¿Alguien se acuerda de Jesucristo en Navidad?
Jesús expulsó a los mercaderes del templo y, dos milenios después, los mercaderes le han expulsado de su cumpleaños. Ya no es ‘superstar’: el significado cristiano ha sido sustituido por el consumo y la efigie de Cristo casi eliminada
Era un tipo enrollado, a pesar de haber nacido hace más de 2.000 años. De entre todos los profetas, magos y charlatanes que en su época pululaban por la polvorienta Galilea (véase el libro Herejía, de Catherine Nixey), consiguió destacar y hacer que sus ideas marcaran la existencia de la humanidad. El mayor influencer de la historia, le llamaban en un musical.
Su historia es fantástica y contiene elementos de muchos héroes previos: nace de una virgen, es hijo de un dio...
Era un tipo enrollado, a pesar de haber nacido hace más de 2.000 años. De entre todos los profetas, magos y charlatanes que en su época pululaban por la polvorienta Galilea (véase el libro Herejía, de Catherine Nixey), consiguió destacar y hacer que sus ideas marcaran la existencia de la humanidad. El mayor influencer de la historia, le llamaban en un musical.
Su historia es fantástica y contiene elementos de muchos héroes previos: nace de una virgen, es hijo de un dios, cura a los enfermos, resucita tras la muerte. Cumple los pasos del viaje del héroe que teorizó Joseph Campbell, como Gilgamesh o Luke Skywalker. Le han hecho muchas películas, pero toda esta historia nos la contaban sobre todo en Navidad: Jesucristo no solo estaba en los belenes, sino también en las canciones, en las misas, en los escaparates, en las luces, en la tele, en los adornos y en esas plantillas para dibujar imágenes en los cristales con espray de nieve. Por todas partes. Ahora Jesucristo casi no aparece en su fiesta de cumpleaños. En Navidad, echo de menos al niño Jesús.
Nunca imaginé que iba a requerir tanto esfuerzo que mi hija conociese la antes ubicua figura de Cristo. Más bien pensaba que tendría que protegerla del adoctrinamiento, pero hete aquí que es preciso empeñarse en que sepa quién es Jesús, y no solo eso, también cómo navegó Noé un diluvio en un arca llena de animales, cómo Jonás habitó el vientre de una ballena, cómo Moisés dividió el mar Rojo o cómo el séptimo sello se abre en el Apocalipsis de Juan. No soy religioso, pero es preciso conocer la mitología cristiana para entender el mundo, de igual manera que, con solo tres años, la pequeña ya es experta en dioses griegos y en las peripecias de UIises por el Mediterráneo (especialmente en el encuentro con el cíclope Polifemo). Los mejores ateos son los que han leído en Pentateuco.
Jesucristo, además, me cae bien. Jesucristo mola. Jesucristo, pionero de lo woke. Jesucristo, que sienta la Regla de Oro de la Ética —ama a tu prójimo como a ti mismo—, o sea, la empatía, la base de los valores de la izquierda, aunque luego la derecha haya capitalizado el cristianismo con más éxito y sin practicarlo demasiado. Jesucristo expulsó a los mercaderes del templo y ahora se le ha llenado la efeméride de mercaderes, porque los mercaderes han conquistado el mundo, porque todo es mercado —especialmente la Navidad. Jesucristo ya no es superstar.
Ahora se estila una Navidad más parecida a la que conocí en Estados Unidos, cuando, de niño, visitaba a mis tíos: luces blancas y amarillas, árboles profusamente decorados con espumillón rojo y dorado, y villancicos de crooners como Bing Crosby (Bisbal está en ello), tan elegantes y tan diferentes a los populacheros villancicos tradicionales españoles. Una Navidad en los tonos de las burbujas Freixenet y Ferrero Rocher más que en los colorines de feria y los angelotes de antaño, cuando se veían luces rosa chicle. La Navidad es ahora un significante vacío (celebramos algo, pero no está claro qué) a rellenar de champán, calcetines y cocaína.
Es curioso: la única imaginería bíblica que permanece con fuerza es la de los Reyes Magos. Se salvan porque su función es fundamental: no traer oro, incienso y mirra al niño Dios, sino ser el motor incombustible del negocio en curso.