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Tres planes para mirar al otoño: una exposición sobre la M-30, un taller de bordado en el Rastro y un estudio de pilates

Calle 30, Maite Ortega Atelier y Maison Pilates son tres formas de habitar Madrid sin salir corriendo

Este fin de semana en Madrid no todo pasa por el festival de turno ni por la nueva apertura de moda. Hay quien mira los bordes de la M-30 para entender una ciudad que no sale en los mapas que se reparten en los hoteles del centro. También hay quien borda flores sobre fotografías familiares y quien trabaja el cuerpo en silencio, sin espejos ni discursos de autoayuda.

Madrid te enreda recomienda tres planes para mirar cara a cara al otoño: Calle 30, Maite Ortega Atelier y Maison Pilates. En ellos, lo artístico, lo corporal y lo cotidiano se cruzan en calma.

La exposición Calle 30, del fotógrafo Edu León, se ha inaugurado en Vallecas con imágenes tomadas al borde de la circunvalación más transitada de la capital. En el Rastro, Maite Ortega Atelier cumple tres años como taller de creación y memoria entre hilos, objetos antiguos y collages bordados. Y en el centro, Maison Pilates propone sesiones exigentes y lentas, sin marketing ni fórmulas milagrosas. Tres espacios pequeños, personales, cuidados. Tres formas de quedarse en Madrid cuando todo parece empujar a la fuga.

Una exposición sobre los márgenes de la M-30

Todo el mundo pasa por la M-30, todos la miran, pero casi nadie la ve. Eso es lo que ha hecho el fotógrafo Edu León: recorrer sus 32 kilómetros sin coche, sin prisa y sin GPS para ver qué queda en los bordes de la gran costura madrileña. Lo que ha encontrado no es una postal, sino un inventario urbano donde conviven las ruinas, los chalets, las mezquitas, los descampados, los hospitales de élite, las zonas de botellón y los barrios que hace tiempo se salieron del mapa.

La exposición se titula Calle 30, y no es una metáfora: la ciudad empieza (o termina) ahí, donde el asfalto no es decorado sino frontera. El proyecto parte de una pregunta simple: ¿qué hay pegado a la M-30? Y lo que devuelve son escenas que no suelen colarse en los discursos sobre Madrid como ciudad de derechos o de oportunidades. “Aquí lo que hay es lo que queda: paredes que aíslan, caminos sin acera, gente que cruza sin paso de cebra, zonas verdes que no lo son y barrios donde los límites se notan más que en el mapa”, explica León.

La muestra se inaugura en el Centro Cultural Lope de Vega, en Vallecas, que es también una forma de decir que esto no va de mirar desde fuera. El fotógrafo estará allí. Las fotos, también.

Un taller de bordado

A medio camino entre galería, taller y refugio personal, el espacio de Maite Ortega en Ribera de Curtidores, a la altura del número 14, ofrece una pausa en medio del Rastro. Lo abrió hace casi tres años, después de un primer intento en Malasaña, frustrado por la pandemia. “Quería un lugar donde mostrar mi trabajo, pero también donde pasaran cosas”, cuenta la artista.

Lo que pasa es bordado, collage, papel antiguo y fotografía intervenida. También talleres, encargos personalizados y conversaciones que empiezan con una imagen y terminan en relato. Ortega habla de “crear una experiencia”, no solo de enseñar una técnica.

Los cursos, centrados en el bordado como forma de resignificación, cuestan entre 30 y 125 euros, según duración y temática. “No es solo coser. Es volver a mirar con las manos”, dice. El público es variado, pero muchas repiten. “Las alumnas acaban siendo amigas”, resume.

El espacio abre de jueves a domingo en horario reducido, y mantiene una estructura casi doméstica: hilos, libros, objetos delicados, cajas con recuerdos, piezas únicas. La tienda no tiene catálogo cerrado. Hay quien entra con una idea vaga y sale con una obra por encargo. Otros se asoman sin atreverse a pasar.

En pleno Rastro, rodeado de muebles vintage y fotografías antiguas, el local funciona como un pequeño ecosistema. No hay escaparate ni logo visible. Solo una puerta abierta y una artista que borda imágenes con memoria. “Es un oasis”, dice Ortega, “pero también una forma de seguir habitando la ciudad sin que te arrase”.

Una clase de pilates

Maison Pilates (Calle Mayor, 77) no tiene cartel en la puerta, pero tampoco lo necesita. Lo que empezó como sesiones privadas entre bailarinas acabó convirtiéndose en un estudio al que ahora acuden artistas, diseñadores y creativos que buscan “una experiencia corporal completa”, como dice Soojee, su fundadora. Exbailarina de la Compañía Nacional de Danza, descubrió que en Madrid había pilates para rehabilitar, pero no para moverse. “Yo quería algo dinámico, con rigor técnico, pero también con placer”, explica.

El estudio, escondido entre calles del Centro, funciona todos los días. Hay que reservar por app y tener suerte: las clases suelen llenarse. El espacio es mínimo, elegante, sin excesos. “Todo está pensado para que entres en otro ritmo: la música, la luz, el tono de voz, incluso el orden de los ejercicios”, cuenta. El método combina pilates clásico con un flow contemporáneo, impartido por exbailarinas y atletas. “No corregimos desde fuera. Buscamos que la gente escuche el cuerpo”.

El público es fiel y exigente. Hay quienes vienen de paso por Madrid y quienes repiten cada semana. El boca a boca ha sido más efectivo que cualquier campaña. “Nos siguen desde fuera, pero lo que funciona es que alguien venga, lo viva y lo cuente”.

La tarifa media por clase ronda los 30 euros. No hay fórmulas mágicas. Solo un cuerpo, una máquina y una hora de atención completa. A veces, con música de Cleo Sol de fondo. A veces, en silencio. Siempre en movimiento.

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