El Madrid escondido en las casas de subastas
Los catálogos de las salas de pujas descubren historias desconocidas de las ciudades y a ellas pueden acceder todos los públicos, pero no todos los bolsillos
¿Sirven las subastas para conocer una ciudad? Definitivamente, sí. ¿Es una manera peculiar de hacerlo? Lo es. Nadie viaja a Berlín, por ejemplo, y revisa los catálogos de las casas de subastas para saber dónde ir, dónde comer, qué visitar... como si fueran la Lonely Planet. Bueno, quizá sí, quizá algún coleccionista, aunque es excepcional. Pero si hay un momento y un lugar para demostrar que, gracias a las subastas se sabe más de la historia de un lugar, es esta semana y es aquí, en Madrid. Ahí está, para el disfrute de todos, un cuadro de Caravaggio ―...
¿Sirven las subastas para conocer una ciudad? Definitivamente, sí. ¿Es una manera peculiar de hacerlo? Lo es. Nadie viaja a Berlín, por ejemplo, y revisa los catálogos de las casas de subastas para saber dónde ir, dónde comer, qué visitar... como si fueran la Lonely Planet. Bueno, quizá sí, quizá algún coleccionista, aunque es excepcional. Pero si hay un momento y un lugar para demostrar que, gracias a las subastas se sabe más de la historia de un lugar, es esta semana y es aquí, en Madrid. Ahí está, para el disfrute de todos, un cuadro de Caravaggio ―palabra de Maria Cristina Terzaghi y de otros tantos expertos en Michelangelo Merisi― al que se le perdió la pista hace siglos.
El Ecce Homo recién colgado en el Prado salió a subasta al principio de la primavera de 2021 con otra atribución. La imagen del catálogo enseguida llamó la atención de los especialistas y, tres años más tarde, se ha completado una parte del pasado de la capital: el lienzo, que llegó a España en 1659, ahora está al alcance de los ojos de todos, que no del bolsillo, eso también es excepcional, de ricos coleccionistas. Por cierto, al propietario de la obra: gracias por compartirla.
Fue una subasta la que me llevó de Oporto y a República Argentina. No, no crucé el Atlántico de noreste a suroeste, solo recorrí media línea 6, del sur al norte de la capital. Con frecuencia, también hay un abismo entre estas zonas. Otra foto de un catálogo de subastas cumplió su misión: conseguir que se despierte el interés de alguien. La imagen me salió en alguna red social, o en varias, a veces no se distinguen en los eternos scrolls en los que vivimos.
Era una atractivísima piscina cubierta, con teselas formando motivos decorativos en el fondo y un Apolo decorando la estancia. Podría ser una imagen de película, una de esas idílicas villas de algún filme de Woody Allen, no parecía España. Pero, ya se sabe, hay muchos Madrid en Madrid, y algunos no están al alcance de todos los públicos, ni bolsillos. Una pasea por el Viso observando chalés, hotelitos, palacetes, en definitiva: casoplones, como dice coloquialmente la RAE. Más bien, imaginando lo que hay tras el tándem que forman las altas vallas y las cámaras de seguridad que las acompañan. Las casas que se ven en las primeras páginas de ¡Hola! existen, y no solo aparecen en esa revista, a veces se muestran en catálogos de Sotheby’s. Distintas formas de financiarse. El que nos ocupa se titula Una casa. Una vida. Collection Yolanda Eleta de Fierro y, al menos, la versión en pdf es un placer para la vista y no solo... también para soñar.
“Mezcla de estilo borbónico del siglo XVIII, de escenarios hollywoodienses y de las refinadas casas de campo británicas”, así define el historiador y experto en decoración James Archer Abbott la vivienda de la calle de Serrano, 128. “Estilo sofisticado y cosmopolita, sello distintivo de la firma Maison Jansen [un referente en la decoración, con clientes en todo el mundo]”, continúa el catálogo de la subasta que tuvo lugar la semana pasada en París.
Un inmueble que, estos soleados días de primavera, mantiene todas las contraventanas cerradas. Desde la acera no se observa nada llamativo. Tiene dos puertas discretas, una de ellas para vehículos. El tono claro e indefinido de las fachadas, con algún desconchón, daría para hacerse viral ¿gris?, ¿verde?, ¿verde grisáceo?, ¿gris verdoso? La valla, más baja que la de sus vecinos ―los del 126, de obras; lo que provoca un molesto ruido los días laborables, decibelios de los que no se libran ni en el Viso, los fines de semana es otro cantar, hasta el de los pájaros se oye a esas alturas de Serrano―, permite ver alguna planta del jardín cuidado.
Detrás de todo eso, como titula el catálogo, una vida: la de Yolanda Eleta de Fierro, una acaudalada panameña que estudió en la Universidad de Stanford (California), se casó con el asturiano Ignacio Fierro ―en 1977 figuraba como la séptima fortuna española, banquero de profesión y de familia, uno de sus hijos continúa la tradición y se casó con una Botín― y formó parte de la crème de la crème de la sociedad madrileña (hoy sería una celebrity, era cuñada de Cuqui Fierro, más habitual de las revistas del corazón).
En la segunda mitad de la década de los sesenta se instalaron en esas estancias, salones y comedores de película ―o de museo, o de ¡Hola!― poblados de vajillas de revista de decoración o de catálogos de patrimonio, de pinturas (entre ellas un tapiés subastado por 1.016.000 euros, según la casa de pujas) y tapices. Sin escatimar en joyas a juzgar por los pendientes, brazaletes, collares cargados de zafiros, esmeraldas de Bulgari, Tiffany & Co... que han subastado.
No es papel cuché para los herederos de Yolanda Eleta, es su vida real. Por ella se ha pujado, 332 lotes por los que se han recaudado más de siete millones de euros, según Sotheby’s. Ni para todos los públicos ni para todos los bolsillos.
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