El dolor

Cómo se está rompiendo el tabú de decir realmente cómo estamos en la ciudad

Una persona se asoma a su ventana.David Zorrakino (Europa Press)

El dolor es algo de lo que se habla poco. En las cenas en Madrid no hay mucho tiempo para expresar el de cada uno. Se prefieren las risas, las anécdotas, los chismes, los buenos momentos. Ya hemos tenido demasiado. Pero también, cada vez, se va abriendo paso esa necesidad de compartirlo, de que no sea un tabú, porque también sufrimos y no es una vergüenza contarlo. Desnudarnos, transmitirlo.

En estos tiempos se está generalizando el debate sobre la salud mental y las consecuencias que ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El dolor es algo de lo que se habla poco. En las cenas en Madrid no hay mucho tiempo para expresar el de cada uno. Se prefieren las risas, las anécdotas, los chismes, los buenos momentos. Ya hemos tenido demasiado. Pero también, cada vez, se va abriendo paso esa necesidad de compartirlo, de que no sea un tabú, porque también sufrimos y no es una vergüenza contarlo. Desnudarnos, transmitirlo.

En estos tiempos se está generalizando el debate sobre la salud mental y las consecuencias que nos traerán a todos nosotros estos años de pandemia. Cada uno lo sobrelleva a su manera. Cada uno dirime su ser por dentro y tiene que encontrar la manera, en mitad de la aridez de la ciudad, de reencontrarse y rendir cuentas con la vida. Porque estamos hechos de desgarros.

En la oscuridad lo ha hecho estos días Juana Acosta, que se ha lanzado a contar su historia y a enfrentarse ante todos al momento en el que se enteró de que su padre había sido asesinado cuando tenía 16 años. Y lo hace con todo su cuerpo, bailando junto a Chevi Muraday. Ahora ya se siente preparada para compartir aquel dolor a través de El perdón. Todos tenemos la necesidad de revisarnos, de perdonar y de perdonarnos, de laminar nuestros gritos internos.

Y en medio de este ejercicio uno encuentra sus luces. En una de las butacas está sentada la gran Lola Herrera, que sigue devorando los escenarios tanto arriba como sentada de espectadora. Luego se le acercan unos jóvenes en la entreplanta del Bellas Artes para mostrarle su admiración. Un gesto desde la verdad. En España falta eso mucho, que la gente diga cuando las cosas se hacen bien, felicitar de corazón. Puede sonar naif, pero nos iría mucho mejor. En qué momento las malas formas se hicieron dueñas y señoras de la urbe.

Esos momentos en los que la gente se reconcilia con la noche perdida, cuando están en el escenario, de repente, Alizzz y Amaia. Siempre pop: “He pensado en ti más de la cuenta, el corte nuevo así que bien te queda, ¿te acuerdas de la última noche aquella?”. Y siempre al fondo de la sala Cool, ese templo de subsuelo madrileño que te acoge desde un videoclip de Las Ketchup hasta alguna fiesta de victoria electoral del PSOE.

Flechazos de la ciudad en esta sexta ola. Y que no vengan a enredar ahora con “reclamos” de Djokovic para el próximo torneo de tenis. Las vacunas nos están salvando, ni un resquicio al negacionismo. Es una lucha de todos y los madrileños han demostrado su apuesta por la ciencia y la solidaridad. Esta ciudad sufrió mucho para tener que aguantar episodios como el de los diputados de Vox negándose a enseñar el pasaporte covid en Fitur. Toca protegernos los unos a los otros en este Madrid que quiere ser campo de batalla de los fondos europeos, aunque la Comunidad no haya sabido distinguir la puerta de la Audiencia Nacional de la del Supremo. Cosas de la plaza de la Villa de París.

Suscríbete aquí a nuestra newsletter diaria sobre Madrid.

Más información

Archivado En