Cuerpos con distintos derechos
El disfrute del tiempo libre no es un lujo ni un privilegio. Es necesario
Las croquetas están sobrevaloradas. Sí, lo sé, lo afirmo desde el privilegio de poder comerlas cuando quiero, incluso cuando no quiero. También sé que esa posibilidad no la tiene todo el mundo, conozco a dos madrileños que no viven en España y cada vez que vienen no perdonan su dosis (alta) de croquetas. Hay quien las echa tanto de menos que puede acabar con las existencias y con un buen empacho (basado en hechos reales).
Me ocurre lo mismo con el sobrevaloradísimo roscón de Reyes. También lo digo desde mi posición de privilegio: esa que sabe que no queda nada para que invadan los supe...
Las croquetas están sobrevaloradas. Sí, lo sé, lo afirmo desde el privilegio de poder comerlas cuando quiero, incluso cuando no quiero. También sé que esa posibilidad no la tiene todo el mundo, conozco a dos madrileños que no viven en España y cada vez que vienen no perdonan su dosis (alta) de croquetas. Hay quien las echa tanto de menos que puede acabar con las existencias y con un buen empacho (basado en hechos reales).
Me ocurre lo mismo con el sobrevaloradísimo roscón de Reyes. También lo digo desde mi posición de privilegio: esa que sabe que no queda nada para que invadan los supermercados. Pero no adelantemos tanto, respetemos los días de verano que quedan (cuatro). Vayamos a ese momento en el que la mayoría soñamos con las vacaciones, con parar, lo necesitamos, lo ansiamos, nos apetece. Ese momento, justo antes de que empezara agosto, en el que Feijóo dijo que las vacaciones estaban sobrevaloradas. ¡¿Perdona?! ¿Lo dijo desde su posición de privilegio, desde quien puede pegarse un atracón de vez en cuando? Posteriormente, matizó, dijo que bromeaba, que pensaba en quién no puede tomarlas: autónomos, parados, enfermos y estudiantes. No creo que resignarse a no tenerlas sea sobrevalorarlas.
La frase aún resuena en mi cabeza: cuando he estado y cuando no he estado de vacaciones y he deseado estarlo. También ese día que acabé de trabajar y antes de acostarme me asomé a la ventana para sentir el fresco de la noche (julio se portó bien, no nos dejó adivinar las temperaturas que nos esperaban en agosto), la calma de una calle vacía, sin tráfico; el silencio que en Madrid solo se siente en algunos momentos ―el centro del verano es uno de ellos―, cuando muchos han huido de la ciudad, y fui consciente de esa sensación de paz. La tranquilidad de poder descansar los siguientes días, no pensaba en destinos, ni planes, ni nada excepcional. Bueno, sí, es excepcional no tener ninguna obligación, horarios que cumplir, tiempo libre para ocupar o no ocupar, es una excepción muy disfrutable. ¿Cómo se puede sobrevalorar esa sensación? Solo esos segundos de consciencia de esa situación sirven para descansar, destensar, respirar.
Y sí, sí, es un problema no poder acceder al descanso. Claro que hay millones de personas que sufren esa situación, el abanico de motivos es amplísimo y de lo más dispar, por eso no ha de minimizarse. Los derechos no están sobrevalorados. Los derechos de los trabajadores no están sobrevalorados. El derecho a parar es necesario y fundamental para continuar. Este verano, el refugio climático del Círculo de Bellas ha ahondado en esa línea, tiraba más por la pausa y el repensar los frenéticos ritmos de vida que llevamos, pero una parte de su ideario me recordó, por opuesta, la “broma” de Feijóo: “La necesidad de recuperar un tiempo de vida que el trabajo nos arrebata”.
Y cómo no pensar en la frasecita en cuestión cuando recibes una bofetada en forma de pintura de Sandra Gamarra. Máscaras mestizas III (Manos y pies de un pescador filipino) se llama la obra, y en ella la artista escribe este texto: “El agotamiento de los cuerpos es inseparable de una economía que divide a los cuerpos entre los que tienen derecho al descanso y a la buena salud y aquellos cuya salud no importa y carecen de buena salud”. Palabras de Un feminismo descolonial de la politóloga francesa Françoise Vergès. Parece que a ellas dos también les hubiera removido aquel chascarrillo veraniego vacacional. Para más bofetadas artísticas, porque sí, el arte es político (y el deporte también), hasta el 19 de octubre se puede ver en la Biblioteca Nacional Pinacoteca migrante, el proyecto en el que Gamarra revisa, revisita y voltea el concepto tradicional de museo y que representó a España en la pasada Bienal de Venecia.
Termino con el deseo de que el ejemplo cunda y se puedan ver aquí los trabajos de las futuras bienales y de que disfruten del último fin de semana del verano. Ojalá puedan. Paramos y descansamos solo unos pocos, que no se nos olvide. No todas las manos ni todos los pies tienen los mismos derechos.