Cómo librarse de la odiada comida de Navidad de la empresa sin consecuencias

A medio camino entre el ocio y el negocio, los ágapes laborales pueden ayudar a estrechar lazos con compañeros y jefes, pero también pueden sentirse como una obligación para empleados que piensan que ya pasan demasiado tiempo con gente con la que no les apetece ir a cenar

Un grupo de personas en un brindis empresarial.franckreporter (Getty Images)

De todos los meses del año, es posible que diciembre sea aquel que acumula más compromisos. A las viejas e inamovibles tradiciones navideñas se unen nuevos brindis y chinchines para celebrar que, al menos, estamos vivos y nos podemos reunir. Y entre todos estos eventos hay uno marcado en el calendario de todo trabajador por cuenta ajena: ...

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De todos los meses del año, es posible que diciembre sea aquel que acumula más compromisos. A las viejas e inamovibles tradiciones navideñas se unen nuevos brindis y chinchines para celebrar que, al menos, estamos vivos y nos podemos reunir. Y entre todos estos eventos hay uno marcado en el calendario de todo trabajador por cuenta ajena: la comida o cena de Navidad de la empresa. A medio camino entre el ocio y el negocio, el ágape con espumillón corporativo se ha convertido en una cita ineludible para muchos trabajadores que, a pesar de no tener gana alguna, se sienten obligados a asistir.

En redes sociales, reflejo de la sociedad en la que vivimos, cada vez aparecen más voces en contra de estos eventos de empresa que, pese a no ser obligatorios por contrato, sí que pueden tener consecuencias negativas en el ya de por sí cargado ambiente laboral. A finales de 2022, una usuaria de X se hizo viral al pedir a sus seguidores fórmulas para escaquearse a una comida con sus compañeros de trabajo a la que se había comprometido a asistir: “¿Me sugerís excusas para no ir a la comida de Navidad del trabajo a la que dije que iría?”, preguntó la usuaria, sin demasiados seguidores, al vacío de la red social. Recibió más de 800 respuestas. Le recomendaron que dijese que había dado positivo en covid, que justo tenía a una amiga de visita o que aludiera a “un cólico nefrítico, viene sin avisar, es imprevisible y también se marcha rápido, al día siguiente estás tan panchi”. Hubo otros que recomendaron a la usuaria ser sincera: “Yo dije literalmente que no iba a ir porque no me apetece, que ya les veo ocho horas al día y es suficiente para mí”. Y otros, apechugar y aprender la lección de cara al próximo año, con la coletilla “al final, seguro que lo pasas bien” o “tan solo es un día”. Opiniones divididas.

¿Por qué nos sentimos obligados a asistir a una cena de empresa? O, en otras palabras, ¿por qué nos cuesta tanto decir que no? “En el caso de las cenas de empresa se da la siguiente situación: al ser un conjunto de personas con las que compartimos un vínculo de grupo, el hecho de que cuenten con nosotras implica la activación del sentimiento de pertenencia”, explica a EL PAÍS Violeta Alcocer, psicóloga clínica y directora del centro Hortaleza 73, en Madrid, “y esa invitación a pertenecer es poderosa, como también beneficiosa en términos generales, pero el problema es cuando alguien cuenta con nosotros para algo de lo que no queremos formar parte. En este caso, tenemos un dilema, porque si toda esa gente nos da un lugar en el grupo, sentimos la obligación de corresponder ocupando nuestro lugar”.

Aunque la sensación de pertenencia no es el único motivo por el que al final terminamos con un collar de espumillón al lado de nuestro jefe, tal y como apunta Cristina Gutiérrez Campos, coach ejecutivo y formadora en áreas como liderazgo o comunicación efectiva aplicada a empresa, ya que también influye el miedo a sufrir consecuencias negativas en el trabajo. “Aunque no debería existir una penalización por declinar una invitación a una comida o cena de empresa, es cierto que puede haber una percepción negativa de compañeros, equipos o superiores en caso de que se dé constantemente. Como miembro de un grupo podría ser visto como una falta de compromiso con el equipo”, explica a este periódico. Y añade: “Si bien hay un derecho a establecer límites personales como profesional perteneciente a un equipo, es conveniente que uno mida las consecuencias de no acudir a dichos eventos”.

Pese a la pereza inicial o a las reticencias por dedicar más tiempo libre a cosas relacionadas con el trabajo, la psicóloga Violeta Alcocer apunta que estas cenas también pueden servir “para cultivar la curiosidad”: “Lanzarse a un plan que a priori no nos apetece, dejando de lado los prejuicios, puede tener como resultado una noche muy divertida. En esa misma línea, podemos tener la ocasión de descubrir facetas de nuestras compañeras y compañeros que quizá nos sorprendan”. De la misma opinión es la coach Gutiérrez Campos, que enumera una serie de ventajas que nos puede traer acudir a esa comida o a esa cena: “Relacionarse con los compañeros, equipos y superiores, fomentando el networking y consolidar las relaciones no solo con las personas más directas con las que uno trabaja, sino también con otros departamentos, lo cual puede facilitar mejores conexiones a la hora de realizar el trabajo entre departamentos interconectados. Acudir de igual forma fomenta mostrar ese orgullo de pertenencia a la organización a la que perteneces y empaparse de conocer más sobre la empresa y su funcionamiento”.

Un grupo de personas en una cena de empresa. No se lo están pasando mal.miodrag ignjatovic (Getty Images)

Sabiendo todo esto, quizás nos da igual. Porque lo que de verdad nos apetece es cenar con nuestros amigos, acariciar al gato o apoltronarnos en el sofá para ver una serie de Netflix y no alternar con Manolo de contabilidad con dos copas de más. Bien. Siempre se puede decir que no. Sobre si es mejor ser honesto o tirar de inventiva, la psicóloga dice que dependerá de cada caso: “Dependerá del valor que cada empresa le dé al evento, si es algo muy personalizado o más anónimo. Y también de las habilidades personales que tengamos para manejar el asunto”. En general, Alcocer apunta que siempre es mejor la sinceridad, pero planteada con respeto y poniendo en valor al otro: “La llamada técnica del sandwich puede resultar útil en estos casos. Consiste en plantear el mensaje negativo entre dos mensajes positivos”. Es decir, empezar con un “mil gracias por invitarme”, seguido de la excusa, y añadir un “pero al día siguiente prometo llevar unos bollos para el desayuno y me contáis qué tal la noche”.

Por su parte, la coach opina que para decir no es fundamental trabajar la asertividad: “Consiste en conseguir mi objetivo a menor coste posible emocional tanto para el otro como para mí y manteniendo las relaciones”. Según la relación que se tenga con los compañeros de equipo o con los superiores, Gutiérrez Campos recomienda dar un motivo más o menos detallado: “Mi recomendación es siempre agradecer la invitación y decidir, según la relación, dar unos motivos lo más o no detallados que consideremos según nuestro entorno profesional”.

Y si no nos queda más remedio que ir, ¿qué podemos hacer para que esa noche no nos genere ansiedad?

El peor escenario posible se ha hecho realidad: no hemos puesto una buena excusa, han cambiado de día para que podamos ir o hemos sucumbido a la presión cuando todos nuestros compañeros nos han mirado con frialdad en la pausa para el café. ¿Y ahora qué? “Podemos intentar buscar una alianza con alguien de confianza que nos dé seguridad y que sepa de nuestras reticencias”, comienza recomendando la psicóloga Violeta Alcocer, “y ponerlo en perspectiva: ‘¿Qué es lo peor que puede pasar? Es una cena al año, no es algo tan importante”.

Cristina Gutiérrez Campos recomienda mantener una actitud positiva, “con la mentalidad de que lo vas a pasar bien”: “Estate abierto a conocer a otras personas y mostrar interés”. La coach también recomienda moderarse en cuanto a la bebida, juntarse con los grupos con los que uno se sienta más cómodo y “recordar que es una situación nueva para otros muchos, por lo que es normal sentir ciertos nervios”. Y a las doce, como Cenicienta, podremos volver a casa.

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