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La gran esperanza del funk en España tiene 20 años y los ojos azules

El joven serrano Dani López lidera una banda de 11 músicos, Donny’s Black Shoes, con todo el ímpetu de la mejor música negra de los setenta

Una sugerencia preliminar para quien afronte la lectura de estos próximos párrafos. Orille de antemano cualquier idea preconcebida sobre la Generación Z: esta historia se las arrancará de cuajo.

Su protagonista no cumple los 21 años hasta octubre, pero apenas publica stories en Instagram, mantiene abierto un perfil a regañadientes “porque no queda otra para el trabajo”, lo ignora todo sobre la Champions League (“¿Eso es lo del Mundial de Clubes?”) y jam...

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Una sugerencia preliminar para quien afronte la lectura de estos próximos párrafos. Orille de antemano cualquier idea preconcebida sobre la Generación Z: esta historia se las arrancará de cuajo.

Su protagonista no cumple los 21 años hasta octubre, pero apenas publica stories en Instagram, mantiene abierto un perfil a regañadientes “porque no queda otra para el trabajo”, lo ignora todo sobre la Champions League (“¿Eso es lo del Mundial de Clubes?”) y jamás engrosará su currículo pisando, pongamos por caso, la Universidad Francisco Marroquín. Es más: lejos de mostrar desapego por el mundo que le rodea, admite su voracidad en la lectura de periódicos “porque la política lo es todo”. Y si se le pregunta por el auge de la ultraderecha entre los chavales de su edad, no recula ni un poco. “Me produce mucha lástima que la gente esté tan confundida. Me impacta. En lugar de sentirse respaldados para atacar a los inmigrantes en Torre Pacheco, deberían consultarles a sus abuelos lo que significa vivir bajo una dictadura”.

Él es puro aplomo. El jovencísimo Dani López, al que adjudicaron desde crío el apelativo de Donny, desconoce el ejercicio de la procrastinación, lee con voracidad (“ahora me estoy empapando de Eduardo Mendoza”), vive intensamente y nunca está dispuesto a malgastar una sola hora del día. Pero en nada le ha cundido el tiempo tanto como con el mundo de la música. A un solo curso de obtener el grado superior de piano en el Musikene donostiarra, uno de los conservatorios más prestigiosos de Europa, acredita ya un bagaje abrumador como productor, compositor y arreglista, es un virtuoso del bajo eléctrico, se las apaña con la batería y la guitarra y lidera una formación de 11 artistas, ¡11!, Donny’s Black Shoes, que este verano visitó festivales de jazz con tanto pedigrí como los de San Sebastián o San Javier, en Murcia.

– ¿Te han llamado más veces “friqui” o “niño prodigio”?

– Lo de niño prodigio me lo han dicho mucho y…, a ver, sé que tengo facilidad y bastante talento. Es un piropo que no me incomoda, aunque tampoco me lo acabo de creer. Los prodigios de la clásica eran chavales que se encerraban tanto en sí mismos y sus estudios, que su música se les quedaba vacía, y a mí me encanta acumular vivencias. Y cuanto más voy madurando, también soy más consciente de todo lo que me falta aún por aprender: en San Sebastián compartíamos cartel con [el pianista de Florida] Brad Mehldau, y lo suyo sí que es de otro planeta.

Dani, o Donny, es locuaz, espontáneo, lúcido y, sobre todo, arrollador. Nos ha citado en la casa familiar de Guadarrama, un chalé en el que dispone de un precioso local de ensayo presidido por un piano de cola y cuyas paredes decora con algunos de los ciento y pico vinilos de su colección particular: Stevie Wonder, Donny Hathaway, Curtis Mayfield, Earth Wind & Fire… Todo lo mejor del jazz de los sesenta y el funk y el soul de los setenta ha pasado por sus manos y oídos. ¿Y la música teóricamente más en auge entre sus coetáneos? “No conozco a nadie que fuera a ver a Aitana en sus dos llenos en el Metropolitano”, se sincera. “Soy un poco desastre con el postureo. A través de los colegas del pueblo he conocido a Rels B o Bad Bunny. Son músicos hábiles: utilizan estructuras armónicas y patrones rítmicos que se han demostrado efectivos. Dentro de algunos años me encantaría ejercer como arreglista y director musical de artistas así”.

El tiempo: una obsesión insólita para una criatura aún casi imberbe. López comenzó a trastear con instrumentos desde los tres años y a los 15 ya había fundado con dos grandes amigos poco más mayores que él, Curro Caballero y Rafael Motila, una banda de funk efímera pero sensacional, Rice & Groove, que se esfumó porque a Donny se le quedó pequeña. “En lo artístico soy ambicioso y quiero abarcarlo todo”, resume sin ambages. “Es lo suyo, siempre que no acabes medio tarumba. Ahora en Donny’s Black Shoes somos 11 músicos porque incorporamos percusiones, metales y varios vocalistas. Me parece lo mínimo para dar forma a la música que tengo en la cabeza. Es más, me encantaría incorporar cinco violines, algún saxo barítono…”.

– ¿Y qué tal jefe eres?

– Severo. ¡Les meto caña!

A Dani le ayuda el talante insaciable, pero también la pertenencia a una de esas raras familias en las que la vocación artística es motivo de orgullo y no de consternación. Su bisabuelo, Evaristo López Solano, era trompetista de big bands y compositor de bandas sonoras en los años sesenta. El abuelo, Carlos López, marcaba el pulso de la batería en grupos de jazz y su padre, también Carlos López, es promotor musical y responsable de festivales de tanta enjundia como Summum Concert Series o Noches Mágicas de La Granja. El niño encarna, pues, una cuarta generación que se nutre tanto de la herencia recibida como del desparpajo. “Me pasé mis años del insti regalando pen drives a los colegas para que conociesen a mis artistas favoritos de soul, funk o rhythm & blues, y varios terminaron matriculándose en la escuela de música”, presume. “Para no acabar escuchando solo reguetón hay que conocer más cosas”.

Aniñado, vivaracho y de incontestables ojos azules, Daniel López luce hoy, como casi siempre, un blanco ibicenco e integral: camiseta y pantalones holgados, calcetines, deportivas. Lo de los “zapatos negros” en el nombre de su banda es un homenaje a su adorada música negra, claro, y a la importancia de “caminar en la misma dirección”. Cada vez escribe menos canciones de amor y más de contenido social, “como Marvin Gaye o Sly & The Family Stone en los setenta”. Y a finales de año publicará como Donny’s Black Shoes su primer elepé, registrado en directo, aunque con varios temas adicionales en estudio. Se denominará, salvo mejor idea de última hora, Live.

– Igual hay que currarse más el título…

– Los nombres no son mi fuerte, aunque voy mejorando. El otro día terminé una nueva pieza y le puse The thief that doesn’t steal, “El ladrón que no roba”. Era un rollo filosófico, sobre alguien que no encaja en lo que se espera de él.

Filosófico y, quizá, autobiográfico. Las apariencias, ya lo avisamos, engañan con este pipiolo rubiejo que, a sus tiernos 20 años y 11 meses, ejerce como apóstol del funk en tierras ibéricas.

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