Ir al contenido

Dolores, la portera que guardó un Picasso pensando que era un espejo: “Ya no recojo ni un paquete de nadie, así vaya a explotar”

El matrimonio recuerda los angustiosos días que han pasado desde que la policía localizó el cuadro en su portería. Los agentes llegaron a pensar que tenían relación con el robo del Louvre

Dolores tiene una preocupación, casi una obsesión que le quita el sueño, y es que su nombre salga limpio. Que nadie la vincule a un intento de engaño y mucho menos a un robo. A ella, lo que realmente le importa es que en Perú nadie piense que quiso robar un picasso.

“Yo ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Dolores tiene una preocupación, casi una obsesión que le quita el sueño, y es que su nombre salga limpio. Que nadie la vincule a un intento de engaño y mucho menos a un robo. A ella, lo que realmente le importa es que en Perú nadie piense que quiso robar un picasso.

“Yo encontré el paquete apoyado en la puerta. Pensé que era de Amazon o algo así, pero yo no me meto en eso. Lo traje a la portería y lo puse aquí”, dice señalando una mesa con cuatro cajas de cartón apiladas donde guardó un cuadro de Picasso, del tamaño de una cuartilla, considerado uno de los primeros exponentes del movimiento cubista. La portería de la Avenida Pío XII (en el distrito madrileño de Chamartín) en la que trabajan desde hace más de 20 años Dolores, de 69 años, y Armando, de 71, son los dos metros cuadrados de la entrada a una sencilla vivienda ubicada en la parte posterior de un elegante y discreto complejo de cinco portales con un pequeño jardín y una pequeña piscina hoy cubierta por la lluvia.

En ese reducido espacio hay una decena de cajas más que contienen periódicos y revistas para devolver del quiosco, el negocio de prensa del que comen. Hay también una mesa con albaranes, cuadernos, notas de entrega y llaves de vecinos. Más allá, casi estirando el brazo, una estantería con un balón de fútbol y un carricoche de su nieto. En las paredes, el cubismo de Picasso convivía con un cuadro oriental que parece sacado de un restaurante chino, una foto de Juan Pablo II, una imagen de María Auxiliadora y otra de Santa Rosa de Lima. En resumen, un diminuto lugar con aire de caos donde cualquier paquete pasaría desapercibido. Cuando habla y recuerda los días horribles que lleva encima, alterna las lágrimas con los refranes: “El que nada debe nada teme”, dice recordando los diez días que ha pasado desde que el 22 de octubre tres policías se presentaran en su casa.

Su marido, Armando, es también un alma en pena con ojeras: “Nosotros qué íbamos a saber”.

La rocambolesca historia del extravío de Naturaleza muerta con guitarra pintado por Pablo Picasso en 1919, comenzó el lunes 6 de octubre en Granada. Aquel día todo estaba preparado para que los encargados del Centro Cultural CajaGranada abrieran las 57 piezas que componen la exposición Bodegón. La eternidad de lo inerte, que debía inaugurarse tres días después. En realidad, la carga había llegado el viernes 3 de octubre, pero al no estar todos los embalajes debidamente numerados, no fue posible hacer una comprobación exhaustiva, por lo que se acordó desembalar con precisión cada pieza el lunes 6, según ha admitido el propio centro cultural.

La sorpresa surgió cuando en lugar de 57 piezas aquel día solo se abrieron 56. La policía comenzó entonces una búsqueda de dos semanas que transcurren entre la denuncia y el 24 de octubre, cuando se confirmó la aparición del cuadro. Durante este tiempo, los agentes interrogaron a los dos transportistas, rastrearon kilómetro a kilómetro el trayecto de la furgoneta desde que salió del almacén de Pinto, revisaron las imágenes de las cámaras y preguntaron en el hostal de Deifontes, a 26 kilómetros de Granada, donde los conductores hicieron noche alternándose para vigilar el vehículo y evitar un robo. El cuadro, sin embargo, estaba a pocos metros de donde hasta entonces había estado colgado.

Armando había salido como cualquier día a sacar la basura cuando se cruzó con una vecina. “Fíjese qué disgusto que se perdió un paquete”, le dijo. Armando no le dio más importancia, llegó a casa y se lo comentó a Dolores. La portera recordó entonces aquel bulto de unos 10x12 centímetros, que no pesaba mucho y envuelto en papel de burbuja que había junto a la entrada. “Ahhh, será este paquete”, pensó. Y avisó a la vecina con la que había hablado su marido, que le dijo que iría a recogerlo. Efectivamente, poco después, la sobrina del dueño del cuadro y tres policías llamaron a su puerta.

“Separaron a mi marido para que no pudiéramos hablar. Luego se lo llevaron a la comisaría de Canillas”, dice Dolores. A los agentes de paisano se unieron después las brigadas Científicas y de Patrimonio. Así que sin moverse de la casa, una docena de policías daban por resuelta la operación. Tres de ellos la interrogaron durante horas mientras otro equipo, con mascarillas y ropas como las que se usaban en los peores momentos de la covid, hacían una y mil fotos al paquete en el jardín.

“La policía me sentó en la mesa y durante tres horas me preguntaban cómo había llegado el cuadro a mi casa, cómo lo encontré, qué hice con él, de mi trabajo. Y yo les repetía una y otra vez lo mismo: yo entraba de la calle cuando vi un paquete apoyado en la verja. Entonces pensé que era de un vecino y lo llevé a la portería. No venía ningún nombre y ahí lo puse. Pensé que era un espejo”, dice señalando el hueco junto a la entrada. “Me había olvidado por completo del paquete, ni sabía lo que contenía”.

En Canillas también interrogaron a Armando durante una hora: “¿Cuándo vio el paquete?, ¿qué le dijo la vecina?, ¿de dónde venía?, ¿qué ha hecho estos días?, ¿cómo se lo dijo a su mujer…?”. Lo que más recuerda Armando del interrogatorio en la comisaría es la figura del poli bueno y el poli malo. “De vez en cuando me preguntaban, ¿y te gusta el fútbol?”. Y yo decía: ‘Oiga, señor… que soy del Real Madrid”.

Dos casualidades complicaron la situación. Esos días las policías internacionales andaban más nerviosas de lo normal. El 19 de octubre un espectacular robo se llevó del Louvre valiosas joyas. Todo eso hizo pensar que los presuntos ladrones del Picasso pertenecían a una banda internacional que ejecutaba sutiles robos de arte sin disparar un tiro. Así que la policía les preguntaba una y otra vez qué sabía del Louvre, de las joyas y de París. La segunda casualidad es bastante más cercana. Durante esos días de búsqueda murió la madre de Dolores y “yo tenía la cabeza ida y no sabía ni dónde estaba”, recuerda, “y menos me acordaba del paquete ese”, dice señalando el hueco.

Dolores y Armando combinan la portería con la gestión de un quiosco de prensa cercano que deja lo que deja un quiosco: cada vez menos. Sin embargo, esto les permite tener tiempo para leer cada día casi todos los periódicos que se publican. Así que desde que desapareció el cuadro, siguieron con atención un culebrón del que eran protagonistas sin saberlo. El asunto cambió después, cuando la policía concluyó que todo había sido un error y los titulares ya no les hacían tanta gracia. “Reaparece el picasso extraviado”, “Aparece el cuadro valorado en 600.000 euros” o el publicado por este periódico: “El picasso desaparecido y ahora recuperado en Madrid no salió del portal: lo cogió una vecina que pensó que era un paquete”, y que le anima a dar esta entrevista a este periódico. Dolores, que se levanta todos los días a las 5.30 de la mañana para abrir el quiosco y recuerda a la perfección cabeceras y titulares, el que más le dolió fue uno en el que se referían a Dolores como “la vecina que robó un picasso sin querer”. Ella lo recuerda y vuelve a situarse al borde del llanto.

“Ya no recojo ni un paquete de nadie, así vaya a explotar”, dicen los dos angustiados. De hecho, siguen teniendo las llaves de un buen número de vecinos, pero cuando el lunes una vecina le pidió a Dolores que abriera al técnico de la calefacción tuvo que decirle a la dueña que mejor no. “El gato escaldado, del agua fría huye”. Al matrimonio le gustan los refranes para resumir su vida.

El cuadro que media España estaba buscando es un pequeño gouache y mina de plomo sobre papel, de 12,7 x 9,8 centímetros, enmarcado y asegurado en 600.000 euros. Aunque de pequeño tamaño, su importancia radica en ser uno de los primeros ejemplos del movimiento artístico que surgía y que trataba la naturaleza a través de formas geométricas, esquematizando la realidad con la simplificación pero dotándola de expresividad. Naturaleza muerta con guitarra muestra una guitarra sobre una mesa frente a una ventana abierta donde los planos de la mesa y el cielo se reflejan en el instrumento.

Cuando Dolores habla se le vuelven a saltar las lágrimas tras varios días en el ojo del huracán. Le da vergüenza que algún vecino pueda pensar algo o que por ser emigrantes sean sospechosos o de qué van a pensar de ellos en Perú. “Nosotros somos gente honrada que no hemos hecho otra cosa que trabajar. ¿Sabe?, tengo la tensión por las nubes”, dice Dolores. “Echábamos de menos que alguien nos preguntara cómo estamos. No digo que me den nada, pero al menos un abrazo del Rey para que reconozcan que somos gente de bien sería suficiente”, dice. Del campo peruano del que Dolores viene, la honestidad y los refranes son igual de importantes.

Sobre la firma

Más información

Archivado En