta inventiva.
El momento idóneo para realizar un semillero de caléndula es ahora, en el final del verano y comienzo del otoño, sin demorarlo en demasía. De esta forma, las semillas germinarán muy rápido y las plántulas llegarán fuertes al invierno. En primavera también es otro buen momento, pero es mejor no dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy. Es preferible hacer una siembra directa, es decir, echar las semillas allá donde la planta vaya a crecer en su adultez. En cuestión de pocos días, gracias a la humedad del sustrato y si solo enterramos la semilla medio centímetro como mucho, germinarán raudas y felices.
El lugar elegido ha de ser aquel en el que reciba, al menos, unas cuantas horas de sol. En los sitios más calurosos y secos de la península Ibérica la caléndula agradece recibir el sol antes de que este caliente demasiado en las horas centrales del día, por lo que una orientación este es perfecta. Cuando la planta alcance unos 10 centímetros de alto, se pueden pinzar todas las puntas uno o dos centímetros para que ramifique y genere más ramas. Otra poda muy conveniente es la de descabezar las flores mustias al menos una vez a la semana. Así, la planta ahorra energía al no elaborar sus semillas, que le servirá para formar nuevas yemas florales.
La caléndula es atractiva para los seres humanos, pero también para los bichos, que pecorean en sus flores a la búsqueda de alimento. También atrae a fauna más peligrosa para ella, como los pulgones o los cicadélidos. Estas pequeñas cigarrillas dejan un punteado claro en las hojas de la planta muy evidente.
La caléndula también se puede ver en un plato, porque sus pétalos decoran y dan viveza a recetas de cocina. Su gusto es especiado y picante, un sabor que se puede intuir por el aroma hipnótico que desprende todo su cuerpo, ligeramente pegajoso. Como es habitual en plantas tan cultivadas desde hace siglos, hay un buen abanico de variedades a nuestra disposición. Lo más habitual es encontrarse inflorescencias con un mayor número de pétalos, tantos que hacen desaparecer el disco central donde se alojan las diminutas florecillas. También las hay de tallos más altos y más bajos, como la caléndula enana ‘Fiesta Gitana’, un clásico donde los haya. Este lunes, de regreso del trabajo o de camino al mercado, haga una parada en la floristería, pregunte por una flor para todos los días, y llévese un sobrecito de belleza a casa, lleno de semillas de caléndula.